Antonio conocido en el pueblo como “Caejo”, padre de familia de trabajadores del campo y de oficio esparteros. Músico de afición, con su acordeón amenizó las fiestas fuentealameñas de los años 50. Nació en el Castillo de Locubín en 1906, hijo de Francisco Castillo Aguayo y de Petronila Padilla Rueda naturales de Castillo de Locubín y Fuente Álamo, respectivamente. Casado con Francisca Padilla García, con la que tuvo cuatro hijos. Tenía como rasgos característicos una estatura 1.660 cm., pelo negro, barba poblada, cejas al pelo, color sano, ojos pardos y como señas particulares: una cicatriz en la cabeza.
En el Procedimiento Sumarísimo de
Urgencia nº 56313 es enjuiciado a raíz
de la denuncia del hijo del labrador del Cortijo de la Fuente la Encina
Alta “Cortijo de Arriba”. Dice de Antonio que es un sujeto de mala conducta,
pues con anterioridad al 18 de julio de 1936 pertenecía al Partido Socialista,
concretamente de la Directiva; que al venir la Revolución se lanzó a la calle y,
provisto de una escopeta, intervino en todos los robos y saqueos cometidos en
la Aldea de Fuente Álamo; y que fue uno de los que participaron en el saqueo de
la Iglesia y la quema de los Santos; que fue a su casa, se llevó una yegua y
que hasta la fecha ignora su paradero.
En el informe, “a la carta”, de la
Falange Española se dice: que conociendo el lugar donde se encontraban las
Imágenes de la Iglesia, que habían sido escondidas por personas de orden, fue
en unión de otros a dicho lugar, apoderándose de ellas y quemándolas.
En el Auto de procesamiento de 16 de
mayo de 1940 se reseña que con anterioridad al 18 de julio de 1936 pertenecía
al Partido Socialista, siendo miembro de la Directiva. Al venir la Revolución
se lanzó a la calle y, provisto de una escopeta, se puso de parte del marxismo.
Tomó parte muy activa en los robos y saqueos de los domicilios de las personas
de derechas entre los que se encuentran D. Vicente Aguayo Serrano, del que se
llevó una yegua. Fue uno de los que más se distinguieron en la destrucción de
la Iglesia y quema de los Santos. Más tarde ingresó en el Ejército Rojo. Está
conceptuado como peligroso.
En su declaración indagatoria
judicial del día 16 de mayo de 1940, manifiesta que con anterioridad al 18 de
julio del 36 pertenecía al Partido Socialista y de cuyo partido era de la
Directiva. Preguntado si es cierto que al venir la Revolución se lanzó a la
calle con una escopeta contesta que sí. Preguntado si es cierto que intervino
en robos y saqueos contesta que sí. Preguntado si es cierto que intervino en la
requisas de los domicilios de las personas de derechas entre ellas la casa de
Vicente Aguayo Serrano, llevándose un
yegua, contesta que sí. Preguntado
si es cierto que intervino en la destrucción de la Iglesia y quema de
los Santos contesta que sí. Preguntado si es cierto que ingresó en el Ejército
Rojo contesta que sí.
Por lo que en Sentencia de 22 de
julio de 1941, resultando probado que era afiliado al partido socialista antes
del 18 de julio, de cuya organización fue directivo, miliciano y que a partir
de esta fecha, prestó servicios de control, requisas, guardias y tuvo
intervención en la destrucción de la Iglesias del anejo; se le condena a la
pena de doce años y un día de reclusión temporal, como autor responsable de un
delito de auxilio a la rebelión militar sin circunstancias, con las accesorias
de inhabilitación absoluta durante el tiempo de la condena.
Solicita el indulto el 12 de
noviembre de 1945. El 29 de julio de 1946 el fiscal informa favorable a la concesión del indulto, cuando ya había
cumplido parte de la condena.
….
Nos encontramos ante un nuevo caso
de condena injusta, pese a reconocer Antonio todos los hechos que se le imputan.
No pudo haberlo hecho sino coaccionado o mal asesorado, o por lo contrario en
un acto de valentía impropio de aquellos tiempos de terror.
La acusación principal fue el haber
pertenecido al Partido Socialista y haber formado parte de su directiva.
Antonio era Vocal de la Cooperativa afiliada a la U.G.T. poco antes del inicio
de la Guerra Civil (en concreto el 10 abril de 1936), que intentaba arrendar el
Cortijo de Clavijo para la Colectividad fuentealameña. La otra acusación era
también la genérica para todos fuentealameños que habían pertenecido al bando
perdedor y era la de haber participado en destrucción de la Iglesia y quema de
los Santos, cosa que también reconoce. Pienso que hubiese dado igual, pues los
otros acusados que no lo reconocieron, también fueron condenados a la misma
pena. La sentencia ya estaba dictada, pues en un acto multitudinario, el hecho
de estar por allí ya te condenaba.
Curiosamente no resulta probado el hecho
específico por el que fue denunciado por un vecino, que no fue otro que el
apoderarse de su yegua, y que también reconoce. Es aquí donde más se puede
sacar la conclusión de que si bien la acusación pudo ser cierta, no lo hizo él
solo, como un vil cuatrero, sino en grupo y siempre cumpliendo las órdenes dadas
y nunca en beneficio o aprovechamiento propio. La famosa yegua, al parecer
blanca, ya apareció en el expediente abierto contra el entonces Alcalde Pedáneo
D. Vicente Aguilera, que en función de su cargo se le pudo dotar de ese medio
de transporte. Así Casimiro Vázquez Aguayo dice que dicho encartado,
refiriéndose al Pedáneo, se presentó cuando el declarante estaba detenido en
unión de otros que formaban un grupo de unos veinte o veinticinco en el cuartel
de la guardia civil de San José de la Rábita montando una yegua que le robo a Cipriano Aguayo, cuyo valor en aquella fecha se
elevaba a dos mil pesetas.
Decíamos que tampoco fue él solo,
pues José Vera Torres nos relata que el inicio de la Guerra le sorprendió cuando
contaba once años de edad. En aquellos días estaba guardando cochinos en el
Cortijo Arriba o Fuente de la Encina Alta, que labraba Cipriano, cuando
llegaron unos 14 ó 15 hombres de Fuente Álamo, armados con garrotes, hachas, etc. y le
dijeron: “Nene, ¿tú qué haces aquí? Ahora mismo te vas y que guarde el tío éste,
los cochinos con los güevos”. A los
cuatro días volvieron otros cuantos de Fuente Álamo, entre ellos Paco el
apodado “El Verraco”, Tío Vera, Tío Arévalo, los hermanos Antonio y Manuel
Castillo apodados “Caejo”, y “Tiromierda” y le preguntaron el por qué todavía
no se había marchado. Manuel Castillo le dijo:
“Te voy a dar una patada y vas a
pegar en la cañada, allí en lo hondo de los olivos”, a lo que su hermano
Antonio, (nuestro encausado) le dijo: “Fíjate
bien en el nene, que al nene le pegarás la patada, pero al padre, quizás no se
la pegues”, y le dijo: “Vete a tu
casa porque la cosa está muy mal” y dice recordándolo: “Mira tú, si estaría mal, que los cuatro días reventó la ballena”. Aunque no recuerda si se llevaron la yegua, sí
recuerda que con aquella yegua iba él a comprar tabaco a Las Grajeras, y que
tenía que gastar mucho cuidado para que no le tirase entre los olivos. Como
hemos visto, fue Antonio el que tuvo un cierto acto de humanidad con aquel niño-hombre,
aconsejándole que se fuera a su casa porque las cosas no estaban bien.
Para concluir, paradojas de la vida,
la yegua, que fue requisada a un vecino considerado de derechas o nacional, y
siendo montada por el Alcalde republicano en sus desplazamientos propios del
cargo; pudo servir para salvar la vida de otra persona de los llamados de bien
o de derechas, D. Francisco Sánchez-Cañete de Córdoba conocido en Fuente Álamo
como “Francisquito”, según nos cuenta José, el hijo del Alcalde pedáneo: “su padre reventó una yegua corriendo para llegar a tiempo a Alcalá la
Real desde Los Martillos, (donde había una comandancia de la zona roja), y se
presentó diciendo que el Sr. Sánchez-Cañete no había hecho nada”.
Es
posible que este fuera el trágico desenlace y a la vez heroico de la yegua
blanca del Cortijo Fuente de la Encina, pues como declara su propietario
después de la Guerra, aún no había aparecido.
Como complemento a esta historia, su
hermano Manuel también dio con sus huesos en la cárcel:
Como anécdota que refleja el desencanto
que aquella guerra produjo en las familias fuentealameñas, se dice que cuando
regresaba Antonio del presidio, al asomar por la zona de la Piedra Gorda, la
gente del pueblo fue a anunciarle la buena noticia a su esposa Francisca, quedando
en shock y sin reacción, diciendo tan solo: “Y yo estoy aquí”.