Desde que falta su mujer, me cuenta que ha perdido mucha ilusión y algunas memorias a corto plazo. Aunque noto, que conforme avanza la conversación le va viniendo un torrente de recuerdos, que no cesa de exteriorizarlos, mostrando su agradecimiento a todo lo que suena a fuentealameño. Desde que pude contactar con él, todo ha sido bondad, generosidad y predisposición. Se le nota una fuerte carga emocional hacia lo que fue su aldea natal y sus gentes y más en concreto al paraje denominado Los Floríos[1], que le dio nombre el apellido de su abuela materna. Por ello debemos ser los demás fuentealameños los que estemos agradecidos a personas como Rafalillo, que dejaron huella, y que llevaron por bandera nuestro pueblo allí donde estuvieron. Son el símbolo de aquella época de los años 50, donde las murgas navideñas y las fiestas por cualquier acontecimiento se vivían de una forma especial, contribuyendo Rafael con su clarinete hacer la vida más llevadera después de tanta miseria. Aquella época en la que la familia y los amigos estaban por encima de todo. Estoy doblemente agradecido, cuando una persona de 90 años me dice: “He leído su libro dos veces…”, eso da mucho respeto de quien te lo dice y por otra parte demuestra su interés por lo fuentealameño. La sencillez es una virtud de los hombres grandes, y Rafael es uno de ellos.
Rafael
nació en su recordado paraje de los Floríos, el 17 de abril de 1930, lugar que abandonaría temporalmente a los 6
años de edad con el inicio de la Guerra Civil y definitivamente en año 1958. Sin embargo sus
raíces eran tan fuertes que hasta que pudo, siempre volvía para visitar a
familiares y amigos e incluso los primeros años después de su marcha, cada
temporada volvía a su antiguo trabajo en el molino de la Chinche. Allí se crió
junto con sus primos, los hijos de sus
tíos Antonio y Anica, (que a su vez eran hermanos de sus padres), aunque las
casas-cortijos estaban separadas, ellos vivían en la loma y sus primos más
cercanos al arroyo. La saga Aguilera-Valverde eran tan grande y todos en edades
similares, que cuando se les aplicaba las vacunas en el llamamiento el apellido
se repetía una y otra vez. Es el menor
de seis hermanos. Hijo de Rafael
Aguilera Flores 1891 y de María Valverde
Pulido 1896. Tuvo como hermanos a María
Luisa 1917 casada con Mateo “de la Viñuela”, Francisca 1919 casada con Mariano
Sánchez “Los Martillos”, Domingo 1920 con Rufina Zafra, Anastasio 1923 con
Elena Garzón, José 1926 con Josefa Expósito. Cada uno de ellos, excepto Francisca que vivió un poco tiempo en Los
Martillos, y José que fue él último que habitó la casa familiar, por diversos
motivos fueron saliendo de la casa-cortijo. Fundamentalmente
era la
necesidad de abrirse caminos en otros lugares, muchas veces porque habían contraído matrimonio con personas de
otras localidades. El mayor de los varones,
Domingo, ingresó en la guardia civil en los años 40 y vive también en
Linares. Otros se situaron en las Caserías de San Isidro o en la Viñuela
(Escarrihuela).
Nunca fue a la escuela oficial, debido a que cuando tenía 6 años estalló la Guerra Civil, y cuando regresaron a la casa natal, era casi ya un mozuelo en edad no escolar. Él mismo lo resume con la frase: “una noche se pasó y otra, nunca llegó”. Eso no quita que tuviese una buena formación, pues era aplicado y sus padres pagaban a maestros no profesionales que iban por los cortijos enseñando las reglas básicas. Él solamente le pedía a su padre que fuesen maestros que no pegasen. Unas veces les daban clases en la casa de sus primos, otras en la suya, o en el cortijo de los Cerinos. Antes de la Guerra Civil, durante la II Republica, ganó un premio en la aldea de las Pilas de Fuente Soto, tendría 5 años. Su primer maestro que se llamaba Julián, quiso llevar a sus alumnos más destacados a un concurso en la mencionada aldea. Recuerda que le pusieron encima de una mesa y le hacían preguntas sobre geografía, me dice: “los ríos y esas cosas”. El premio fue un libro de historias. Su prima Inés consiguió también el primer premio de las niñas, y su otro primo Antonio “El Sordillo”, el segundo. Aquel maestro quería sacarse el título oficial de maestros y les iban a llevar a Granada, según les dijo. La Guerra Civil lo truncó todo, se llevó su formación y lo que fue más grave: a su maestro, del que según le contó Pedro “El Trasperlista”, un proyectil le impactó de tal manera que no le encontraron ni las botas que llevaba.
Después
de la Guerra tuvo otros maestros de campo, recuerda a Juan Rey Rojano
“Topillo”. También tuvieron como maestro a
Ángel la Calle, de Frailes, que les daba gramática. Pero con quien se profesaba verdadera fe mutua era con Matías Pérez “Borracho” de Fuente
Álamo, quien también iba al cortijo a darles clase y algunas veces les pillaba
guardando los marranos y como estos se le escapasen, la clase se pasaba.
Después, en los años 50, estuvieron trabajando juntos en la recolección de la
aceituna en Bujalance. Él llevaba las
cuentas de la cuadrilla y entre ambos
las ajustaron.
De los inicios de la Guerra Civil, sus recuerdos no son buenos. Tiene grabado el hecho de la muerte de una persona ocurrido en las cercanías del lugar donde vivían, en concreto de una persona de Algarinejo, que un destacamento rojo asentado en el Cerro del Ayozo mató. Fue enterrado en la parte baja del Cortijo del Coscojar Bajo, a una distancia de 4 ó 5 hileras de olivos. Pocos días después les llevaron los milicianos a San José de la Rábita. Fueron al cortijo con mulos y les dijeron que no se movieran de allí, que no se cambiaran con los fascistas que los mataban, y al otro día fueron y se los llevaron, cosa que nunca entendió muy bien, pues eran una familia humilde. En San José estuvieron unos pocos días,
de allí solo recuerda que había muchas botellas rotas por el suelo, por lo que podía ser una antigua taberna. Pero como su hermano Anastasio y su primo Lorenzo se habían quedado con Antonio Ramírez “Andanas” en el Cortijo del Ayozo, volvieron a por ellos y se pasaron con los nacionales. Primero estuvieron unos días en las casillas de Estaban García en la Dehesa, después en el Cortijos del Encinar en casa de una tía materna, y desde allí se marcharon a Alcalá la Real. Estuvieron parando en una casa en la Calle Ancha y después en una casa grande en el Llanete del Conde donde se acomodaron con un hombre llamado Tío Jarico que se les habían marchado sus hijos a la zona roja. En Alcalá permanecieron aproximadamente un año, pues recuerda que estuvieron la temporada de aceitunas. Se acuerda de los bombardeos sufridos desde el Puerto del Castillo donde disparaban los cañones, aún tiene grabado aquel silbido de los proyectiles y su impacto. En la Calle Ancha no explotaron y lo sacaron los artificieros. Circunstancias de la vida, sin que sepa el porqué, salvo que se debiera a una visita de enfermos, vio a Antonio Ramírez Vico, hijo de Vicente Ramírez, en el hospital, muerto, y otro llamado Mere de las Caserías. Pudo escuchar a Vicente decir muy afectado: “Qué le ha pasado a mi hijo”. Fue con su padre al hospital, donde había en el suelo algunos muertos. Reconoció a Mere, aunque estaba muy negro. De pronto un hombre le dijo: “Niño que haces tú, aquí”. Y le recriminó a su padre: “Hombre, llévese a este chiquillo de aquí, no hace falta que vea estas cosas”. Piensa que pudo ser en el ataque a Alcalá la Real en febrero de 1937. Desde Alcalá se fueron a las Lagunillas de Priego. Durante el camino veía cómo los aviones por la Setilla batían sus alas y cómo los olivares movían sus ramas. Desde allí a Cabra. Paraban en un cortijo llamado Casilla la Mina a tres kilómetros de la ciudad. También pudo presenciar otro ataque republicano el 7 de noviembre de 1938 a dicha ciudad, recuerda que estuvieron tres mañanas seguidas sobrevolando los aviones, y al tercer día los bombardearon. Le pareció que se abría la tierra, muchas de las personas que huyeron llegaron ensangrentadas al cortijo a refugiarse. Allí no sabían nada de guerra, estaban tranquilos. Su padre era el mulero mayor y su hermano Anastasio trabajaba con una yunta, a su hermano Domingo se lo llevaron a la guerra, estuvo en el frente nacional durante once meses en Peñarroya.Una
vez finalizada la guerra vuelven a los Florios en el año 1941. No hizo la
primera comunión, la hizo después en la mili. Una vez reasentados, la familia
intentó rehacer sus vidas. Él cuidaba los marranos, hasta que siendo un jovenzuelo,
comenzó a trabajar como jornalero y con las yuntas del Cortijo del Coscojar,
sustituyendo a su hermano Pepe y labrando las 4 fanegas de tierra de la familia.
Trabajos que compatibilizó como contable en el molino de aceite de la Chinche,
a donde volvía cada campaña incluso estando viviendo en Villanueva de la Reina.
Hizo una gran amistada con Juanito el de la Chinche, su empleador, parando
incluso en su casa.
Se
inició en la Postguerra una de las etapas más felices de su vida, su familia,
pese a las necesidades, era muy alegre y le gustaba formar fiestas tanto en las
navidades, como en otros acontecimientos
festivos como arremates de aceituna, hasta el punto que Matías “Candio”, decía
que como ellos no había otros, que era la mejor murga de todos los alrededores.
Fueron muchos años de comparsas, donde su hermano Anastasio era el maestro, su
primo Benito cantaba los estribillos
y tocaba los platillos, y él la flauta y el clarinete, que le cambió por un reloj de
pulsera a un hijo del apodado “El Huérfano”. También era coordinador de las
coplillas, para enlazar unas con otras. Su prima Inés era la que llevaba la voz
cantante. La murga la formaban hombres y mujeres, después solo hombres. Se
juntaban con los Cerinos y con los hijos de Fernando “Cagarruto”, de quien un
hijo murió en una navidad de una meningitis. Formaban una gran comparsa en la
Nochebuena, donde primero cantaban villancicos
compuestos por ellos y después pedían
permiso al personal para cantarle coplillas a las mocitas. Aquello le gustaba
mucho a la gente. Era una murga dirigida por el maestro, con zambombas, carrañacas,
panderetas... que eran elaboradas por ellos mismos, incluso con un tambor que
tocaba su primo Antonio “Sordillo”. También las coplillas eran compuestas por
ellos, los más destacados eran su hermano Anastasio y Pedro Pareja “Cerino”, y
una de las coplas comenzaba: “Anastasio
el Florio y Pedro de los Cerinos, han inventado estas coplas para divertir
vecinos”. Cosa que no gustó a algunos por señalarse, pero piensa, que
seguramente fue a los que no componían nada. Como hemos dicho entremedias de
los villancicos se cantaba:
“Señores ya han terminado
las coplas de los murguistas, ahora vamos a empezar con varias de las mocitas (Pedro
Pareja “Cerino”):
“Las mocitas de hoy en día feas no existe
ninguna,
mientras existan cremas, coloretes y pintura”
(Rafael Aguilera).
y se peinan a lo loco, el demonio las ampare”.
Muchas se ponen de bien
pues que les parta un rayo,
con el peinado tan liso y la cola de caballo. (Matías Pérez).
Matías Pérez componía estas coplillas cuando estaban en la aceitunas
en Bujalance en la temporada de 1955. Allí formaron una buena cuadrilla con
Mateo, hermano de Matías y sus hijos Antonia y Amador.
Aprendió a tocar primero la flauta y después el clarinete de oídas, formando incluso un grupo musical con su primo Benito que tocaba la batería y al violín,
Pepe Aguilera el hijo de Víctor, hermano de Bonifacio. Tocaron en Cañahonda, en la Cruz de la Setilla y otros muchos festejos que se formaban por aquellas cortijadas.CONTINUARÁ…
[1] Los Floríos es un paraje de unas cuatro fanegas
de extensión donde estaban ubicadas dos casas-cortijos perteneciente a La Colonia
de Fuente Álamo que se extiende desde de Rajuña hasta la zona alta de Los
Floríos.
Domingo muy bonito el artículo, me consta que mi tío se ha emocionado mucho cuando lo ha leído. Esperamos a la segunda parte.
ResponderEliminarUn saludo
Muchas gracias Vicente por el comentario, me alegra que te guste y sobretodo que haya servido para emocionar a Rafael. Pronto saldrá la segunda parte, creo que incluso más interesante. Un abrazo.
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