sábado, 15 de agosto de 2020

II. NIÑOS DE FUENTE ÁLAMO DE LOS AÑOS 60 Y 70. SUS JUEGOS.

   

Foto: Jesús Aguilera-1966

      Tanto en la entrada  anterior https://historiadefuentealamo-jaen.blogspot.com/2020/08/ninos-de-fuente-alamo-en-los-anos-60-y.html como en esta continuación, reflejamos algunos de los juegos y diversiones practicados en Fuente Álamo con la intención de conocer mejor a los niños de mediados de los  60 hasta mediados de los 70. El hecho de que no se mencionen mucho las distracciones y juegos de las niñas en la época reflejada, es debido a que con edades más tempranas que los niños se hacían verdaderas mujeres, y sus juegos estaban pensados en los costureros, en el punto de cruz o bordado y en faenas propias de la casa. Que las niñas jugaran en la calle estaba mal visto en aquella época; la igualdad, como muchas otras cosas de esos tiempos, era impensable.

            Durante los calurosos veranos de mediados los años sesenta, una de las distracciones o la diversión principal de los niños fuentealameños, consistía en localizar alguna alberca o visitar el arroyo del Salado, que por entonces hasta llevaba peces, pero ahora casi ni agua para darse un buen chapuzón. Caminaban dirección Las Amoladeras abajo, descamisados, buscando refrescarse en un lugar sin prohibiciones, pues estaba prohibido bañarse en los estanques del Ruedo, en la alberca de la Sagradera, en el estanque de Ardales y en todos los lugares que pudiera suponer un peligro de ahogamiento o corte de digestión. Era una época en que la mayoría de los niños, no sabíamos nadar y teníamos que aprender en albercas o pequeños estantes a medio llenar, como era el estanque de Sinforiano en el Llano, el de Santiago en el Barranco Muriano o la piscinilla de Marcelino. Si te arriesgabas a bañarte en algún estanque prohibido, como el del Ruedo, y tenías la mala suerte de que te cogía el guarda Juan Aguilera “Gazpacho”, te crujía el hato, aunque en este caso no había hato, pues estabas desnudo, hasta que conseguías engancharte al borde y salir corriendo, con o sin ropa. Esto se lo pueden preguntar a Quisco Pérez “Cantares” y a algún que otro más. Tiempo después, solamente podías ir a bañarte con los hijos del alcalde José Pedro, que era el encargado. Por cierto, qué fría estaba el agua del estanque del Ruedo.  En otra ocasión, ya en el mes de junio de 1970, aprovechamos incluso el recreo de la escuela, para ir a darnos un chapuzón en la alberquilla de la Sangradera, que guardaba Feliciano Carrillo, quien al percatarse de que cuatro o cinco niños estábamos allí zambullidos, cogió nuestras ropas, y tuvimos que identificarnos uno a uno a cambio de poder recuperarlas, llevando la lista de bañistas a la maestra Doña Toñi, quien nos impuso el consiguiente castigo, aquel de las manos en cruz. ¿Os acordáis, José, Pedri…?

La confección de tirachinas, arcos de fechas y hondas era manual, personal y transmitida de generación en generación. Así, casi todos los niños en Fuente Álamo, teníamos nuestro propio tirachinas, elaborado con materiales reciclados, como era las gomas de las recámaras de las bicicletas, el cuero de los zapatos rotos, la guita de atar las morcillas y una vareta de olivo en forma de horquilla simétrica. El arco de la fecha era una vara de olivo o almendro que se doblaba hasta darle forma arqueada, tensada con una cuerda de los capachos del molino, que se ataba a cada extremo, siendo las fechas unas varetillas de olivo terminadas en punta o algún carrizo al que se le acoplaba una punta metálica. La honda se hacía de pleita de esparto, con doble cordón cosido en el centro y con una obertura en uno de los extremos para meter la mano. Cada vez que la girábamos para tirar una piedra, pensábamos cómo pudo David derribar a Goliat, con aquel juguete.

Bicicleta de José Luis Montes

Con estas “armas” realizábamos otra de las distracciones del verano, como era la de buscar nidos de tórtola entre los extensos olivares. Si se daba caza a la madre, la crianza de los tórtolos se continuaba en la casa, aunque siempre se dijo que traía mala suerte, pero era sólo para los supersticiosos. También se correteaba a los perdigones, con o sin recompensa. Eran épocas en las que la protección de la naturaleza no era tan necesaria, y la caza era algo natural; todavía no habían llegados a los campos de Fuente Álamo los insecticidas, plaguicidas, herbicidas, etc., y todos los niños tenían de 30 a 40 trampas, llamadas “costillas” en lugares donde los zorzales y demás pájaros insectívoros pudieran ver el cebo y caer atrapados entre alambres. Esta caza se realizaba en los otoños, cuando regresaban los zorzales y comenzaba a madurar la aceituna  y fundamentalmente durante los fines de semana o los días sin escuela. Así se iban colocando las trampas en hileras salteadas de olivos, en lugares de monte donde habían escarbado los zorzales buscando insectos, en árboles frutales o en agüeros, pero casi siempre en un lugar donde se pudieran vigilar, pues, si bien en aquellas épocas no estaba prohibido por las leyes, si era fácil que otros niños, no sólo se llevasen la presa, sino también la trampa.

Cuando nos llevaban de excursión en la escuela a los Baños de Ardales, con el maestro Don Leovigildo, nos enseñaba (o nos hacía aprender) durante el trayecto, canciones propias de la época franquista, así en 1.969, cantábamos aquello de: “En pie camarada, siempre adelante…” pero las canciones populares las guardaremos para otra ocasión.

No siempre se jugaba, sino que a veces las diferencias por los juegos se convertían en peleas, así a primeros de los años  setenta, las peleas entre barrios se generalizaron sobre todo entre los niños de las aldeas y de los cortijos, con quienes siempre existieron diferencias por aquello de sentirse superiores. En cierta ocasión se libró una batalla a pedradas entre el Cerro y la Fuente, o lo que es lo mismo, entre los partidarios de “Gorillo” y los de Jesús; eso sí, no hubo ningún herido.

A primeros de los años 70, las bicicletas BH fueron sustituyendo a las antiguas Orbea que eran de ruedas más grandes y de las que ya quedaban pocas y la mayoría sin frenos, las varillas metálicas estropeadas, los guardabarros perdidos y la suela del zapato de freno, hasta el punto de que a veces llegaba la cubierta de la bicicleta hasta la planta del pie, que se ponía ardiendo. La primera BH en llegar a Fuente Álamo fue un regalo a Pepe Luis Montes de su abuelo, quien fue a mercarla a Alcalá. La bici de Paco Arenas era plegable y de piñones fijos, y vino de la Costa Brava, le siguieron la roja de Benito y la azul de José Antonio. La mía era naranja y me la compraron ya en 1974, creo que por unas 4.500 pesetas, le siguieron otras, hasta casi una veintena. Eran bicicletas con una dinamo que producía luz delantera y trasera, frenos de cable, guardabarros y portabultos, con manillar en forma de “U”. A veces, se prestaban para dar paseos a cambio de onzas de chocolate.

Después de la lluvia, cuando las calles estaban embarradas, se jugaba al clavo, que consistía en marcar sobre el barro unos recuadros dobles, especie de rayuela, e ir lanzándolo por turnos, desde una línea inicial, para intentar clavarlo en las diferentes casillas. Según lo lejano que estuviese, la dificultad era mayor y  ganaba quien primero hiciere el recorrido.

La tita era un trocillo de ladrillo o de azulejo triangular, que se colocaba a cierta distancia, junto con los “registros” o “cartones” recortados de cajetillas de cerillas. El juego consistía en derribarla y lanzarla lo más lejos posible con una tejuleta o con una plancha de hierro que cada jugador había preparado, llevándose los “registros” el jugador que pusiera el tejo más cerca de ellos sin que la tita estuviese por medio. Este juego era muy similar a la petanca, pues se podía alejar el tejo del contrario con un golpe del tejo de otro jugador.

Los juegos de pelota no estaban en la mente de los niños fuentealameños, ni a su alcance hasta ya entrados los años setenta, y aparte del fútbol que ya trataremos en otro apartado, se limitaban al “juego de matar” o “el quemado”, que era un ritual habitual sobre todo los Viernes Santos, los equipos  ya eran mixtos, y los niños se mezclaban con las niñas.

sábado, 8 de agosto de 2020

NIÑOS DE FUENTE ÁLAMO EN LOS AÑOS 60 Y 70. SUS JUEGOS

Foto: Jesús Aguilera

Intentaremos conocer, fundamentalmente a través de sus juegos, cómo eran los niños y niñas fuentealameños en las décadas de los sesenta y setenta del siglo pasado. Anteriormente a estas décadas e incluso en ellas, no existieron niños, sino que nacieron ya hombres. En todo caso, los juegos y las diversiones propios de los niños quedaban para los “ratos libres” que pudieran dejarles las faenas de la casa o del campo. La escuela era algo secundario, las tareas escolares no existían, y solamente podían estudiar los hijos de las  familias “más acomodadas”, dígase los González, los Ramírez, los Ruiz, etc., salvo que algún niño de las familias pobres destacase e iniciase los estudios de teología, que eran sufragados por la familia Serrano-Sierra, y que evidentemente algunos con el tiempo abandonarían. Antes de los años sesenta, incluso a primeros de estos, la mayoría de  los niños y niñas servían en las casas o cortijos de familias más pudientes: trabajaban en sus campos, se dedicaban a cuidar de hermanos menores, a carear los mulos, las cabras, los cochinos o los pavos... Se trataba de un trabajo remunerado por la comida, a la vez que les servía de distracción y, en algún caso que otro, de diversión. Se entretenían luchando para ver quién era el más valiente, quien tenía el mulo más veloz, la cabra que mejor trompaba y ganaba a las otras, el perro más valiente para las peleas, etc.  El tener una pequeña navaja o trinchete en el bolsillo, suponía tanto disponer de un utensilio como de un juguete. Era una situación propia de la posguerra aquella que para engancharse, no había que tener otro motivo que el pintar dos rayas en el suelo representando al padre de cada uno; el ser más atrevido y pisar la raya del otro, ya era motivo suficiente para liar la pelea. 

En los años sesenta había que diferenciar muy mucho los juegos de los niños y de las niñas, sobre todo porque no se podía participar en los juegos de ellas, de lo contrario te podían tildar de “mariquita” o cosas así, y si eran  las niñas las que se mezclaban en los juegos de los niños, las calificaban de “marimandona”.

Las niñas jugaban en grupos de 3 ó 4 a la rayuela, que se pintaba con tiza en el pequeño patio de entrada a la escuela, a la comba, a la cinta elástica, a los cromos o en algunos casos a las muñecas, aunque menos, porque no se tenían, a menos que vistiesen un palo con cuatro trapos. Alguna afortunada como Paqui Malagón, con mucho sacrificio de sus padres, pudo disfrutar a los 10 años de una muñeca de cartón, que aún conserva después de más de 50 años. El juego favorito de las niñas era saltar a la comba con la soga de esparto que servía para  cinchar los mulos, a la vez que cantaban canciones populares.

Foto: Paqui Malagón

Los niños se agrupaban en pandillas, con un cabecilla al frente, y se formaban por barrios: Cerro, Piquera, Fuente, Cortijos…, A veces necesitaban asociarse para poder jugar a juegos colectivos, eran grupos de 5, 6 o más niños. Cada grupo jugaba al juego elegido entre todos y el hecho de que se cambiase de juego dependía del cansancio o el gusto de los perdedores.

La conducción de aros de llanta de bicicletas, guiados por un gancho de alambre o por una vareta de olivo, el clavo, el trompo, la tita, los cartones o registros, el escondite, policías y ladrones, la lata, el lápiz corrido, el burro mondado, etc.  y sobre todo los pistoleros, intentando imitar a los héroes valientes americanos de las series que se emitían por la tele, como Bonanza, Cimarrón, Daniel Boone y demás Western, formaban un amplio elenco donde elegir.

Foto: Jesús Aguilera

 Las ganas de emular a los héroes americanos nos llevó a tener un día a la feliz y fugaz idea, (aunque no sé de quién fue), de asaltar la tienda de juguetes que Antonio Anguita “Braguetas” tenía en la casa que actualmente es de Mariana. Entramos por la piquerilla que tenía por el cerro, de tal suerte que mientras yo vigilaba sentado en la puertecilla de entrada, los niños mayores daban el atraco llevándose pistolas y espadas de pasta o plástico duro, sombreros de pistoleros y de soldados de plástico. El disfrute fue corto, apenas unas horas, pues la operación estuvo siendo vigilada en todo momento por Bonifacia Escribano, la vecina de arriba, quien dio la voz de alerta y fuimos identificados uno a uno, teniendo que deponer las armas y entregarnos al propietario de las mismas como viles delincuentes y con el consiguiente castigo paterno. ¿Te acuerdas, Jesús Aguilera?

Foto: Jesús Aguilera

La falta de juguetes hacía que el ingenio trabajase y se construyesen carretillas con dos palos, cuatro tablas que se unían a los dos palos, un clavo o cualquier barra metálica que servía de eje y una rueda de hierro, incluso las dentadas de un trillo. Se hacían tómbolas formadas con un trozo de viga colocada verticalmente, un clavo que sujetaba una ruleta de cartón dividido en varias porciones pintadas con diversos colores y un alambre fijo. Se hacían instrumentos musicales como una batería o tambor, con dos cajas de cartón, dos latas de aceite de motor y unas tapaderas de cocina metálicas. Las guitarras se hacían con una tabla, cuatro puntillas y cuatro hilos de plástico, y a cantar aquello de “Porque no engraso los ejes me llaman abandonao…”

Nuestros columpios eran una soga atada por sus dos extremos a una rama fuerte de una higuera,  olivo, tablón o viga con un punto de apoyo elevado en el centro, así era nuestro balancín; el novamás de nuestro ingenio y las ganas de diversión, nos llevó a doblar unos álamos en el barranco de la Erilla, para ello hubo que atar una soga a la copa del álamo y tirar hasta que doblegase poco a poco sin partirse, de forma que la comba que se produjo en ellos, hizo que con nuestro peso, subiesen y bajasen como el  mejor columpio de la feria de Alcalá la Real.

Foto: Nuría Cervera

También había juegos que se practicaban en los trancos de las puertas de las casas y en la tierra de las calles, como era jugar con pequeños muñecos pistoleros o camiones de plástico, donde las carreteras se hacían sobre la tierra empolvada de la calle. Recuerdo que mi hermano “encontró” debajo de olivo un camión de plástico con bombonas de butano, con el que pude jugar unos minutos. Me lo dio al terminar la jornada de aceitunas sobre las cinco y media y a las siete, estaban los dueños en mi casa para recogerlo, pues adivinaron quien pudo tener tal suerte, al ser Los Cierzos, el lugar de paso y donde se encontraban recogiendo aceitunas. El camión resultó ser de Manolín, un primo de Enrique Zuheros.

            Durante los calurosos veranos de mediados los años sesenta,...CONTINUARÁ.. 

sábado, 1 de agosto de 2020

LOS CASTILLO DE FUENTE ÁLAMO

El apellido Castillo está muy extendido en toda la zona de Alcalá la Real y, casualmente, en el Castillo de Locubín, desde donde proviene una de las ramas de los Castillo de Fuente Álamo: los Castillo-Padilla. Hemos intentado establecer las líneas sucesorias de los Castillo de Fuente Álamo siguiendo los padrones municipales que se conservan, pero debido a que existen vacíos al haber transcurrido, en alguno de los casos, más de 30 años entre la confección de un padrón y otro, no hemos conseguido enlazar todas las ramas, por lo que no sabemos si pudieran venir del mismo tronco. La consulta en Archivos Parroquiales o en el Registro Civil es demasiado laboriosa, quedando la puerta abierta para continuar hasta completarla con el tiempo.
Las diferentes ramas se han ido extendiendo a lo largo de los siglos hasta nuestros días. En cuanto a la denominada “línea fuentealameña”,  tenemos constancia de su existencia desde antes de que se formara el partido de campo de Fuente Álamo, pero dentro de su territorio. Así encontramos que en el padrón de 1753[1] elaborado para el partido de campo de la Rábita, aparece inscrito Juan Castillo Valverde de  40 años, por tanto debió nacer en el año 1713. Fue  labrador del Cortijo del Coscojal y las Caserías, casado con Juana Ureña, con  3 hijos y 3 hijas. Así mismo en el padrón de 1767, aparece también inscrito Juan Castillo Valverde, ya con 55 años,  casado y con sus  hijos varones: Blas, 20 años, Juan, 15 años, Antonio 14 años, Nicolás 10 años y Miguel 6 años.  Posee  4 yuntas y  tierras arrendadas. En el padrón de  1801 aparece inscrito su hijo, Miguel Castillo en el cortijo del Coscojar con sus dos hijos varones: Nicolás de 12 años e  Ylario de 6 años. También aparece inscrito otro de los hijos de Juan, llamado Nicolás (1757) con sus hijos: Juan, 20, Luis, 9, Diego 7, Antonio, 5.
A partir del padrón de 1825 hemos seguido la línea sucesoria de los Castillo que llega hasta nuestros días con Juan Castillo (hijo de Nicolás), casado con Antonia Romero. En dicho padrón es el apellido más renombrado, con 14 Castillos:
 -Vicente Cano y María Mercedes Castillo, h, José, 2.[2]
-Juan Díaz con Antonia Castillo, h, Clara, María y Juan, un año.
-Juan Gallardo con Florencia Castillo[3], h, Manuel, 13, María, Juan, 8, Joaquina y Antonia.
-José López con María Castillo (es Carrillo), h, Juan, 17, María, María Mercedes e Isabel.
-Juan Castillo y María Mesa, sin hijos.
-Miguel Castillo y María Viana, h, Cecilia, Manuela y Juan, 20.[4]
-Nicolás Castillo, 32, soltero.[5]
-Juan Castillo con Antonia (es Romero) de Abril, h, Gregoria, Francisco, 12, Antonio, 10, María, Pedro, 6 y José, 2.[6]
 Esquema del árbol sucesorio a partir de Juan Castillo y Antonia Romero, que llega hasta nuestros días. 
-Juan de Mesa con María Castillo, h, María, Gregorio, 20, María Cecilia, Feliciana, Antonia, Josefa, Isidra, Francisca e Ignacio, 2.[7]
-Antonio Bermúdez con Teresa Castillo, sin hijos.[8]
-Nicolás Castillo con María Romero, sin hijos.[9]
-Diego Castillo con Antonia Moyano, h, María, Juliana, Antonia y Juan, un año.[10]
-Antonio Castillo con Isabel Galán, h, Antonio, 9, Bicenta, Vicente, 6, María y Francisco, un año.[11]
-José Lizana con Clara Castillo, sin hijos.

Durante estos tres siglos ha habido varios miembros de la familia que han ocupado el  cargo de Alcalde Pedáneo de Fuente Álamo: Juan Pedro Castillo Galán, Francisco Ibáñez Castillo, Vicente Aguilera Castillo, Manuel Jiménez Aguilera, o el caso, Antonio Alba Muñoz, casado con María Mercedes Castillo. Otros prestaron servicios en la Guardia Civil: Hilario Castillo Pérez, quien las circunstancias también le obligaron a alistarse en la División Azul. Otros miembros de la familia Ibáñez Castillo también prestaron sus servicios en la benemérita.
El único hijo Antonio Alba Castillo llamado Francisco Alba Serrano (1906) fue víctima de la Guerra Civil.
El 10 de febrero de 1965, Leoncio Castillo Martín participa como  socio fundador de la Cooperativa Metalúrgica San José Artesano en Alcalá la Real.
A pesar de la escasa población de Fuente Álamo, son muchos los vecinos  que aún conservan sus casas en la pedanía, descendientes de los Castillo: Rafael Aguilera Castillo, Luis y Francisco Ángel Aguilera Pérez, Antonio Ibáñez García, Juan y Vicente Aguilera Cervera, Encarnación Castillo Serrano, Luis, Dolores y Paulino Aguilera Cano, Antonia y Dolores Aguilera Pérez, Justa Aguilera Cano, Juan Ibáñez Aguilera, Jorge Aguilera Ochoa…



[1] Hemos seguido la publicación “Alcalá la Real. Padrones del  XVIII”  de Francisco Toro Ceballos-Isabel y Carmen Toro Muñiz (2019). (Pág. 137 y ss). Agradecemos a Paco Toro su colaboración.
[2] Antepasados de los Cano-Arévalo que habitaron en el Cortijo de las Pilas. Padrón  de1878: Vicente Cano Cuenca,(28) pegujalero, con María Arévalo López, 31,  María de la Cabeza, 5, Sixta, 3, y Justa, 6 meses.   Padrón 1888: Vicente Cano Cuenca, 40, con María Arévalo López, 38. María de la Cabeza, 15, Sixta, 13, Justa, 10, Josefa, 8, Francisco, 5 y José, 2.
[3]Padrón de 1837: Florencia Castillo, viuda, pobre de solemnidad, 52, h, María Gallardo, 22 y Joaquín, 12.
[4]En el padrón de 1801 elaborado para el partido de la Rábita, consta que labraba en el Cortijo del Coscojar.
[5] En el padrón de 1801: Nicolás Castillo: Juan, 20, Luis, 9, Diego 7, Antonio, 5
[6]Padres de Pedro Castillo Romero y abuelos de Juan Pedro Castillo Galán. Saga de los Castillo de Fuente Álamo. Por error se pone Antonia de Abril, cuando era Antonia Romero. Padrón de 1801: Nicolás Castillo, Juan, 20, Luis, 9, Diego 7, Antonio, 5
[7]Propietarios del Cortijo de Ignacio Mesa
[8]Padres de  mi tatarabuela María Micaela Bermúdez Castillo. Fue alcalde de Fuente Álamo en 1837.
[9] Padrón de 1801: Nicolás Castillo, Juan, 20, Luis, 9, Diego 7, Antonio, 5.  Padrón 1767 Juan Castillo Valverde, 55 a casado hijos: Blas, 20, Juan, 15, Antonio, 14, Nicolás, 10, Miguel, 6, 4 yuntas tierras arrendadas.
[10] Padrón de 1801: Nicolás Castillo, Juan, 20, Luis, 9, Diego 7, Antonio, 5
[11] Padrón de 1801: Nicolás Castillo, Juan, 20, Luis, 9, Diego 7, Antonio, 5