Un día de ablenta
Un día “metiendo el agosto”
Con todas estas actividades agrarias “se hacía el agosto” que terminaba metiendo el grano en la troj y guardando a través de la piquera la paja en el pajal, que había sido transportada en el arpil o red por los mulos.
Una vez rejuntada la parva en forma
de montículo con dos caras opuestas y orientada a buen viento, lo normal de poniente
y si las condiciones del mismo lo permitía, es decir cuando se movía el viento
favorable, si bien, podía cambiar de orientación, con lo que ello suponía, se
colocaban dos ablentadores en cada extremo o uno encima de la parva con la
bielga al principio, después con el bielgo y posteriormente con pala madera,
comenzaban con la técnica requerida a lanzar paladas al aire, separando el
grano, más pesado, de la paja que es más volátil.
Si a
consecuencia de la inexistencia de viento no se podía continuar con las labores
y cuando el largo día de verano se dejaba caer, se solían acostar los
cosechadores en la parva o debajo del olivo o higuera más cercana para evitar
el robo de grano. Con botella de aguardiente debajo el aparejo, se levantaban
temprano para trabajar con la fresca y siempre que el viento se lo permitiese.
Comenzada
la faena, de vez en cuando se hacía el barrido con el escobón para separar las
granzas y espigas no trilladas, a esto se llamaba abaleado, formándose lo que
se llamaba el pez de grano. Las leguminosas como el garbanzo, yeros, berza,
habas, también se cribaban con el arnero. Una vez limpio el grano se introducía
en el saco, con el cuartillo, que era
rasurado con un palillo llamado, raedor.
En la era de Juan de Enfrente, había
una higuera y en una ocasión durante la ablenta de la cosecha de Marcelino, un
niño fuentealameño experimentó con la sabia blanca de la higuera, tal y como le
habían contado otros niños mayores, para tener más vigorosidad, el efecto no
fue el querido y sólo le salvó o alivió del picor, el agua del botijo, que
Marcelino tenía a la sombra de la misma higuera y que generosamente destinó a
otro fin, a la vez de que prestaba también el servicio de urgencias. ¿Te
acuerdas, Paco?
En
la parte baja de la aldea habían tres eras, la de Pepe Aguilera, Luis Montes, y la de Brígido Ruiz, lo que
provocaba que todo el polvo y la paja procedente de la ablenta fuera a parar a
las casas habitadas, con las consiguientes molestias para los vecinos, que
tenía que cerrar ventanas y puertas a cal y canto. Siempre
se dijo en Fuente Álamo, que el día de San Lorenzo ardía la parva.
Un día “metiendo el agosto”
Con todas estas actividades agrarias “se hacía el agosto” que terminaba metiendo el grano en la troj y guardando a través de la piquera la paja en el pajal, que había sido transportada en el arpil o red por los mulos.
La
piquera dio nombre a un barrio de Fuente Álamo, pues a través de una pequeña obertura,
que había en donde actualmente está situada la parada de autobús, se introducía
la paja que iba a caer pajal que había en las casas situadas debajo, en concreto la de
Manuel Aguilera.
En
el pajal se guardaba la paja de trigo y cebada, para ir alimentado durante todo
el año a los mulos, mientras que la paja de habas, garbanzo, verza o yeros, se
guardaba en sacos para servir de alimento a las cabras.
El
pajal servía también como conservante de frutas para el invierno, como manzanas, nisperos, peros, o acerolas, que eran enterrados en paja para su conservación.
La
troj servía no solo para guardar el grano sino en ocasiones para castigar o criar
a niños. Dicen que Custodio Sánchez González, “Costorillo” fue criado por
Cristino, su padre adoptivo, en una troj y era paseado por el pueblo atado a la
burra y según él le hacían cosas que ni
los animales se les hace.
Juan
Rico Rosa fue un vagabundo asiduo de los veranos a la aldea en la época de
meter la paja, pues trabajaba por la comida y por vino.
El
polvo que provocaba la ablenta y en general la obtención del grano, era para
algunos fuentealameños alérgicos motivo de picores y reacciones cutáneas, en
unos casos eran bastantes severas, pero eran épocas de que no pasaba nada y el
tiempo todo lo curaba. En muchos casos como las trojes estaban en la misma
cámara donde se dormía, cuando se guardaban las habas, a la mañana siguiente
los moradores se levantaban con grandes ronchas (urticarias) por todo el
cuerpo, sin que hubiese antídoto salvo el paso del tiempo. A las habas le solía
atacar de los gorgojos.
Con
esto damos por terminado las dos
entradas dedicadas a un día de faena en el campo de Fuente Álamo en los años
sesenta, y para concluir podemos decir que Francisco Pérez González fue uno de
los pioneros en instalar una máquina de cosechar en las eras de la Torre y en
otras eras y acabando con la siega, la trilla y la ablenta tradicional, a lo
que hay unir el abandono del cultivo de cereales y leguminosas, debido a la
baja rentabilidad del grano, la orografía del terreno de Fuente Álamo y la
plantación progresiva de olivos.
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