Foto: Jesús Aguilera-1966 |
Tanto en la entrada anterior https://historiadefuentealamo-jaen.blogspot.com/2020/08/ninos-de-fuente-alamo-en-los-anos-60-y.html como en esta continuación, reflejamos algunos de los juegos y diversiones practicados en Fuente Álamo con la intención de conocer mejor a los niños de mediados de los 60 hasta mediados de los 70. El hecho de que no se mencionen mucho las distracciones y juegos de las niñas en la época reflejada, es debido a que con edades más tempranas que los niños se hacían verdaderas mujeres, y sus juegos estaban pensados en los costureros, en el punto de cruz o bordado y en faenas propias de la casa. Que las niñas jugaran en la calle estaba mal visto en aquella época; la igualdad, como muchas otras cosas de esos tiempos, era impensable.
Durante los calurosos veranos de mediados los años sesenta, una de las distracciones o la diversión principal de los niños fuentealameños, consistía en localizar alguna alberca o visitar el arroyo del Salado, que por entonces hasta llevaba peces, pero ahora casi ni agua para darse un buen chapuzón. Caminaban dirección Las Amoladeras abajo, descamisados, buscando refrescarse en un lugar sin prohibiciones, pues estaba prohibido bañarse en los estanques del Ruedo, en la alberca de la Sagradera, en el estanque de Ardales y en todos los lugares que pudiera suponer un peligro de ahogamiento o corte de digestión. Era una época en que la mayoría de los niños, no sabíamos nadar y teníamos que aprender en albercas o pequeños estantes a medio llenar, como era el estanque de Sinforiano en el Llano, el de Santiago en el Barranco Muriano o la piscinilla de Marcelino. Si te arriesgabas a bañarte en algún estanque prohibido, como el del Ruedo, y tenías la mala suerte de que te cogía el guarda Juan Aguilera “Gazpacho”, te crujía el hato, aunque en este caso no había hato, pues estabas desnudo, hasta que conseguías engancharte al borde y salir corriendo, con o sin ropa. Esto se lo pueden preguntar a Quisco Pérez “Cantares” y a algún que otro más. Tiempo después, solamente podías ir a bañarte con los hijos del alcalde José Pedro, que era el encargado. Por cierto, qué fría estaba el agua del estanque del Ruedo. En otra ocasión, ya en el mes de junio de 1970, aprovechamos incluso el recreo de la escuela, para ir a darnos un chapuzón en la alberquilla de la Sangradera, que guardaba Feliciano Carrillo, quien al percatarse de que cuatro o cinco niños estábamos allí zambullidos, cogió nuestras ropas, y tuvimos que identificarnos uno a uno a cambio de poder recuperarlas, llevando la lista de bañistas a la maestra Doña Toñi, quien nos impuso el consiguiente castigo, aquel de las manos en cruz. ¿Os acordáis, José, Pedri…?
La confección de tirachinas, arcos de fechas y hondas era manual, personal y transmitida de generación en generación. Así, casi todos los niños en Fuente Álamo, teníamos nuestro propio tirachinas, elaborado con materiales reciclados, como era las gomas de las recámaras de las bicicletas, el cuero de los zapatos rotos, la guita de atar las morcillas y una vareta de olivo en forma de horquilla simétrica. El arco de la fecha era una vara de olivo o almendro que se doblaba hasta darle forma arqueada, tensada con una cuerda de los capachos del molino, que se ataba a cada extremo, siendo las fechas unas varetillas de olivo terminadas en punta o algún carrizo al que se le acoplaba una punta metálica. La honda se hacía de pleita de esparto, con doble cordón cosido en el centro y con una obertura en uno de los extremos para meter la mano. Cada vez que la girábamos para tirar una piedra, pensábamos cómo pudo David derribar a Goliat, con aquel juguete.
Bicicleta de José Luis Montes |
Con estas “armas” realizábamos otra de las distracciones del verano, como era la de buscar nidos de tórtola entre los extensos olivares. Si se daba caza a la madre, la crianza de los tórtolos se continuaba en la casa, aunque siempre se dijo que traía mala suerte, pero era sólo para los supersticiosos. También se correteaba a los perdigones, con o sin recompensa. Eran épocas en las que la protección de la naturaleza no era tan necesaria, y la caza era algo natural; todavía no habían llegados a los campos de Fuente Álamo los insecticidas, plaguicidas, herbicidas, etc., y todos los niños tenían de 30 a 40 trampas, llamadas “costillas” en lugares donde los zorzales y demás pájaros insectívoros pudieran ver el cebo y caer atrapados entre alambres. Esta caza se realizaba en los otoños, cuando regresaban los zorzales y comenzaba a madurar la aceituna y fundamentalmente durante los fines de semana o los días sin escuela. Así se iban colocando las trampas en hileras salteadas de olivos, en lugares de monte donde habían escarbado los zorzales buscando insectos, en árboles frutales o en agüeros, pero casi siempre en un lugar donde se pudieran vigilar, pues, si bien en aquellas épocas no estaba prohibido por las leyes, si era fácil que otros niños, no sólo se llevasen la presa, sino también la trampa.
Cuando nos llevaban de excursión en la escuela a los Baños de
Ardales, con el maestro Don Leovigildo, nos enseñaba
(o nos hacía aprender) durante el
trayecto, canciones propias de la época franquista,
así en 1.969, cantábamos aquello de: “En pie camarada, siempre adelante…” pero
las canciones populares las guardaremos para otra ocasión.
No siempre se jugaba, sino que a veces las diferencias por los juegos se convertían en peleas, así a primeros de los años setenta, las peleas entre barrios se generalizaron sobre todo entre los niños de las aldeas y de los cortijos, con quienes siempre existieron diferencias por aquello de sentirse superiores. En cierta ocasión se libró una batalla a pedradas entre el Cerro y la Fuente, o lo que es lo mismo, entre los partidarios de “Gorillo” y los de Jesús; eso sí, no hubo ningún herido.
A
primeros de los años 70, las bicicletas
BH fueron sustituyendo a las antiguas Orbea que eran de ruedas más grandes y de
las que ya quedaban pocas y la mayoría sin frenos, las varillas metálicas
estropeadas, los guardabarros perdidos y la suela del zapato de freno, hasta el
punto de que a veces llegaba la cubierta de la bicicleta hasta la planta del
pie, que se ponía ardiendo. La primera BH en llegar a Fuente Álamo fue un
regalo a Pepe Luis Montes de su abuelo, quien fue a mercarla a Alcalá. La bici
de Paco Arenas era plegable y de piñones fijos, y vino de la Costa Brava, le
siguieron la roja de Benito y la azul de José Antonio. La mía era naranja y me
la compraron ya en 1974, creo que por unas 4.500 pesetas, le siguieron otras,
hasta casi una veintena. Eran bicicletas con una dinamo que producía luz
delantera y trasera, frenos de cable, guardabarros y portabultos, con manillar
en forma de “U”. A veces, se prestaban para dar paseos a cambio de onzas de
chocolate.
Después de la lluvia, cuando las calles estaban embarradas, se jugaba al clavo, que consistía en marcar sobre el barro unos recuadros dobles, especie de rayuela, e ir lanzándolo por turnos, desde una línea inicial, para intentar clavarlo en las diferentes casillas. Según lo lejano que estuviese, la dificultad era mayor y ganaba quien primero hiciere el recorrido.
La tita era un trocillo de ladrillo o de
azulejo triangular, que se colocaba a cierta distancia, junto con los
“registros” o “cartones” recortados de cajetillas de cerillas. El juego
consistía en derribarla y lanzarla lo más lejos posible con una tejuleta o con
una plancha de hierro que cada jugador había preparado, llevándose los
“registros” el jugador que pusiera el tejo más cerca de ellos sin que la tita
estuviese por medio. Este juego era muy similar a la petanca, pues se podía
alejar el tejo del contrario con un golpe del tejo de otro jugador.
Los juegos de pelota no estaban en la mente de los niños fuentealameños, ni a su alcance hasta ya entrados los años setenta, y aparte del fútbol que ya trataremos en otro apartado, se limitaban al “juego de matar” o “el quemado”, que era un ritual habitual sobre todo los Viernes Santos, los equipos ya eran mixtos, y los niños se mezclaban con las niñas.
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