EL RUEDO Y LA VILLA ROMANA
Mucho tiempo antes
de que a finales de los noventa fuese descubierta la Villa Romana, ya para
nosotros, los fuentealameños, era un lugar misterioso y con cierto gusto a
prohibición. En mis notas que conservo del 29 de agosto de 1979 y como una
especie de anticipo al gran descubrimiento que se produciría dos décadas
después, reseñaba: “Parece ser que el pueblo estuvo
asentado anteriormente en el lugar denominado Ruedo, pues son numerosos los
restos de tejas partidas, yesos, ect… También son numerosas las monedas
antiguas encontradas en esta zona, concretamente en un olivo denominado por
ello, El Olivo del Tesoro”. Todos los fuentealameños intuíamos
que allí había habido algo, pensando siempre en los “moros”, por las monedas y
objetos que iban apareciendo sobre todo en los alrededores del referido olivo,
pero sin sospechar para nada de los romanos.
Era un lugar especial, por el agua tan fresca
que emanaba en aquel estanque, por su llanura y por su cercanía a la Torre y a
la Mina. Era para jóvenes y niños un lugar prohibido, por la tentación de comer
las frutas de temporada que se criaban alrededor de aquel estanque y por los
baños a “escondidillas”. Quizás era esa prohibición la que provocaba entre nosotros
una mayor curiosidad en conocer y visitar el lugar, y eludir la vigilancia de
su guarda Juan Aguilera “Gazpacho”, cuando la zona era propiedad de D.
Francisco Serrano del Mármol y posteriormente José Pedro “El Alcalde”, cuando
fue adquirido por un tal Domingo “El del Ruedo”. Su estanque de aguas frías y
escasas agarraderas ocasionó algún susto o disgusto, entre otros a Juan Pérez
Vera, “Capullo de la Sancha”, que estuvo a punto de ahogarse. Sus guardas
lograron “pillar” a algún niño, guardarle la ropa y crujirle el “ato”, mientras
se intentaba escabullir enganchándose en las escurridizas agarraderas que había
en los bordes; entre ellos, según cuenta de propia voz, Quisco Pérez
“Cantares”.
Lo histórico
del lugar se iba a descubrir casualmente como consecuencia de las obras de
intersección de la carretera A-339 con la aldea de Fuente Álamo, como hemos dicho en los años noventa del siglo pasado
y que supuso la paralización de las obras. Se descubriría un asentamiento
romano de gran entidad, así como otras estructuras anejas como una mina
explotada en época romana, una necrópolis asociada al asentamiento romano y
otro asentamiento bajomedieval con su correspondiente necrópolis.
El asentamiento
romano correspondería a una villa de grandes dimensiones, que entre sus
actividades económicas incluía la explotación minera (según parece atestiguar
la existencia de algunos nódulos de limonita y el abundante carbón de encina
detectado) y un importante complejo productivo rural, centrado en la producción
agrícola y metalúrgica. La organización espacial de esta villa es desconocida,
no obstante se sabe por evidencias superficiales que se trata de una entidad
compleja con una extensión aproximada entre 3 y 5 ha (incluyendo la mina). Se
han observado estructuras de gran porte y calidad constructiva (grandes muros
de sillares procedentes probablemente de las canteras próximas, columnas,
etcétera), junto a otras de usos directamente productivos (balsas, cisternas,
almacenes, etcétera), apreciándose una superposición y reutilización de
elementos ya desde el siglo I de nuestra Era. Relativamente cercana a la zona
de hábitat romana se localiza una necrópolis asociada a ésta que se inicia en
el período republicano. En las excavaciones realizadas en la parte romana se
han documentado elementos que indican la actividad que en ellos se realizaba,
como balsas y piletas de decantación, piedras de molino, “doliae” y la
presencia de nódulos de limonita junto a abundante carbón de encina, como ya
hemos señalado. También se han registrado diferentes pavimentos que indican
diversos niveles de ocupación. Junto al material altoimperial romano se han
detectado artefactos de época bajoimperial, visigoda y califal.
De época
bajomedieval, de los siglos XIII y XIV, pertenece una torre medieval. Igualmente
la necrópolis musulmana fue objeto de las excavaciones arqueológicas,
hallándose 70 enterramientos depositados en posición de decúbito lateral
derecho, con los brazos y las piernas ligeramente flexionados. Se encontraban
sin ajuar, orientados norte-sur, pero mirando hacia el este. Se fechan en torno
a los siglos X y XI d. C.
LA
PANORÁMICA DE LA ERA DE LORE.
¿Quién no se ha sentado en el borde de la era
de Lore? Mirador natural de Fuente Álamo, modelado por el hombre, para cubrir
sus necesidades. Era un lugar que te
hacía sentir más libre y más alto, porque el campo visual era tan amplio, que no
sólo abarca Las Escalerillas, La Torre, el molino de aceite, la Fuente, el tejado
de la Iglesia, la Panadería, la Escuela… sino que se perdía por las Sierras de
la Hortichuela, la Sierra de Vizcantar, tras suya la Tiñosa y las Sierras de
las aldeas de Priego (El Poleo, La Higuera, Castil de Campos…), y la Sierra de
San Pedro dirección a la Rábita, etc… Proporcionaba la sensación de no tener
límites, por no tener ninguna barrera como impedimento visual ni físico, que te
protegiese de la caída al vacío. El hecho de situarte al borde de la era ya
suponía una subida de adrenalina, pues la caída al precipicio se sentía cuando
se estaba erguido, y te bajaba progresivamente en el momento que se bajaba el
centro de gravedad al sentarse en el mismo borde.
Desde la Fuente, mirando
de abajo a arriba, se podía observar un semicilindro, erigido de mampostería de
piedra irregular, rodeado de chumberas, higueras y almendros salvajes “fuertes”
y de pitas con sus esbeltos tallos centrales que aumentan la sensación de altura.
Se sacaron muchas cosechas de cereales y
legumbres en ella, pues su orientación era ideal para las embestidas del viento.
El altillo que había en su parte superior servía para guardar los utensilios de
la trilla. Su difícil acceso hizo que su utilización en el tiempo no fuera prolongada.
Solo se tenía acceso a través estrechas y serpenteantes veredas polvorientas en
verano y embarradas en invierno, bordeadas de hierbas secas o verdes según la
estación, y por donde sólo pasaban los animales de carga y los paseantes en
fila india. Era uno de los pasos obligados para acceder a la Mina o a los
Cerros y a las Cuevas.
Por su parte izquierda o parte norte estaba
flanqueada por un tronco de almendro que yo nunca vi verdecer, ni florecer,
aunque alguna vez le brotaron unas cuantas varetas en su parte baja. En la base
de su borde sur habían unos pequeños huecos entre las piedras que la
conformaban, que sirvieron de nido para gallinas, que huyendo de los corrales
cercanos de los Ibáñez, Consuelo, Pilar, María del Carmen, Pedro Vega “El
Bañero” o Manuel Carrillo, ponían en aquellas oquedades para proteger sus
futuros polluelos. En una ocasión encontramos los niños un huevo más grande de
lo normal, y los mayores nos decían que era de serpiente, yo creo que era de
pava, y lo que intentaban era infundirnos miedo y alejarnos de los nidos.
A finales de los años 70 sus
inmediaciones sufrieron un incendio que provocó una alarma general en el pueblo,
acudiendo en masa a la llamada del repique de la campana de la iglesia. Se
intentó sofocar con agua que se subía en
cubos transportados manualmente desde la fuente, con tierra, y con cualquier
ramaje. Siempre se le atribuyó a un juego con cerillas que Paco Anguita, “Huesa”,
siendo un niño, experimentó.
Actualmente se ha
convertido en un recinto cerrado y privado.
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