Nació un día como hoy del mes de febrero de 1928. Nació y se crió en el Cortijo de Los Florios, (le dio nombre su familia apellidada Flores) hasta que la Guerra Civil les obligó a abandonarlo temporalmente. Hijo de Antonio y Ana, es el 5º de 10 hermanos de los que actualmente solo quedan 6: Inés (f), Adoración (f), Lorenzo (f), Francisco (f), Antonio (él), Custodia, Clemencia, Benito, María y Carlos.
No hizo la Primera Comunión aunque no sabe por
qué, parece ser que por entonces no se hacía, debido a que durante la Segunda
República el estado se declaró aconfesional y no había mucha tradición; es posible también que la Guerra Civil estuviese relacionada. Aprendió a leer y a escribir con un maestro de
los llamados “garrotero” que iba con una yegua a dar clase desde la Pilas de
Fuente Soto y que recuerda que le apodaban “El Zopillo”. Al toque de la trompeta del maestro acudían a un cortijo
determinado todos los niños de los cortijos de los alrededores. Todos los meses
sus padres le pagaban el dinero correspondiente, era lo que hoy podría
entenderse como enseñanza privada.
También aprendió a sumar, restar y multiplicar,
pero no pudo aprender a dividir por culpa del estallido de la Guerra Civil.
El inicio de la Guerra le cogió con 8 años de
edad estando en el cortijo, y recuerda que por la noche llegaron los rojos y se
los llevaron a San José de la Rábita para protegerlos. Se llevaron con ellos la olla cocida en la mano y se la comieron en San José. Allí
estuvieron 41 días en unas cuadras que fueron incautadas a Francisco Casanova Camacho. Pero se habían
quedado atrás su hermano Lorenzo y su primo Anastasio, que estaban guardando
cochinos en el Cortijo del Ayozo propiedad de la familia Cornicabras; cuando
pudieron, volvieron en su busca, pues sus padres no dejaban de acordarse de
ellos. Fueron acogidos durante un mes en el Cortijo del Encinar (cerca de la
Chinche) donde vivía su tía materna Inés, y desde allí se pasaron a la Zona
Nacional, llegando a Alcalá la Real donde estuvieron otro mes, pernoctaron en
una casa de la calle Ancha que se había quedado vacía al haber sido abandonada
por otra familia que había huido de la Guerra. Estando allí, lo que no le
hicieron las bombas que caían, se lo hicieron el sarampión y la escarlatina,
atacándole al oído izquierdo; una deficiencia que tuvo que soportar durante
toda su vida, y no solo esa sordera de la infancia, sino el sobrenombre de
“Sordillo”, como seña de identidad. Recuerda que, durante los bombardeos de la
ciudad, se refugiaban en la Iglesia de Consolación. Después, huyendo de la
guerra y buscando lugares más seguros, llegaron a Las Lagunillas de Priego, donde
estuvieron unos 6 meses, hasta que llegaron a Cabra donde permanecieron 5 años. En el año 1943 ó 1944 volvieron a su cortijo natal, después de casi 7
años de peregrinaje, ya casi hecho un hombre. Ya se había venido su compadre
Rafael de Cabra, y les había apañado su
casa y labrado su tierra durante un año
o dos; cuando volvieron, ya se encargaron ellos de esas tareas.
Durante
la Postguerra se dedicó a trabajar en el campo fuentealameño, dando jornales, aquellos de sol a sol. Aunque cuando
murió su padre en 1951 tuvo que emigrar dos temporadas a la siega en Bujalance,
donde daban unos 40 ó 50 jornales por
temporada. Le pregunté lo de la pelliza y dice que ese era el Carbonero de la
Colonia; se ríe a golpe de carcajada e insiste que él con pelliza no ha segado
nunca.
Se incorporó a filas en el año 1950, siendo
destinado a Villa Sanjurjo, la actual Alhucemas. Allí estuvo dos meses cabales,
pues a causa de la referida deficiencia en un oído lo licenciaron. Le pregunté, de nuevo, si era verdad eso de
que los mandos militares le arrojaron al suelo y a su espalda una moneda para comprobar
si la había oído y se volvía para recogerla, él dice sonriendo que no es
cierto, y que si se la echaron, él por lo menos no la oyó… y se vuelve a reír.
De su quinta son: Santiago Cano Muñoz, Luis Cano Nieto, Juan Ibáñez Sánchez,
Antonio Anguita Montañez, Juan Jiménez Pérez, Francisco Expósito Nieto, Manuel
González Palomino, Emilio Malagón Ochoa (aunque éste no se incorporó al ser
hijo de viuda)…
A
su mujer, Iluminada, la conoció en los bailes que se celebraban en las casas de
Domingo Aguilera “Arroyo”, Daniel Aranda de la “Casa la Huerta”, que por
entonces era el alcalde de Fuente Álamo, de Los Guardillas (en la casa actual
de Feliciano), donde había baile a menudo con músicos que venían de La Rábita.
Mateo “Perote” tocaba el clarinete y su hermano Ángel la batería. Recuerda que
Antonio Castillo “Caejo”, en la casa que
después fue de Pedro “El Trasperlista” tocaba el acordeón y visto que nadie salía a bailar, dijo el músico enfadado:
“esto no es baile, ni mierda”, y se
vuelve a reír. También Enrique el del
Molinillo tocaba el laúd, y se formaban buenos bailes, más arriba del Puente Suarez.
Se
casó con Iluminada Valverde Ramírez el día 6 de abril de 1958 en la Iglesia de
San Antonio de Padua, oficiando la ceremonia el párroco D. Santiago. El ambigú se
ofreció en la taberna de Domingo Aguilera, donde pusieron aperitivos de queso y jamón y vino ect… le
supuso un gasto de 2.500 pesetas, si bien en regalos obtuvieron 5.000 pesetas. La
boda estuvo amenizada por un músico que tocaba el violín llegado de la Pilas de
Fuente Soto.
Recién
casados estuvieron viviendo 6 meses en casa de su suegro Luis. Después se fueron
a vivir a Las Escalerillas durante 3 años, casa que fue después de José Arenas.
Recuerda que aquella casilla se la puso a
su suegro Julián, por servirle. Estuvo allí 3 años y después se fue a la casas
actualmente de de Feliciano Ibáñez que también fue de El Guardilla donde estuvo
otros 4 años y después se hizo la casa en un local de su suegro, siendo su
actual residencia, en la calle Sacristán.
Estuvo
entre finales de los 60 y principios de los años 70, siete temporadas trabajando
en el acondicionamiento de carreteras, en las provincias de Burgos y Santander.
Donde recuerda como un mal momento aquel accidente, cuando un grupo de
fuentealameños se desplazaban en autobús al norte de España para trabajar en el
acondicionamiento de carreteras. Ocurrió sobre las 12 y cuarto de la noche, él
todavía iba despierto. Un camión marca “Pegaso” cargado de azulejos venía a
impactarles de frente, así que el chofer del autobús dio un volantazo a la
derecha y el camión le golpeó en el lateral. A él le pillo sobre el medio y se
dio con la cigarrera en la nariz. Fue el
verano de 1973, (año en que murió su madre). Iban, Juan Pérez Hinojosa, Emilio y Pedro Malagón Ochoa y el hijo de este
Francisco Malagón Castillo, Juan y Feliciano Ibáñez Sánchez, Juan y
Miguel La Rosa Rodríguez, Rafalillo Castillo “Pandehigo”, Juan Aguilera Cano
“Cascorro” y su hijo Juan Aguilera Cervera, Luis Valverde Pérez, el Agüelo de
Puertollano, Chele, (el cuñado de la Boni de Lázaro) y alguno más que no
recuerda. En el que desgraciadamente falleció el joven Francisco Malagón y
resultó gravemente herido Juan Pérez. Cuando
vio que Juan no hablaba, ayudó a bajarlo y se lo alargó a los que estaban abajo,
paró un coche y se fue con él al hospital de Valdepeñas. El autocar se quedó
allí con todas las maletas por el suelo. Recuerda que cuando llegaron al
hospital, vieron que se les había olvidado su carnet de identidad; el guardia
le pidió los datos y se los facilitaron, haciéndoles al otro día unas preguntas
en el cuartel. Los dos más perjudicados como ha dicho fueron Francis y Juanillo, a quienes antes de venirse fueron
a verlos al hospital. Al otro día, los recogió un autocar con destino a Fuente
Álamo. Los que resultaron menos heridos volvieron, estuvieron 3 ó 4 días,
durante los cuales se celebró el sepelio de Francisco y se marcharon de nuevo,
ahora en tren, destino a Burgos. Tras esto le dieron unas 5.000 pesetas.
En
los destajos de Fuente Álamo estuvo en La Cabrera y en las tierras de Paquito
Sierra durante 18 ó 20 años recogiendo aceitunas, con quien tuve la suerte de coincidir
en la cuadrilla en alguna temporada finales los años 70 y donde nunca le vi tan enfadado como aquel
día, en el que Paco Anguita, siendo un jovenzuelo, le dio dos golpes sin querer
con la vara: el primero lo resistió con resignación y sin hacer ningún gesto y
solo dijo: “pos no que me ha dado el nene con la vara”, cuando a los pocos
segundos de terminar la frase, sufrió otra descarga, y ya no pudo resistir y
cogió la vara, se fue al medio de la hilera y en un intento de partirla por la
mitad, la cogió con las dos manos e intentó golpearla contra la rodilla,
sufriendo otra frustración, la arrojó al suelo.
Pero
su verdadera profesión y vocación como ya contamos, ha sido la de talador, pues
casi toda su vida profesional ha estado dedicada a ese oficio, en concreto 45
temporadas, 40 a hacha y 5 con máquina
de talar (motosierra). Todo empezó aquel día estando trabajado como aceitunero
en el Cortijo de la Cabrera, cuando José Vera Torres le pidió que se fuera con
él de aprendiz. Durante 40 temporadas estuvo a golpe de hacha, haciendo cortes
parejos y lavados a muchos olivos de Fuente Álamo. Tenía verdadera afición al hacha, para lo que no solo es necesario tener buenos
conocimientos sobre las ramas a cortar, sino disponer de la destreza suficiente
y unas buenas hachas afiladas. Era también albañil aficionado, hacía cuatro
chapuzas, pero no reconoce que le gustaba.
Le
pregunté para que me contase uno de sus malos ratos y me contó con rabia
contenida que una vez, hace ya más de 25 años le estafaron, para lo cual le
echaron por debajo del sobaco un gas con un espray, de lo que se percató
después pues se olía raro. Le pusieron de tal manera que él no se explica cómo
pudo hacer aquello. Uno de los estafadores se sentó al lado suyo y junto con
otro estafador, le dieron un cupón de la ONCE diciéndole que estaba premiado.
Así que fue al banco y sacó 500.000 pesetas y se las entregó a cambio del
billete, que evidentemente no estaba premiado. Me cuenta que también lo
intentaron con otro vecino de Fuente Álamo llamado Vale González, pero éste
corrió mejor suerte, pues le llamaron para que quitase la moto que estaba estorbando
y por eso se salvó. Dice que cada vez que recuerda este episodio se pone malo.
En
el verano de 1979, también se llevó un pequeño disgusto, por ese afán
sobreprotector de sus hijos. Se lo dio su hijo Antonio, quien junto con un
grupo de jóvenes fuentealmeños habían estado toda la noche de fiesta. Estaba
trabajando en el paro, en el Camino del Baño, cuando el alcalde por entonces
Antonio Pérez, le comunicó la buena noticia y le dijo que no se preocupara que su
hijo ya estaba en su casa.
También
ha tenido buenos momentos y alegrías, como el nacimiento de sus 5 hijos y 7 nietos. Otra
de ellas cuando a finales de los años 70 tuvo la suerte de acceder en régimen
de aparcero a una parcela del Cortijo de Clavijo, donde en un primer reparto se
apuntaron todos los agricultores de Fuente Álamo. Les tocó a unos que tenían ya
parcelas y a otros que no tenían, por lo que se decidió que el reparto fuera
solo para los jornaleros que no tenían tierra
o menos de una fanega, estuviesen dados de alta en la cartilla agrícola
y fueran los más necesitados. Así que fueron 21 fuentealameños los aparceros
agraciados (3 parcelas a cada uno), por
las que tenían que pagar una renta anual de 6.500 pesetas al Ayuntamiento de
Alcalá la Real. Después pudieron acceder a la propiedad mediante compra.
También
se siente orgulloso de haber hecho con sus propias manos una pequeña parcela en
Las Amoladeras. Rompió el terreno que estaba lleno de retamas, porque el por
entonces alcalde José Pedro, le dijo que aquello no tenía dueño, que lo labrase y lo sembrase
de habas, cebada… para cebar el cochinillo y le sirvió de pequeño sustento para
la familia.
Foto familia Aguilera. |
Siempre
tuvo una burra como animal de carga y a la vez de compañía, que le llamaba
Parda, porque nunca ha conducido vehículos a motor.
Ha
colaborado con cualquier fuentealameño para el mantenimiento de la Hermandad,
siendo hermano mayor de San Antonio, junto con Antonio Fuente “Tajos” y José “Benino”;
así como en cualquier acto que se le ha pedido colaboración.
Cuando
estaba soltero le gustaba ir a Sierra Morena con un grupo de amigos, pero no ha
viajado mucho, salvo por los casos obligados de la emigración a Burgos o
Santander, o de la mili, donde tuvo la oportunidad de montarse en barco y ver
el mar. Después ha ido a Sevilla, ha visitado las Cuevas de Nerja, o el Pantano
Cubillas, pero no ha ido nunca a bañarse a la playa. Volvió a ver el mar cuando
acudió a la jura de la bandera de su hijo Antonio, que también sirvió en
Melilla.
Aficionado
a los toros, le gusta jugar a la baraja, sobre todo al tute, y brisca de compañeros, pero nunca se ha
jugado el dinero. Cuando no encontraba compañero, le gustaba ver las otras
partidas y les contaba los tantos a los jugadores, y le preguntaban cuantas
llevamos Antonio y respondía “vámonos, 61” y se ríe.
La
jubilación le vino a los 60 años, le mandaron una carta diciéndole que o se
jubilaba o le quitaban el paro. Le empezaron a dar 42.000 pesetas.
Por
lo que a enfermedades respecta, solo se ha operado de piedras en la vesícula y
padece de artrosis en las rodillas, que le está imposibilitando poco a poco la
movilidad, a parte del alto acido úrico. Y ahora se dedica a la vida
contemplativa, a tomar el sol, a charlar con los amigos, a descansar, que ya se
lo merece y a seguir con ese buen sentido del humor.
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