martes, 3 de noviembre de 2020

LO NUNCA VISTO POR LA MARIANA DE FUENTE ÁLAMO

        


 
Mariana sufrió la Guerra Civil desde los 4 a los 7 años, le enseñó los dientes a la hambruna, conoció la embestida de la polio en un hermano, reparó la pérdida tierna de una hija…

Después, preservó a sus hijos contra la tuberculosis, sarampión, varicela y otros males.  Se vacuna cada año de la gripe. Creía que los avances sanitarios habían creado una burbuja que les haría inmunes a las pandemias pasadas.

            Estaba casi segura de que nunca más vería caerle bombas. Que las guerras de las que hablaban en la tele, estaban muy lejos. Que a su aldea nunca jamás llegarían, aunque lo de Cataluña le fue creando ciertas dudas (allí tiene una hija, nietos y biznietos). Que en el bunker de su aldea, sería difícil que llegara algo malo, porque allí solo había bondad y lejanía.


No quería ni pensar que  podría ver una cosa igual o parecida. Quería creer que ya había visto todo lo malo por venir.  Que solo quedaría lo bueno por ver y vivir.

            Pese a esa creencia, un tanto ilusoria, siempre estuvo recelosa. Recelo que les fue inculcando a sus hijos, dejándose llevar por ese instinto materno protector.  Para ellos, un tanto pesimista; para ella, basado en lo vivido.

            El día 13 de marzo se enteró por la tele que había, según ella, que "confitarse" a causa de un “bicho” que mataba a muchas criaturas. 

-Hoy han sido menos de 200 en España, -anunciaba su hijo, quien intentaba suavizar la información, para no crearle demasiada preocupación, a la vez que intentaba concienciarla de que algo malo estaba llegando y debía protegerse.

-!Ay Dios mío!¿ Eso son pocas criaturas? -objetaba ella, un tanto desconcertada.

            Oía la palabra "alarma" y le traía recuerdos de guerra, cuando se refugiaban de las bombas en la Mina del pueblo. “Confinamiento” era ponerse a salvo, refugiándose cada uno en su casa. Esta guerra se gana evitando el cuerpo a cuerpo. Veía cómo el parque cercano de su casa era precintado y cerrado, cómo un policía pasaba por las inmediaciones (circunstancia que no era habitual),  cómo las calles eran desinfectadas,  cómo el alcalde repartía mascarillas a los más vulnerables… 


El desasosiego por lo vivido, volvía a intranquilizarle. Estaba viendo lo que creía que nunca vería: que  su Comadre Mercedes pudiera salir a la calle por el simple hecho de tener un perro y ella no.

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