sábado, 24 de noviembre de 2012

HOMENAJE A LA MUJER DE FUENTE ÁLAMO. I PARTE (edición revisada el 8 de marzo de 2016)



            En esta entrada intentaré hacer un homenaje a la mujer fuentealameña, reflejar la evolución que ha experimentado, desde aquella mujer propia de un mundo rural machista, en donde su papel en la vida social era escaso, hasta la mujer de hoy, en torno a la cual se desarrolla prácticamente toda la actividad social y cultural de la aldea.
Dividiremos el trabajo en dos partes atendiendo fundamentalmente a la amplitud de miras, en el sentido amplio de la palabra y a los cambios que en ella produjo la emigración de los años setenta a las zonas costeras catalanas, y terminaremos reflejando ejemplos personales de mujeres fuentealameñas en entrada posteriores.

PRIMERA PARTE

Como introducción aportaremos algunos datos relativos al siglo XIX, que evidencian el escaso papel social que tenían las mujeres casadas,  pues ni siquiera aparecían los padrones vecinales. Así, en el Diccionario geográfico-estadístico-histórico de España y sus posesiones de Ultramar, escrito por Pascual Madoz en el  Volumen I,  de la Edición  de 1845 en su segunda edición 1846 (página 384) contabiliza en Fuente Álamo a 64 vecinos y 252 almas. Vecino era el cabeza de familia, por eso, cuando se hablaba de habitantes, generalizando, se hacía con la expresión de “almas” que incluía a las mujeres casadas. Así, en el año 1845, Fuente Álamo tenía 64 vecinos, pero una población total aproximada a las 252 almas, ya que en los padrones de vecinales no aparecían las mujeres casadas ni los hijos no emancipados.
Otros datos de mediados de siglo XIX, nos dicen que las mujeres eran más asiduas que los hombres a los Baños de Ardales, si tomamos como referencia el año 1.866. Observando los cuadros estadísticos relativos a la condición social de los bañistas y a las enfermedades propias de las que eran tratadas, tenemos:


Condición social de los bañistas
  
Ricos
Hombres
5
Mujeres
7

Acomodados
Hombres
20
Mujeres
149

Pobres
Hombres
6
Mujeres
26


Total
209

Nombre de la enfermedad
Núm. Enfermas
     Curadas
Aliviadas
Sin resultado
Leucorrea
41
12
25
4
Metrorragia
13
4
8
1
Dismenorrea
23
3
18
2
Prolapso de la matriz
5


5

* Estos datos se refieren en general a las mujeres que visitaron los baños, incluidas las de otras poblaciones.

La condición social de las mujeres fuentealameñas de principios del siglo XX, era la propia del mundo rural: atendía la casa y trabajaba en el campo, muchas jóvenes y algunas aún niñas, eran empleadas en las casas y cortijos de las familias más acomodadas o no tan acomodadas pues ya en los años 40, 50 ó 60, no tenían que ser tan ricas para disponer de criadas. Y es que prácticamente se trabajaba por la manutención; en Fuente Álamo podrían ser  más  de una veintena, las familias que disponía de criada. Las jóvenes de las familias más acomodadas, aparte de ser preparadas para ser casadas con un hombre de su misma condición económica y educadas para ser buenas esposas, a algunas se les dio la oportunidad de estudiar e incluso terminar una carrera, como las hijas del maestro.
En los años treinta, los aires liberales de la II República apenas llegaron a las mujeres fuentealameñas, y prueba de ello es que en el Reglamento de la Sociedad Obrera de Agricultores “La Espiga Floreciente” creada el 13 de mayo de 1931 no se contempla la posibilidad de que las mujeres formasen parte como socios; de hecho solamente estaba constituida por hombres. 
               Después de la Guerra Civil, las mujeres vencidas no sólo tuvieron que pagar por los “pecados propios”,  sino por “los pecados” de los maridos, así, más de una decena de mujeres fueron peladas, suministradas aceite de resino y paseadas por la aldea, sólo porque sus maridos fueron declarados rojos, apresados y condenados, o desterrados. Así las esposas, madres o hermanas de los republicanos, fueron humilladas públicamente (como era frecuente en tantos otros lugares) y se les hacía tomar el potente purgante de aceite de ricino mientras, peladas, les hacían pasear por las calles del pueblo semidesnudas con la burla de una algarabía que les seguía. Entre ellas a Carmen Ortega Moyano (esposa de Vicente Vera Moreno y hermana de José Ortega Moyano), Josefa Moreno Ibáñez (“Tía Pepa” esposa de Eusebio Vera Castillo y madre de Vicente Vera Moreno), sus hijas Josefa Vera Moreno, “Pepilla” y Sancha Vera Moreno (esposa de Joaquín Pérez González), Dolores Cano Ruiz (esposa del alcalde pedáneo Vicente Aguilera), Antonia Pérez Vera (esposa de Matías Pérez, presidente del Comité), Florentina Nieto Peinado (esposa de Antonio Cano Ruíz, tesorero del Comité), Encarna Martos “Perejila” (esposa de Rafael Moreno Ibáñez “Perote” presidente de la sociedad, antes del inicio de la Guerra), Francisca Padilla García, (Antonio Castillo Padilla, “Caejo”, vocal). Como anécdota o gracia, si es que la tiene, cuentan los más viejos de la aldea que la más lista, fue la Paula (esposa de Juan Antonio Ávila Serrano “Zorrero”), pues guardó la melena cortada y se la puso después. Las demás tuvieron que taparse la cabeza con pañuelos negros. Seguramente la lista fue más grande, pero no poseo más datos respecto a las mujeres, pues sólo se han obtenido de oídas, aunque seguramente fueron algunas más y sirva este recordatorio para hacerle su homenaje  por tan grave humillación.
               También hay que hacer homenaje a aquellas mujeres que sus maridos se vieron obligados a salir de la aldea y tuvieron sacar adelante sus hijos menores, convivir con las dificultades y con los contrarios, entre ellas Ana Anguita Ibáñez esposa de Juan Pareja Vega y alguna otra que no pudo salir junto a su marido.
               La Sección Femenina del partido Falange Española (luego durante el Franquismo, la FET de la JONS), se encargó sobre todo en las zonas rurales, como Fuente Álamo de adoctrinar a las jóvenes, e inculcarles los valores propios de la sociedad rural; tenían que ser católicas y encargarse de la educación de los niños y servir al marido. Todos recordamos como en las Eras de la Torre se practicaban los ejercicios físicos, actos lúdicos y espirituales. La Extensión Agraria, a través de Doña Concha, continuó con la labor educativa en el mundo rural durante los años 70, celebrando reuniones los fines de semana en la escuela y colaborando junto con el párroco D. Bernardo en la limpieza general de la pueblo, junto con todos los vecinos.
Mientras que el hombre estaba dedicado a las faenas propias del campo y como en la canción de Serrat, de la siega a la siembra se vivía en la taberna, la mujer estaba dedicada al cuidado de la casa y de los hijos, y en sus “ratos libres” al  bordado como labor más importante, junto con el encaje de bolillos, a la vez que cuando el campo le reclamaba, allí tenía que estar. Se bordaban velos que después se entregaban al precio pactado al proveedor. Preparaban el ajuar, con el bordado de sábanas y mantelería, pues antes de los veinte años ya se preparaban para el casamiento. Si al joven fuentealameño era la emigración o la mili lo que le obligaba a salir de la aldea, la mujer no salía hasta que emigraba definitivamente en los años sesenta junto con el marido o con toda la familia.
 La concurrencia a las tabernas les estuvo vetado hasta finales de los setenta, al igual que el consumo de tabaco. No estaba bien visto por la sociedad machista y rural que la mujer entrase al bar, ni en busca de su marido para preguntarle algo o pedirle dinero para las compras, ni menos aún para tomar algo o alternar. Alguna que quiso pedir un “Calisay” para aparentar aires modernos, le costó una buena reprimenda por parte del marido. Si el bar era el lugar de reunión de los hombres, el lavadero, la puerta de la casa al fresco del verano, era el de las mujeres. Acudían con sus canastas de varetas de olivo o de mimbre o barreños niquelados al lavadero que había debajo de la fuente, y cada una contaba mientras lavaba, sus cosas. Era el lugar donde se sentían más libres puesto que allí no iban a encontrar ningún hombre. En el verano mientras que los hombres estaban en la taberna, las mujeres se reunían para tomar el fresco en las puertas de las casas, y por grupos de vecinos situados en distintos lugares.
En el campo fuentealameño la mujer segaba a la par que el hombre y en época de aceitunas el trabajo era doble: no solo tenía que hacer las tareas propias de la casa, sino también trabajar recogiendo las aceitunas del suelo; además de acarrear con toda la familia. La mujer cobraba menos que el hombre, pues hasta la Constitución de 1978 declaró la igualdad de derechos había dos bases laborares diferentes, incluso otra para menores. Discriminación que aún existe de alguna manera.  Sufriendo discriminación no solo en el sueldo, sino en lo penoso de recoger del suelo las aceitunas con las heladas y los fríos, y si algún día avanzaban en la recogida al otro día el señorito las mandaba que se quedarán “cociendo la olla”.  Como hemos dicho la madre era la encargada de criar a  los hijos y tenerlos aseados, de preparar a las niñas para el casamiento, mientras que los padres eran los encargados de enseñar a trabajar a los hijos. 
Han sido y todavía lo son, las encargadas de mantener limpias las calles con su escoba en mano. Cada vecina se encargaba de limpiar su trozo de calle que correspondía a su puerta y así se entrelazaban hasta su limpieza total, y se ahorró al Ayuntamiento de Alcalá la Real de pagar a un barrendero.
También eran las encargadas de limpiar el pilar y encalar en el lavadero, yendo posteriormente de casa en casa solicitando una pequeña recompensa.
               En los bailes y verbenas populares hasta los años 60, si las jóvenes que acudían y que todavía no estaban comprometidas,  les negaban el baile a algún joven que se lo había pedido, éste podía “sentarla”, en el sentido de que esa velada o en algunas piezas, no podía bailar con nadie y tenía que permanecer sentada en una silla, hasta que el joven soltero, se lo permitiese, o la joven le explicara convincentemente la causa que se lo impedía, como pudiera ser, el futuro compromiso con otro joven. Era una forma de mostrar la mujer su compromiso con otro hombre, o por el contrario se interpretaba que el rechazo o negativa a la concesión del baile no tenía fundamentos. En muchos casos tenía que ir el padre y llevarse a la joven a casa para evitar peleas entre los jóvenes por las mozuelas. En el baile el intercambio de la parte masculina de la pareja era habitual y se solicitaba cortésmente, teniendo que responder el hombre saliente con su consentimiento. A estas verbenas las jóvenes siempre eran acompañadas de las madres, que a veces se subían en las sillas para vigilar a su hija y evitar que el novio “se  aprovechase”.


Pese al puritanismo de la época, eran muchos los casos en que la mujer se quedaba embarazada, dada la inexistencia de métodos anticonceptivos. Los casos de infidelidad eran numerosos y las relaciones no consentidas también se producían sobre todo en la época de posguerra.
               La imposición de limitaciones llegaba hasta el punto de que no podían hablar con los pretendientes cara a cara, y las noches se hacía ritual el tener los pretendientes que escalar hasta las ventanas para poder hablar con las mujeres. 

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