miércoles, 21 de junio de 2017

LA CRUZ DEL COSCOJAR BAJO. EPISODIOS DE LA GUERRA CIVIL EN FUENTE ÁLAMO



Algunas veces nos encontramos en los campos fuentealameños pequeñas cruces talladas en piedra o hechas a base de mortero o yeso, encaladas recientemente o en un estado más abandonado. Las asociamos a su connotación religiosa y festiva del Día de la Cruz (3 de mayo), que tuvieron  gran auge en otras épocas, pero no reparamos en el motivo por el cual se instalaron en ese determinado lugar. Hemos tratado en alguna ocasión la Cruz del Rocastro, la Cruz de Clavijo, la Cruz de la Setilla, la Cruz de la Cornicabra, o la Cruz de la Cuesta, estas últimas asociadas a las fiestas del mes de mayo que en su honor se celebraron o celebran ahora de forma intermitente. La primera de ellas es un misterio sin resolver, pero desde mi punto de vista, relacionado con la Guerra Civil.
 Un año después de terminar la Guerra Civil, Franco promulgó un decreto para la construcción del Valle de los Caídos, extendiéndose por todos los pueblos y lugares de España la idea de erigir un monumento dedicado a los “caídos por Dios y por la Patria”. En la Plaza de la Fuente, al lado de la alberca, se construyó una enorme cruz de cemento, con tres escalones a su alrededor. Dicha cruz, aparte de representar el catolicismo que acogió al Franquismo o viceversa (nacioanalcatolicismo), rendía homenaje cristiano a sus víctimas e intentaba acabar con el ateísmo que imperó en la aldea durante la Segunda República, recrudecido durante la Guerra Civil con la quema de Imágenes y la transformación de la iglesia en granero y en cárcel provisional. Esto afianza la idea de que esa cruz se construyó en esos años de posguerra, pues no hubiese sobrevivido a los envites del anticlericalismo de la Segunda República.
Uno de esos casos es la Cruz del Cortijo del Coscojar Bajo. El porqué está allí, qué simboliza, cuándo se instaló, quién la instaló, son preguntas que creo haber encontrado parcialmente con el estudio de los expedientes de la Guerra Civil. Asociada a ella está la muerte, siempre de gente inocente, al igual que ocurrió con Jesucristo; idea que el Franquismo llevó a sus últimas consecuencias con el lema: “Caídos por la Patria y por Dios”. En este caso, creo que fue para dignificar la muerte de un inocente que la Guerra Civil lo dejó en el Bando Republicano y quería pertenecer al Bando Nacional, o al menos eso se creyó cuando los vencedores la levantaron en aquel lugar. Pero esa cruz también debió de homenajear como mínimo a otras dos víctimas mortales más, que seguramente por los antecedentes familiares también fueran igualmente cristianas, sin que se sepa la suerte que corrieron los otros partícipes integrantes del grupo.
Pienso que finalizada la Guerra Civil, celebrados los juicios sumarísimos y condenados los “culpables”, se decidió levantar por los ganadores aquella cruz como símbolo de una barbarie puntualmente ocurrida en aquel lugar. A la vez que lo “sacralizaba”, se rendía homenaje a una víctima allí enterrada. Recientemente, casi 80 años después, se ha rendido homenaje en el monolito levantado en el Cementerio de Alcalá la Real con la inscripción de sus nombres a los hermanos Eugenio y Paulino, otras dos víctimas inocentes, contra los que ni siquiera hubo pruebas concluyentes de su participación directa de aquella muerte igual de inocente.


En los inicios de la Guerra Civil, y meses antes de la ocupación de Alcalá la Real por las tropas nacionales, un grupo de milicianos a cuyo mando estaba Juan Mesa Cano “Lagares”, habían acampado en el Cerro del Allozo con el fin de controlar el paso por la Carretera que iba a Almedinilla desde Alcalá la Real. En los primeros días del mes de agosto de 1936 o primera quincena de septiembre, según se tenga en cuenta una declaración u otra, avistaron a un hombre que caminaba carretera arriba, a cuyo encuentro salió un grupo de 7 ó 8 hombres armados con escopetas. Le dieron el alto, y en una curva de la carretera le perdieron de vista, llegando a visualizarlo de nuevo por Las Lagunillas. Puesto que parecía que intentaba huir, le siguieron, llegando a dispararle 4 ó 5 veces y alcanzándole en una pierna. Parte del grupo –según declaraciones, se quedaron a unos 50 metros y dos de ellos se acercaron al herido y le remataron. Después se acercaron los otros integrantes del grupo y comprobaron que aún estaba con vida, ya que a la vez el herido gritaba, según comentarios: “qué habéis hecho conmigo”. Le recogieron la documentación y once duros que llevaba, que después se los entregaron a su jefe “Lagares”. También le encontraron unos vales de una tienda de Algarinejo, unos documentos que decían que se llamaba Manuel y que era de Algarinejo. Supusieron que tendría unos cincuenta años. Asimismo portaba un revólver de siete disparos, uno de ellos disparado. Le quitaron los zapatos y lo enterraron en el cortijo de la Solana o de Ventura, sin que se sepa el lugar exacto. Una hora después, llegó el alcalde de Fuente Álamo y otro grupo de fuentealameños, lo desenterraron para identificarlo y le quitaron una pelliza, enterrándolo de nuevo. Al identificarlo pudieron comprobar que tenía poco pelo, por lo que creyeron que se trataba de un cura y así se comentó entre los milicianos, pensando en algún momento, que lo que tenían que hacer era tirarlo a unas zarzas por ser cura.

Aunque hayamos descubierto algo, todavía quedan muchos interrogantes enterrados allí, pues se dice que no se llegó a identificar nunca a esta persona, quién era,  adónde iba o qué intentaba hacer, por qué llevaba unos vales de una tienda de Algarinejo, once duros y un revólver. Según la documentación hallada, el hombre se llamaba Manuel, era de Algarinejo, y tendría unos 50 años de edad, según las declaraciones. Al parecer intentaba pasarse al Bando Nacional establecido en Alcalá la Real. Lo que no creo posible es que fuese un sacerdote, pues llevaría algún símbolo religioso y una biblia en vez de un revólver, aparte de que el único indicio de sacerdocio era que no tenía pelo. Aunque dado el anticlericalismo reinante, no se sabe lo que pudo ser mejor para salvar a aquel  pobre hombre. Lo único que ha quedado es el símbolo en forma de cruz, porque ni siquiera se ha confirmado la fe que procesaba, ya que al parecer solo intentaba pasar al otro bando.

viernes, 2 de junio de 2017

MANUEL ARÉVALO DIAZ “AREVALILLO”. EMIGRACIÓN A CATALUÑA



        Emigró, pero dejó enterrada una raíz bien profunda en su Fuente Álamo natal, a donde cada vez que puede, regresa para regarla y hacer que brote savia nueva, recargándose de energía y vida. Para ello se construyó una casa en el solar que fuera antaño la vivienda familiar. Disfrutando cada día, cada hora y cada momento de su estancia aldeana, “andurreando” por aquellos caminos y veredas, cerros y llanos que tantos recuerdos le traen de su infancia y madurez;  se le puede ver, también, ataviado con traje de gala para disfrutar de las fiestas populares. Le tira mucho su pueblo dónde ha vivido media vida y le cuesta despegarse, aunque las circunstancias han hecho que no pueda regresar definitivamente, y estas no son otras que, sus hijos, sus nietos y ahora su pequeña biznieta.
Es conocido entre nosotros por “Arevalillo”, haciendo  honor al apellido paterno y distinguiéndolo como el menor de la saga. Representa al emigrante fuentealameño, trabajador, que ha recorrido media España y parte del extranjero; toda una vida de sacrificio y lucha, que ahora se ve recompensada, con la merecida jubilación. Es una persona cordial, flaca, risueña al golpes; si bien su rostro y su bigote refleja cierta seriedad, es amable al trato y siempre abierto a cualquier pregunta que se le formule, para contestarla sin tapujos y sin los miedos que reinaban en otras épocas vividas por él, así me contó, la triste historia de la familia Gálvez de Fuente Álamo y de otras historia ocurridas injustamente en la época de la Posguerra, ect. Se encuentra totalmente integrado en cualquier círculo de amigos, andaluces, catalanes, pues para él es igual. Lo mismo tiene jugar una brisca de compañeros en el bar de Fuente Álamo, o a lo que él llama “la butifarra” en el centro social de Villafranca del Penedés, en andaluz o en catalán, como se quiera o com tu vulguis.
Es el menor de una familia que formaron entre su padre Vicente Arévalo Moya y su madre Benigna Díaz Serrano, ambos viudos. Su madre aportó a la nueva unión dos hijos: Antonio y Gregoria, y su padre llevó a María y Vicente. Luego nacieron tres hijos: Ventura, María y él.  Su padre era 20 años mayor que su madre, por lo que la Guerra Civil le sorprendió con una edad avanzada y no tuvo que incorporarse. Se quedó en la Dehesa de Fuente Álamo, lo que dio lugar a que naciera él, el 16 de agosto de 1938, en plena Guerra Civil. Antes sus padres habían vivido en Cañahonda, y después de la Dehesa se vinieron a Fuente  Álamo. Siguiendo con los antecedentes familiares, su hermano paterno tuvo que refugiarse, como más de 500.000 españoles republicanos, en Francia, dónde le esperaba un campo de prisioneros. Su nombre era Vicente Arévalo Castillo. Recuerda que le contó que una noche hubo un bombardeo y pudo escapar. El destino quiso, posiblemente, que no fuese deportado a los campos de exterminio nazi como ocurrió a otros muchos españoles. Francia le acogió y se quedó allí, residiendo en Chateau Ban. Cayó herido o enfermo y, durante su convalecencia en el hospital, conoció a quien sería su mujer, con la que tuvo un hijo. Su hermano materno Antonio estuvo sirviendo en San Roque (Cádiz) tres años y regresó enfermo del pulmón, muriendo joven. Murió en la Dehesa. Esto fue después de la Guerra, cuando el tendría 10 ó 12 años, pues recuerda que estuvo yendo cada día andando 24 kilómetros para llevarle un trocico de pan al hospital de Alcalá la Real. 
Cuando él nació, su familia vivía en la Dehesa. Sus vecinos eran Paco, apodado “Verraco”, con sus hijos: Isidro, Antonio, Felisa e Isidora. A 200 metros vivían Los Torres, que se fueron a la Campiña y se quedó con la casa Luis Gomarín. También era vecino Domingo Vera... Un poco más alejado, en la Casilla de Sierra, vivía Saturno “El Guardilla”, Antoñillo del Llano, Antonio Ortega “Cojo Rayo”,  Zoilo y Custodio. 
Nunca fue a la escuela, se lo prohibió una piara de cochinos que tenía que guardar, de la ganadería de Ángel Custodio “Costo de la Dehesa”. El maestro que le enseñó lo básico se llamaba Francisco Perálvarez “Pericanas”, que era de los llamados “maestros garroteros”, que iban enseñando por los cortijos, a quien le pagaban muy poco porque no había ni para ellos. No hizo la Primera Comunión, porque entonces no se hacía. Vivió en la Dehesa hasta que tuvo unos 15 años, época en la que se vinieron a Fuente Álamo.
De aquellos años de la dura Posguerra, recuerda como la Plaza de la Fuente se convertía cada mañana en un comercio de los trabajadores, donde acudían los dueños de los cortijos, y elegían: “tú, tú y tú  y a tanto”, por lo que tenían que “reventar” trabajando para que el día siguiente le llamasen otra vez. Estuvo escardando en el Cortijo del Sapillo. Siendo un niño estuvo también en  la Campiña Cordobesa guardando cochinos con Juan “Torres”, donde le atacó, según piensa, el paludismo, pues recuerda las fiebres muy altas, el constante tiritar, que le hacía revolcarse hasta que caer al suelo. Resume aquellos años como: “Mucho trabajo y comida poquita”.
Emigró por primera vez cuando tenía unos 17 años, correría el año 1955.  Se fue con un grupo de fuentealameños a la provincia de Burgos para reforestar el monte mediante la plantación de pinos. Trabajaban a destajo o al jornal,  ganando 9 duros cada día. También trabajó en el cultivo de patatas, en una sierra de Burgos. En la provincia de Santander trabajó en la construcción y acondicionamiento de carreteras, también estuvo un poco tiempo trabajando en el Túnel de Engaña. Recuerda que por allí había mucho loco y estaban asustados. Se marchaban de Fuente Álamo en abril y volvían entre septiembre y octubre. Durante todos estos años coincidió en estos trabajos con muchos fuentealameños: los hijos de Joaquín de la Sancha, los hijos de Juanele, los hermanos Perotes, los de Mateo “Cigarrica”, los de Matías “Borracho”, los hermanos Manolo, Custodio y Antonio Jiménez, los de Antonio Castillo “Caejos”, Marce “el Mixto”, su cuñado Domingo Martín, Antonio “Moyano”, Juan “Cascorro”, José Pasadas, José “Macarrón”, los hermanos Feliciano, Alberto y Juan “ Los Lores”… casi todo el pueblo en edad laboral.
También emigró a Alemania, cerca de Colonia, donde estuvo tan solo unos 3 meses, pues le afectó el cambio de clima y cayó enfermo con una pulmonía.
Pero su peor experiencia fue cuando emigró a La Almoraima-San Roque (Cádiz). Sería por el mes septiembre, cuando Pedro Ortega “Trasperlista” preparó una cuadrilla de fuentealameños, entre los que iban los hijos de Antonio Castillo “Caejo”, para ir a recolectar algodón. Pero las lluvias impedían el trabajo en la plantación, pues no se podía recoger el algodón mojado. El poco dinero que llevaban tenían que guardarlo para poder regresar, así que estuvieron comiendo membrillos unos quince días. Intentaron coger unos tomates, pero el dueño de la tomatera les tiraba piedras con una honda. Al final se tuvieron que venir en tren hasta Alcaudete y desde allí andando hasta Fuente Álamo, porque no tenían más dinero. Cuando llegó, tenían en su casa unas cortecillas de tocino, que se las comió con tantas ganas, que más bien se las tragó. Llegó muerto de hambre y con el estómago raído por el ácido de los membrillos.
En aquellos años no todo era trabajar, también había tiempo para las “diversiones”. Recuerda que en una Navidad hicieron una comparsa formada entre otros por Antonio Anguita “Braguetas”, Amador “Cigarrica”, Costo “Remendao” y los hijos de Cefe. Cuando se encontraban cantando en la casa de Pedro “Catorce”, los hijos del Zapaterillo, que era por aquel tiempo el guarda de las tierras de Don Paco, echaron por debajo de la puerta una cubeta de agua, al tiempo que se apagó la luz, por los que las hijas de Pedro salieron corriendo y se subieron a las cámaras, entonces como Antonio “Braguetas” había estado en la legión, empezaron a zarpazos, Costo “Remendao” con la carrañaca y los Zapaterillos con una carabina, así que se lió una buena gresca. Después se fueron cada uno a sus casas y, al día siguiente, cuando estaba trabajando en la aceituna en Cuatrovientos, se presentó la Guardia Civil y le preguntaron si había participado en la murga, conduciéndole luego al cuartel. Tuvieron que presentarse cada noche durante quince días en el cuartel de la guardia civil de San José de la Rábita.
También recuerda que compró una bicicleta Orbea modelo 88 en Cañahonda, y cuando fue a por ella, le acompañó Isidoro Vega Ávila. Desde el Bermejo venían los dos montados, pero al llegar a la alcantarilla, Navarro ya no frenaba, y en la curva antes del cruce de la Revoltillas, saltaron el terraplén, cayendo en los olivos de la Rectura. Cuando él se recuperó, lo primero que hizo fue preguntarle a Isidoro si le había pasado algo, a lo que Isidoro con aquel tartamudeo característico le respondió: “me parece que…, me se han roto los dientes”. Isidoro por entonces estaba en la mili, pero tuvo suerte y sólo se le movían algunas piezas. Cogieron la bicicleta y se fueron andando hasta Fuente Álamo.
Después, sobre el año 1960 ó 1961 se compró por 20.000 pesetas una moto marca Ossa modelo 160. En ella se subían sus dos hijos, su mujer y una canasta llena de trapos, desde el lavadero de Fuente álamo hasta la Dehesa. Luego se sacó todos carnets de conducir en las Conejeras-Granada.
No hizo la mili, se libró al estar a cargo de la familia. Para ello, como sus padres no estaban casados, tuvieron que casarse.
 Se casó con 24 años, el 9 de octubre de 1961 con Gertrudis Pérez Vera, la cual ha formado felizmente parte de su vida desde entonces. No hicieron boda. Se juntaron y después se echaron las bendiciones.
            Emigraría temporalmente unas 15 temporadas. La primera vez que se fue a Barcelona trabajó en la construcción con Juan Ramírez “Mandurria”, en el año 1960. Después estuvo trabajando en el aire acondicionado. En el año 1974 hizo un curso de fontanería por la PPO junto con su amigo Marcelino Pérez.
Hizo un paréntesis en la emigración de 5 años, en los que estuvo de encargado de las tierras de Francisco Sierra. Vivían en la Casilla de Sierra, en la Dehesa, hasta que en 1974 emigró con toda la familia definitivamente a Barcelona. Los llevó Antonio Arenas “Porruo”, sus tres hijos tenían edades de 12, 9 y 6 años respectivamente. Buscó trabajo en una empresa de autobuses, compañía Tranvía del Ayuntamiento de Barcelona. Después estuvo tres años conduciendo los autobuses de la capital, pero no le gustaba y le dijeron que había una plaza de camionero en Villafranca del Penedés. En una noche pintaron la casa y al día siguiente se llevaron a los niños, que estaban en  Torre Baró, en casa de su hermana Gregoria, a  Torrelles de Foix. Comenzó ganando 45.000 pesetas, pero trabajaba noche y día. Ha estado en la misma empresa casi 40 años, hasta que con 64 años se ha jubilado.
Sus tres hijos se casaron y se quedaron a vivir por la zona; el mayor se colocó de mecánico en la  misma empresa que trabajaba él, el menor ha seguido con la profesión de camionero, Antonio, en una se colocó en empresa. Tiene 6 nietos y una biznieta.
En cuanto al tema de Cataluña,  cree que el problema recae en los gobiernos, que se han llevado el dinero. Considera que están encalabrinados, sobre todo los jóvenes, pues casi todos quieren la independencia. En Villafranca, como en otros pueblos catalanes hay muchos andaluces, y ahora también de todas las nacionalidades: africanos, peruanos, árabes... pero nadie de Fuente Álamo. Villafranca está entre Tarragona y Barcelona, a 50 km de cada una, en la comarca del Penedés.
Era muy aficionado a la caza, afición que ahora no puede practicar. Recuerda cómo en sus inicios compraron entre un grupo de fuentealameños una máquina para montar cartuchos. En aquellos años hasta mediados los años 70 no había cotos en Fuente Álamo, todo era libre. Afirma con cierta añoranza: “Entonces sí que había caza”. Compró su primera escopeta de un cañón de martillo, que echaba lumbre cuando disparaba, a Custodio Jiménez “Remendao”, pues éste tenía que entregarla en el cuartel de la Guardia Civil.
Ahora sus aficiones son el salir a caminar hasta el mediodía y jugar a la butifarra en el hogar a las cuatro. Sus compañeros de partida son catalanes y andaluces, con los que habla en uno u otro idioma, pues aprendió catalán cuando trabajaba de conductor de autobuses en Barcelona. Ve la tele en catalán o en castellano. Sus 3 hijos y sus nietos hablan perfectamente el catalán.

Ahora solo espera pacientemente su próximo regreso… ya está aquí.