-¿Podemos seguir siendo
amigas?
Los padres de Mari y los de Lauri
habían combatido en bandos contrarios. Las niñas habían dejado de verse durante
tres largos años.
Al finalizar la guerra, cuando se
reencontraron, una era la niña pobre del encarcelado ex presidente del comité
rojo; la otra, la hija del alcalde del nuevo orden. Lauri formaba parte de lo
que llamaban, cada uno desde su percepción, “hija de los riquillos del pueblo”
y Mari era la “hija de los rojos”, vista desde el otro lado. Esta tenía que
hacer cola para el racionamiento de la comida, mientras veía con envidia cómo
su amiga recibía doble ración de pan, de leche en polvo y de queso americano.
Para algo su padre había ganado la guerra.
Antes de la hostilidad
compartían y comían el hoyo de pan con aceite, corrían alrededor de la fuente y
jugaban con las muñecas de trapo; claro
está, cada una con sus posibilidades económicas. Después de la guerra apenas se
reconocían, sin saber ellas muy bien el porqué, solo la inocencia infantil rompía
trincheras y limaba hostilidades. Cierto es que sus padres les transmitían esos
prejuicios que el odio al enemigo les creó aquel enfrentamiento fratricida.
Ellas solo sabían que habían estado separadas durante tres años y habían pasado
mucho miedo a la vez que el ruido de las bombas les producía risas inconscientes.
Ahora tenían nueve años e iban a retomar la
“normalidad” con el inicio del nuevo curso y con el mismo maestro que también
la guerra obligó a salir del pueblo. El curso 1939-40 comenzó con el cántico
del ganador que se repitió durante todas las mañanas y durante muchos años, la
diferenciación entre los niños de los ganadores y de los perdedores se fue
agrandando. La desconfianza, la lucha
por la supervivencia, la competencia
natural de la especie humana les impedían restablecer o retomar aquel afecto
fraterno que la guerra había roto y la posguerra distanciaba mas.
Durante
el curso escolar el maestro preparó la representación de un sainete, donde Lauri
actuaba porque sus padres le habían confeccionado un vestido para la ocasión y
por otros motivos. Mientras que Mari se quedaba fuera del reparto porque no disponía
de la vestimenta adecuada y por razones bastante obvias. Pese a ello, se había
aprendido la obra al completo solo de oír los ensayos. Un dolor de garganta hizo
que Lauri no pudiera actuar, lo que dio la oportunidad a Mari, que ante su
ilusión desbordada y la insistencia, su madre recortó unas enaguas de una mesa
camilla y le hizo una falda más o menos adecuada al papel que tenía que
representar. Espontáneamente se metió en escena de la representación que se
estaba realizando en la plaza del pueblo. En unas de las estrofas cantadas,
Mariana replicaba:
Ya verás
cuando me ponga,
mis pendientes y
mi collar,
y mis guantes tan elegantes
y mis enaguas todas bordás.
Pedro
Pareja respondía:
Todos los chicos del pueblo,
Tienen envidia de ti.
Por llevas la ropa la más salerosa
Que ha salido aquí.
Mariana
Pérez continuaba:
Perico, Perico,
si sientes mareos,
Avisa al médico…
Por un día Mari fue la
protagonista de la sociedad perdedora.
Las niñas seguían haciéndose
interiormente la misma pregunta. Impedía una respuesta afirmativa, la envidia
obligada por una parte y el menosprecio generado por la otra.
Con el transcurso del tiempo las diferencias sociales se fueron alejando, se convirtieron en dos mozuelas hermosas. Competían por atraer a los jóvenes con la misma arma de la belleza, aunque seguían perteneciendo a esferas pudientes distintas. Cada una dio con su pareja, formando familias sin odio, y sus respectivos hijos fueron auténticos amigos como ellas lo habían sido. Compartiendo escuela y juegos en el mismo plano de igualdad, e incluso participaron en una representación teatral con un reparto de papales en condiciones de igualdad.
La pregunta del principio
tuvo por fin respuesta: el tiempo lo sana todo.
Domingo, ¡Qué historia infantil tan entrañable! Desde el 1 de abril de 1939 hasta la década de los setenta, fue la realidad que vivieron niños y niñas en cualquier pueblo de España, separados por el destino diferente que había sufrido sus padres.
ResponderEliminarCuando he terminado de leer los “Efectos de la guerra Civil en Fuente Álamo. La amistad perdida”, he recordado aquella frase que ha llegado hasta nosotros, “No llegó la paz sino la victoria”, y que pertenece al escritor y actor Fernando Fernán-Gómez. Forma parte del diálogo de su obra de teatro “Las bicicletas son para el verano”.
Fernando Fernán-Gómez recoge al final un diálogo entre un padre y su hijo, que resume lo que fue la Guerra Civil española:
─ LUIS (Hijo).- Hay que ver…Con lo contenta que estaba mamá porque había llegado la paz…
─ LUIS (Padre).- Pero no ha llegado la paz, Luisito: ha llegado la victoria.
Sólo una reflexión final para los que no conocen u olvidan parte de ese pasado, que tan magníficamente has descrito en “La amistad perdida”: La guerra civil española duró tres años, pero la «Victoria» casi cuarenta.
Aprovecho la ocasión para felicitar a “casi” mis convecinos de Fuente Álamo las fiestas de Navidad y Año Nuevo.
Muchas gracias, Santiago. Es una historia basada en hechos reales, aunque al utilizar los adornos literarios hacen que esté novelada. De todas formas, poco nos descubre este relato corto que ya no se supiera sobre los efectos que produjo la Guerra Civil. Entre ellos esa pérdida de afecto, pues la ansiada paz y reconciliación tardó en llegar y al final la disfrutamos verdaderamente los descendiente de nuestras protagonistas. Esa victoria de la que nos habla Fernando Fernán Gómez, fue ensalzada y remarcada para que se recordase durante mucho tiempo, lo que impedía llegar a la concordia verdadera.
EliminarEn nombre de tus convecinos, al menos virtualmente, te deseamos lo mismo y te animamos para que nos sigas ilustrando muchos años.
Triste y bonita historia a la vez!
ResponderEliminarUn saludo. Loli
Muchas gracias, Loli por tu comentario. Así es como la vida misma, tenemos etapas tristes que hay que olvidar y etapas bonitas que hay que recordar. Un saludo
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