martes, 5 de febrero de 2013

NIÑOS DE LOS AÑOS SESENTA Y SETENTA EN FUENTE ÁLAMO. I PARTE.



PRIMERA PARTE

Con esta entrada intentaremos conocer, fundamentalmente a través de sus juegos, cómo eran los niños y niñas fuentealameños en las décadas de los sesenta y setenta, pues, desde mi punto de vista, anteriormente a estas décadas, no existieron niños, sino que ya nacieron siendo hombres, o en todo caso, los juegos y las diversiones propios de los niños quedaban para los “ratos libres” que pudieran dejar las faenas de la casa o del campo. La escuela era algo secundario, las tareas escolares no existían y solamente podían estudiar los hijos de las  familias “más acomodadas”, dígase los González, los Ramírez, los Ruiz, ect…, salvo que algún niño de las familias pobres destacase e iniciase los estudios de teología, que eran sufragados por la familia Sierra.
Antes de los años sesenta, incluso a primeros de estos, la mayoría los niños y niñas servían en las casas o cortijos de familias más pudientes o trabajaban en el campo, o se dedicaban a cuidar de hermanos menores, a carear los mulos, las cabras, los cochinos o los pavos, que siendo un trabajo remunerado por la comida, a la vez servía de distracción y en algún caso que otro, de diversión, así se divertían, luchando para ver quien era el más valiente, quien tenía el mulo más veloz, la cabra que mejor trompaba y ganaba a las otras, el perro que era más valiente para las peleas, ect… El tener una pequeña navaja o trinchete en el bolsillo, era un utensilio, a la vez que un juguete. Era una situación propia de la posguerra, donde para pelarse, no había que tener otro motivo que el pintar dos rayas en el suelo, que representaban al padre de cada uno y el primero que fuera más atrevido y pisase la raya del otro, ya era motivo suficiente para liar la pelea. 

En los años sesenta había que diferenciar muy mucho los juegos de los niños y de las niñas, sobre todo porque no se podía participar en los juegos de ellas, de lo contrario te podían tildar de “mariquita” o cosas así, y si eran  las niñas las que se mezclaban en los juegos de los niños, las llamaban “marimacho”.
 Las niñas jugaban en grupos de 3 ó 4, a la rayuela, que se pintaba con tiza en el pequeño patio de entrada a la escuela, a la comba, a la cinta elástica, a los cromos o en algunos casos a las muñecas, pero menos, porqué no se tenían, salvo, que cualquier palo lo vistiesen con cuatro trapos.
Las niñas jugaban a saltar la comba, con la soga de esparto que servía para  cinchar los mulos, cantando canciones, que como dicen sus letras eran específicas para ellas:

Al pasar la barca 
Me dijo el barquero
Las niñas bonitas
No pagan dinero
Yo no soy bonita
Ni lo quiero ser
Yo pago dinero
Como otra mujer
La volvió a pasar
Me volvió a decir
Las niñas bonitas
No pagan aquí
Al volver la barca
Me volvió a decir
Esta morenita
Me ha gustado a mi
Al pasar la barca
Me dijo el barquero
Las niñas chiquitas
No pagan dinero
Al pasar de nuevo
Me volvió a decir
Las niñas bonitas
No pagan aquí
Yo no soy bonita
Ni lo quiero ser
Arriba la barca
1,2 Y 3. (Bis)
Al pasar la barca
Me dijo el barquero
Las niñas bonitas
No pagan dinero
Yo no soy bonita
Ni lo quiero ser
Yo pago dinero
Como otra mujer. (Bis)
 Jugaban al corro, cantando:
Al corro de la patata
comeremos ensalada,
lo que comen los señores
naranjitas y limones.
Achupé, achupé
sentadita me quedé.

Los niños se agrupaban en pandillas, al frente de ellas estaba un líder y se formaban por barrios, el Cerro, La Piquera, La Fuente, los Cortijos…, aunque a veces se unían, pues, los niños necesitaban asociarse para poder jugar a juegos colectivos, eran grupos de 5, 6 o más niños. Cada grupo jugaba al juego elegido entre todos y se cambiaba según el cansancio o gusto de los que perdían.
 Eran juegos como la conducción de aros de llanta de las bicicletas, guiados por un gancho de alambre o por una vareta de olivo, el clavo, el trompo, la tita, los cartones o registros, el escondite, policías y ladrones, la lata, el lápiz corrido, el burro mondado, etc…  y sobre todo los pistoleros, intentando imitar a los héroes valientes americanos de las series que se emitían por la tele, como Bonanza, Cimarrón, Daniel Boone y demás Western. Las ganas de emular a dichos héroes nos llevó a tener un día la feliz y fugaz idea, no sé de quien, de asaltar la tienda de juguetes que Antonio Anguitas “Braguetas” tenía en la casa que actualmente es de Mariana, entrando por la piquerilla que tenía en el cerro, de tal suerte que mientras, yo vigilaba, sentado en la puertecilla de entrada, los niños mayores, daban el atraco, llevándose pistolas y espadas de pasta o plástico duro, sombreros de pistoleros de plástico, ect..., pero el disfrute fue corto, apenas unas horas, pues, la operación estuvo siendo vigilada en todo momento, por Bonifacia Escribano, la vecina de arriba, quien dio el alerta y fuimos identificados uno a uno, teniendo que deponer las armas y entregarnos al propietario de las mismas, como viles delincuentes. ¿Te acuerdas, Jesús?
      La falta de juguetes hacía que el ingenio trabajase y se construyesen carretillas con dos palos, cuatro tablas que se unían a los dos palos, un clavo o cualquier barra metálica que servía de eje y una rueda de hierro, incluso las de un trillo. Se hacían tómbolas formadas con un trozo de viga colocada verticalmente, un clavo que sujetaba una ruleta de cartón dividido en varia porciones pintadas con diversos colores y un alambre fijo. Se hacía instrumentos musicales como una batería o tambor, con dos cajas de cartón, dos latas de aceite de motor y unas tapaderas de cocina metálicas, o una guitarra con una tabla, cuatro puntillas y cuatro hilos de plástico, y a cantar aquello de “Porqué no engraso los ejes me llaman abandonao…”  Nuestros columpios eran una soga atada por sus dos extremos a una rama fuerte de una higuera o un olivo; el no va más de nuestro ingenio y las ganas de diversión, nos llevó a doblar unos álamos en el barranco de la Erilla, para ello hubo que atar un soga a la copa del álamo y tirar hasta que doblegase poco a poco sin partirse, del forma que la comba que se produjo en ellos, hizo que domasen y con nuestro peso, subiesen y bajasen como la mejor columpio de la feria de Alcalá la Real.

También había juegos que se practicaban en los trancos de las puertas de las casas y en la tierra de las calles, como era, jugar con pequeños muñecos pistoleros o camiones de plástico, donde las carreteras se hacían sobre la tierra empolvada de la calle. Recuerdo que alguien “encontró” debajo de olivo un camión de plástico de bombonas de butano, con el que pude jugar unos minutos, me lo dio al terminar la jornada de aceitunas sobre la cinco y media y a las siete, estaban los dueños en mi casa para recogerlo, pues adivinaron quien pudo tener tal suerte, al ser Los Cierzos, el lugar de paso y donde se encontraban recogiendo aceitunas. El camión resultó ser de Manolín, un primo de Enrique.
SEGUNDA PARTE


            Durante los calurosos veranos de mediados los años sesenta, una de las distracciones o la diversión principal de los niños fuentealameños, consistía en localizar alguna alberca o el arroyo del Salado, que por entonces hasta llevaba peces, ahora casi ni agua, para darse un buen chapuzón. Caminaban dirección Las Amoladeras abajo, descamisados, buscando refrescarse en un lugar sin prohibiciones, pues estaba prohibido bañarse en los estanques del Ruedo, en la alberca de la Sagradera, en el estanque de Ardales y en todos los lugares que pudiera suponer un peligro de ahogamiento o corte de digestión. Era una época en que la mayoría de los niños, no sabíamos nadar y teníamos que aprender en albercas o pequeños estantes a medio llenar, como era el estanque de Sinforiano en el Llano, el de Santiago en el Barranco Muriano o la piscinilla de Marcelino. Si te arriesgabas a bañarte en algún estanque prohibido, como el del Ruedo, y tenías la mala suerte de que te cogía el guarda Juan Aguilera, te crujía el hato, aunque en este caso no había hato, pues estabas desnudo, hasta que conseguías engancharte al borde y salir corriendo, con o sin ropa, esto se lo pueden preguntar a Quisco Pérez “Cantares” y a otros más. Tiempo después, solamente podías ir a bañarte con los hijos del alcalde José Pedro, que era el encargado, por cierto, que fría estaba el agua del estanque del Ruedo.  En otra ocasión, ya en el mes de junio de 1970, aprovechamos incluso el recreo de la escuela, para ir a darnos un chapuzó en la alberquilla de la Sangradera, que guardaba Feliciano Carrillo, quien al percatarse de que cuatro o cinco niños estábamos allí zambullidos, cogió nuestras ropas, y tuvimos que identificarnos uno a uno, a cambio de poder recuperarlas, llevando la lista de bañistas a la maestra Doña Toñi, quien nos impuso el consiguiente castigo, de las manos en cruz. ¿Os acordáis, Jose, Pedri…? 
La confección de tirachinas, arcos de fechas y hondas era manual, personal y transmitida de generación en generación. Así, casi todos los niños en Fuente Álamo, tenían su propio tirachinas, elaborado con materiales reciclados, como era las gomas de las recámaras de las bicicletas, el cuero de los zapatos rotos, la guita de atar las morcillas y una vareta de olivo en forma de horquilla simétrica. El arco de la fecha era una vara de olivo o almendro que se doblaba hasta darle forma arqueada, tensada con una cuerda de los capachos del molino, que se ataba a cada extremo, siendo las fechas una varetillas de olivo terminadas en punta o algún carrizo al que se le acoplaba una punta metálica. La honda se hacía de pleita de esparto, con doble cordón cosido en el centro y con una obertura en uno de los extremo para meter la mano. Cada vez que la girábamos para tirar una piedra, pensábamos cómo pudo David derribar a Goliat, con aquel instrumento.
Con estas “armas” realizábamos otra de las distracciones del verano, como era la de buscar nidos de tórtola entre los extensos olivares, si se daba caza a la madre, la crianza de los tórtolos se continuaba en la casa, aunque siempre se dijo que traía mala suerte, pero era sólo para los supersticiosos; También se correteaba a los perdigones, con o sin recompensa. Eran épocas en que la protección de la naturaleza no era tan necesaria, todavía no habían llegados a los campos de Fuente Álamo los insecticidas, plaguicidas, herbicidas, ect…, y todos los niños tenían de 30 a 40 trampas, llamadas “costillas”, en lugares donde los zorzales y demás pájaros insectívoros, pudieran ver el cebo, que era una aluda y caer atrapados entre alambres. Esta caza se realizaba en los otoños, cuando regresaban los zorzales y comenzaba a madurar la aceituna  y fundamentalmente durante los fines de semana o los días sin escuela, así se iban colocando las trampas en hileras salteadas de olivos, en lugares de monte donde habían escarbado los zorzales buscando insectos, en árboles frutales o en agüeros, pero casi siempre en un lugar donde se pudieran vigilar, pues, si bien, en aquellas épocas no estaba prohibido por las leyes, si era fácil, que otros niños, no sólo se llevasen la presa, sino también la trampa. 
Cuando íbamos de excursión en la escuela, a los baños de Ardales, con el maestro Don Leovigildo, durante el trayecto, nos enseñó o no hizo aprender canciones propias de la época franquista, así en 1.969, cantábamos aquello de:


En pie, camaradas, y siempre adelante
cantemos el himno de la juventud
el himno que canta la España gigante
que sacude el yugo de la esclavitud.
De Isabel y Fernando el espíritu impera
moriremos besando la sagrada bandera
Nuestra España gloriosa
nuevamente ha de ser
la Nación poderosa
que jamás dejó de vencer.
El sol de Justicia de una nueva era
radiante aparece en nuestra Nación.
Ya ondea en los aires la pura bandera
que ha de ser el signo de la redención.
En pie, camaradas, y siempre adelante
cantemos el himno de la juventud
el himno que canta la España gigante
que sacude el yugo de la esclavitud.
De Isabel y Fernando el espíritu impera
moriremos besando la sagrada bandera
Nuestra España gloriosa
nuevamente ha de ser
la Nación poderosa
que jamás dejó de vencer.
No siempre se jugaba, sino que a veces las diferencias por los juegos se convertían en peleas, así a primeros de los años  setenta, las peleas entre barrios se generalizaron y sobre todo entre los niños de las aldeas y de los cortijos, con quienes siempre existieron diferencias por aquello de sentirse superior. En cierta ocasión se libró una batalla a pedradas entre el Cerro y la Fuente, o lo que es lo mismo entre los partidarios de “Gorillo” y los de Jesús, eso sí, no hubo ningún herido.

 A primeros de los años 70, las bicicletas BH fueron sustituyendo a las Orbea que eran de ruedas más grandes y de las que ya quedaban pocas y la mayoría sin frenos, las varillas metálicas de los frenos se habían estropeado, habían perdido los guardabarros y la suela del zapato tenía que hacer de freno, hasta el punto de que a veces llegaba la cubierta de la bicicleta hasta la planta del pie, que se ponía ardiendo. La primera BH en llegar a Fuente Álamo fue un regalo a Pepe Luis de su abuelo, quien fue a mercarla a Alcalá. La bici de Paco Arenas, era plegable y de piñones fijos, y vino de la Costa Brava, le siguieron la de Benito (roja), la de José Antonio (azul), la mía era naranja y me la compraron ya en 1974, creo que por unas 4.500 pesetas, le siguieron otras hasta casi una veintena. Eran bicicletas con una dinamo que producía luz delantera y trasera, frenos de cable, guardabarros y portabultos, con manillar en forma de “U”. A veces, se prestaban para dar paseos a cambio de onzas de chocolate.
Después de la lluvia, cuando las calles estaban embarradas, se jugaba al clavo, que consistía en marcar sobre el barro unos recuadros dobles, especie de rayuela, e ir lanzándolo por turnos, desde una línea inicial para intentar clavarlo en las diferentes casillas, según lo lejano que estuviese la dificulta era mayor y  ganaba quien primero hiciere el recorrido.
La tita, era un trocillo de ladrillo o de azulejo triangular, que colocada a cierta distancia, junto con los “registros” o “cartones” recortados de cajetillas de cerillas, había que derribar y lanzarla lo más lejos posible con una tejuleta o con una plancha de hierro, que cada jugador tenía, llevándose los “registros”, el jugador que pusiera el tejo más cerca de ellos, sin que la tita estuviese por medio. Este juego era muy similar a la petanca, pues se podía alejar el tejo del contrario con un golpe del tejo de otro jugador.
Los juegos de pelota no estaban en la mente de los niños fuentealameños, ni a su alcance hasta ya entrados los años setenta, y aparte del fútbol al que ya dedicamos una entrada completa, se limitaban al “juego de matar” o “el quemado”, que era ritual habitual sobre todo los Viernes Santos, los equipos  ya eran mixtos, y los niños se mezclaban con las niñas.
Con las siguientes reglas:
1ª) Se marcaba el terreno de juego con una tiza o trozo de teja.
2ª) Alguien lanzaba la pelota hacia atrás y los dos primeros jugadores que la cogiesen, formaría su equipo y serían los que se colocasen a cada uno de los extremos del campo, mientras que los demás jugadores tendrían que colocarse en el centro del campo de juego, dividido por otra línea para separar cada equipo.
3ª) Se sorteaba la primera posesión de la pelota. El jugador que iniciaba el juego trataba de "matar" a alguno de jugadores de manera que al tirarle, la pelota, ésta le tocase en cualquier parte del cuerpo y cayese al suelo. Si aquel a quien apuntaba el tiro de pelota reaccionaba, podía moverse o correr por el campo para esquivarlo.
4ª) Un jugador no se consideraba "muerto" si la pelota, tras tocarle, es recogida por él mismo o por algún compañero del equipo antes de que caiga al suelo.
5ª) En los lanzamientos de la pelota no se podía pisar ni atravesar las líneas que dividía el campo.
6ª) Si se "mataba" a un jugador, éste quedaba eliminado, pasando al otro lado del campo.
7ª) Si lograba su objetivo de coger la pelota, se reincorporaba a la zona inicial de su campo y dejaba de estar "muerto", teniendo otra vida.
8ª) El juego finaliza cuando tenía a todos sus jugadores "muertos".


En este trabajo que hemos dividido en dos partes, se han reflejado algunos de los juegos y diversiones practicados en Fuente Álamo con la intención de conocer mejor a los niños de mediados los  60 hasta mediados los 70, pero, como siempre, queda abierta a que cada uno de los fuentealameños pueda contar sus propias experiencias de niño, sus juegos o diversiones, para saber como eran los de los niños de su época. El hecho de que no mencione mucho las distracciones y juegos de las niñas en la época reflejada, es debido a que con edades más tempranas que los niños se hacían verdaderas mujeres, y sus juegos estaban pensados en los costureros, en el punto de cruz o en el bordado y en faenas propias de la casa, más que en los juegos de la calle, que por esas épocas estaba hasta mal visto, aunque como muchas cosas de esos tiempos, no tuviera mucho sentido y la igualdad era impensable.

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