En esta entrada intentaré hacer
un homenaje a la mujer fuentealameña, reflejar la evolución que ha
experimentado, desde aquella mujer propia de un mundo rural machista, en donde
su papel en la vida social era escaso, hasta la mujer de hoy, en torno a la
cual se desarrolla prácticamente toda la actividad social y cultural de la
aldea.
Dividiremos el trabajo en
dos partes atendiendo fundamentalmente a la amplitud de miras, en el sentido
amplio de la palabra y a los cambios que en ella produjo la emigración de los
años setenta a las zonas costeras catalanas, y terminaremos reflejando ejemplos
personales de mujeres fuentealameñas en entrada posteriores.
PRIMERA
PARTE
Como introducción
aportaremos algunos datos relativos al siglo XIX, que evidencian el escaso
papel social que tenían las mujeres casadas, pues ni siquiera aparecían los padrones
vecinales. Así, en el Diccionario geográfico-estadístico-histórico de España y
sus posesiones de Ultramar, escrito por Pascual Madoz en el Volumen I,
de la Edición de 1845 en su
segunda edición 1846 (página 384) contabiliza en Fuente Álamo a 64 vecinos y
252 almas. Vecino era el cabeza de familia, por eso, cuando se hablaba de
habitantes, generalizando, se hacía con la expresión de “almas” que incluía a
las mujeres casadas. Así, en el año 1845, Fuente Álamo tenía 64 vecinos, pero
una población total aproximada a las 252 almas, ya que en los padrones de vecinales
no aparecían las mujeres casadas ni
los hijos no emancipados.
Otros datos de mediados de
siglo XIX, nos dicen que las mujeres eran más asiduas que los hombres a los
Baños de Ardales, si tomamos como referencia el año 1.866. Observando los cuadros estadísticos relativos a la condición social de los bañistas y a las enfermedades propias de las que
eran tratadas, tenemos:
|
Condición social de los bañistas
|
|
Ricos
|
Hombres
|
5
|
Mujeres
|
7
|
|
Acomodados
|
Hombres
|
20
|
Mujeres
|
149
|
|
Pobres
|
Hombres
|
6
|
Mujeres
|
26
|
|
|
Total
|
209
|
Nombre de la enfermedad
|
Núm.
Enfermas
|
Curadas
|
Aliviadas
|
Sin
resultado
|
Leucorrea
|
41
|
12
|
25
|
4
|
Metrorragia
|
13
|
4
|
8
|
1
|
Dismenorrea
|
23
|
3
|
18
|
2
|
Prolapso
de la matriz
|
5
|
|
|
5
|
* Estos datos se refieren
en general a las mujeres que visitaron los baños, incluidas las de otras
poblaciones.
La condición social de las
mujeres fuentealameñas de principios del siglo XX, era la propia del mundo
rural: atendía la casa y trabajaba en el campo, muchas jóvenes y algunas aún
niñas, eran empleadas en las casas y cortijos de las familias más acomodadas o
no tan acomodadas pues ya en los años 40, 50 ó 60, no tenían que ser tan ricas
para disponer de criadas. Y es que prácticamente se trabajaba por la manutención;
en Fuente Álamo podrían ser más de una veintena, las familias que disponía de
criada. Las jóvenes de las familias más acomodadas, aparte de ser preparadas
para ser casadas con un hombre de su misma condición económica y educadas para
ser buenas esposas, a algunas se les dio la oportunidad de estudiar e incluso
terminar una carrera, como las hijas del maestro.
En los años treinta, los
aires liberales de la II República apenas llegaron a las mujeres fuentealameñas,
y prueba de ello es que en el Reglamento de la Sociedad Obrera de Agricultores
“La Espiga Floreciente” creada el 13 de mayo de 1931 no se contempla la
posibilidad de que las mujeres formasen parte como socios; de hecho solamente
estaba constituida por hombres.
Después
de la Guerra Civil, las mujeres vencidas no sólo tuvieron que pagar por los
“pecados propios”, sino por “los
pecados” de los maridos, así, más de una decena de mujeres fueron peladas,
suministradas aceite de resino y paseadas por la aldea, sólo porque sus maridos
fueron declarados rojos, apresados y condenados, o desterrados. Así las
esposas, madres o hermanas de los republicanos, fueron humilladas públicamente
(como era frecuente en tantos otros lugares) y se les hacía tomar el potente
purgante de aceite de ricino mientras, peladas, les hacían pasear por las
calles del pueblo semidesnudas con la burla de una algarabía que les seguía. Entre
ellas a Carmen Ortega Moyano (esposa de Vicente Vera Moreno y hermana de José
Ortega Moyano), Josefa Moreno Ibáñez (“Tía Pepa” esposa de Eusebio Vera
Castillo y madre de Vicente Vera Moreno), sus hijas Josefa Vera Moreno, “Pepilla”
y Sancha Vera Moreno (esposa de Joaquín Pérez González), Dolores Cano Ruiz (esposa
del alcalde pedáneo Vicente Aguilera), Antonia Pérez Vera (esposa de Matías
Pérez, presidente del Comité), Florentina Nieto Peinado (esposa de Antonio Cano
Ruíz, tesorero del Comité), Encarna Martos “Perejila” (esposa de Rafael Moreno Ibáñez
“Perote” presidente de la sociedad, antes del inicio de la Guerra), Francisca
Padilla García, (Antonio Castillo Padilla, “Caejo”, vocal). Como anécdota o
gracia, si es que la tiene, cuentan los más viejos de la aldea que la más lista,
fue la Paula (esposa de Juan Antonio Ávila Serrano “Zorrero”), pues guardó la
melena cortada y se la puso después. Las demás tuvieron que taparse la cabeza
con pañuelos negros. Seguramente la lista fue más grande, pero no poseo más
datos respecto a las mujeres, pues sólo se han obtenido de oídas, aunque
seguramente fueron algunas más y sirva este recordatorio para hacerle su
homenaje por tan grave humillación.
También
hay que hacer homenaje a aquellas mujeres que sus maridos se vieron obligados a
salir de la aldea y tuvieron sacar adelante sus hijos menores, convivir con las
dificultades y con los contrarios, entre ellas Ana Anguita Ibáñez esposa de
Juan Pareja Vega y alguna otra que no pudo salir junto a su marido.
La
Sección Femenina del partido Falange Española (luego durante el Franquismo, la
FET de la JONS), se encargó sobre todo en las zonas rurales, como Fuente Álamo
de adoctrinar a las jóvenes, e inculcarles los valores propios de la sociedad
rural; tenían que ser católicas y encargarse de la educación de los niños y
servir al marido. Todos recordamos como en las Eras de la Torre se practicaban
los ejercicios físicos, actos lúdicos y espirituales. La Extensión Agraria, a
través de Doña Concha, continuó con la labor educativa en el mundo rural
durante los años 70, celebrando reuniones los fines de semana en la escuela y
colaborando junto con el párroco D. Bernardo en la limpieza general de la
pueblo, junto con todos los vecinos.
Mientras que el hombre
estaba dedicado a las faenas propias del campo y como en la canción de Serrat,
de la siega a la siembra se vivía en la taberna, la mujer estaba dedicada al
cuidado de la casa y de los hijos, y en sus “ratos libres” al bordado como labor más importante, junto con
el encaje de bolillos, a la vez que cuando el campo le reclamaba, allí tenía
que estar. Se bordaban velos que después se entregaban al precio pactado al
proveedor. Preparaban el ajuar, con el bordado de sábanas y mantelería, pues
antes de los veinte años ya se preparaban para el casamiento. Si al joven
fuentealameño era la emigración o la mili lo que le obligaba a salir de la
aldea, la mujer no salía hasta que emigraba definitivamente en los años sesenta
junto con el marido o con toda la familia.
La concurrencia a las tabernas les estuvo
vetado hasta finales de los setenta, al igual que el consumo de tabaco. No
estaba bien visto por la sociedad machista y rural que la mujer entrase al bar,
ni en busca de su marido para preguntarle algo o pedirle dinero para las
compras, ni menos aún para tomar algo o alternar. Alguna que quiso pedir un
“Calisay” para aparentar aires modernos, le costó una buena reprimenda por
parte del marido. Si el bar era el lugar de
reunión de los hombres, el lavadero, la puerta de la casa al fresco del verano,
era el de las mujeres. Acudían con sus canastas de varetas de olivo o de mimbre
o barreños niquelados al lavadero que había debajo de la fuente, y cada una contaba
mientras lavaba, sus cosas. Era el lugar donde se sentían más libres puesto que
allí no iban a encontrar ningún hombre. En el verano mientras que los hombres
estaban en la taberna, las mujeres se reunían para tomar el fresco en las
puertas de las casas, y por grupos de vecinos situados en distintos lugares.
En el campo fuentealameño
la mujer segaba a la par que el hombre y en época de aceitunas el trabajo era doble:
no solo tenía que hacer las tareas propias de la casa, sino también trabajar
recogiendo las aceitunas del suelo; además de acarrear con toda la familia. La mujer cobraba menos que el hombre, pues hasta la
Constitución de 1978 declaró la igualdad de derechos había dos bases laborares
diferentes, incluso otra para menores. Discriminación que aún existe de alguna
manera. Sufriendo discriminación no solo
en el sueldo, sino en lo penoso de recoger del suelo las aceitunas con las
heladas y los fríos, y si algún día avanzaban en la recogida al otro día el
señorito las mandaba que se quedarán “cociendo la olla”. Como hemos dicho la madre era la encargada de
criar a los hijos y tenerlos aseados, de
preparar a las niñas para el casamiento, mientras que los padres eran los
encargados de enseñar a trabajar a los hijos.
Han sido y todavía lo son,
las encargadas de mantener limpias las calles con su escoba en mano. Cada
vecina se encargaba de limpiar su trozo de calle que correspondía a su puerta y
así se entrelazaban hasta su limpieza total, y se ahorró al Ayuntamiento de
Alcalá la Real de pagar a un barrendero.
También eran las
encargadas de limpiar el pilar y encalar en el lavadero, yendo posteriormente
de casa en casa solicitando una pequeña recompensa.
En
los bailes y verbenas populares hasta los años 60, si las jóvenes que acudían y
que todavía no estaban comprometidas, les
negaban el baile a algún joven que se lo había pedido, éste podía “sentarla”,
en el sentido de que esa velada o en algunas piezas, no podía bailar con nadie
y tenía que permanecer sentada en una silla, hasta que el joven soltero, se lo
permitiese, o la joven le explicara convincentemente la causa que se lo
impedía, como pudiera ser, el futuro compromiso con otro joven. Era una forma
de mostrar la mujer su compromiso con otro hombre, o por el contrario se
interpretaba que el rechazo o negativa a la concesión del baile no tenía
fundamentos. En muchos casos tenía que ir el padre y llevarse a la joven a casa
para evitar peleas entre los jóvenes por las mozuelas. En el baile el
intercambio de la parte masculina de la pareja era habitual y se solicitaba
cortésmente, teniendo que responder el hombre saliente con su consentimiento. A
estas verbenas las jóvenes siempre eran acompañadas de las madres, que a veces
se subían en las sillas para vigilar a su hija y evitar que el novio “se aprovechase”.
Pese
al puritanismo de la época, eran muchos los casos en que la mujer se quedaba
embarazada, dada la inexistencia de métodos anticonceptivos. Los casos de
infidelidad eran numerosos y las relaciones no consentidas también se producían
sobre todo en la época de posguerra.
La
imposición de limitaciones llegaba hasta el punto de que no podían hablar con
los pretendientes cara a cara, y las noches se hacía ritual el tener los
pretendientes que escalar hasta las ventanas para poder hablar con las mujeres.