Como es sabido, las páginas de este blog están abiertas a cualquiera que
desee plasmar su pluma sobre temas relacionados con la aldea de Fuente Álamo. En
este caso, un amigo me envía una historia que, a lo largo de diferentes
entregas, nos transportará a otros tiempos y que quizá nos ayude a saber
cuándo, cómo y quién llevó a Fuente Álamo el cuadro que representa a la
Virgen de las Mercedes, ubicado en la Iglesia de San Antonio de Padua, cuya
autoría está atribuida D. Luis de Melgar
y Valladolid (s. XVIII). Lean y saque
sus propias conclusiones.
En la
abadía
—Ya puede pasar, maestro —El clérigo
condujo al maestro de capilla[1]
a una estancia en la que se amontonaban sin ningún orden aparente pilas de
documentos y ornamentos litúrgicos—. El señor obispo le recibirá enseguida.
—¡Ah, don Ramón! Por fin ha llegado.
—Su excelencia deseaba verme.
—Supongo que ya sabe que los franceses
se acercan —El obispo no tuvo necesidad de aclarar el significado de sus
palabras.
—Eso he escuchado —asintió Ramón.
—Esos desalmados gabachos no respetan
ni lo más sagrado. En Jaén han saqueado los conventos y están matando a los
curas.
—No respetan ni lo más sagrado —repitió
Ramón como un eco.
—Mañana mismo partimos para Priego
—comunicó el prelado al maestro de capilla—; parece que las cosas están más
tranquilas allí. ¿Me acompañará usted?
Ramón enmudeció, pues en esa pregunta
reconocía una instrucción muy clara que el obispo dictaba a su maestro de
capilla. Si bien Ramón agradecía que el obispo le ofreciera salir de una Alcalá
que podría convertirse en un polvorín durante los próximos días, no se le
pasaba por la cabeza abandonar a su familia.
—Y traiga a Bárbara y a sus hijos con
usted —añadió el obispo.
—Pero Bárbara no puede viajar ahora, excelencia —objetó
Ramón—; en su estado, lo mejor es que guarde reposo.
—Le comprendo, Ramón. Pero vayan a
Priego, usted y su familia, en cuanto nazca la criatura y sea cristianada.
Puede retirarse.
—Gracias, señor obispo —se despidió
Ramón, aliviado.
El maestro de capilla salía de la
habitación cuando oyó que el prelado le llamaba por su apellido.
—Villuendas. El cuadro de la Virgen no
puede ir con mi equipaje. Cójalo, guárdelo en su casa y llévelo con usted
cuando vaya a Priego. No quiero dejarlo aquí, por lo que pudiera pasar.
Ramón tomó el lienzo y salió
definitivamente de la estancia; mientras, el prelado se apresuraba a introducir
en un arca algunos de los legajos que hasta el momento dormían en el archivo
abacial.
En la calle
Veracruz
—¿Crees que podríamos salir mañana,
Bárbara? —preguntó Ramón a su mujer.
—¡Otra vez con la misma cantinela,
Ramón! ¡Baturro tenías que ser! Ayer a estas horas estaba de parto —se quejó
Bárbara—; hoy hemos bautizado a Plácido; y yo sola no puedo cargar con los
otros cuatro.
La familia de Ramón no había dejado de
crecer. Plácido, el más pequeño de la saga, acababa de nacer en un momento
convulso, pocas semanas después de que los franceses se hicieran con Alcalá y
quebraran su habitual tranquilidad.
—Aquí no estamos seguros, Bárbara. No
sabemos de quién podemos fiarnos. En Priego estaremos bien. Además, sabes que
el obispo ha vuelto a preguntar por mí.
Aquella misma tarde Ramón terminó de
preparar los tres baúles que constituían el equipaje familiar. Junto a los
baúles había otros dos bultos: un estuche en el que guardaba el violín que le
regaló su tío Joseph el día que dejó los Infanticos del Pilar y un paquete que,
protegido por un fardo, contenía el cuadro de la Virgen de las Mercedes que el
obispo había entregado a Ramón a fin de salvarlo del expolio y de la
destrucción que los franceses iban dejando a su paso.
—¿Has cogido nuestro pequeño tesoro,
Ramón?
—Sabes que nunca me desprendería de él
—contestó el maestro de capilla a su esposa, abrazándola—. Lo he guardado con
el cuadro. Ahí estará a salvo.
En Priego
—¡Villuendas! —El obispo, aún sentado
en su misericordia, se dirigió al maestro de capilla con tono burlesco—. No se acostumbre
a este órgano, que no sabemos con qué nos vamos a encontrar el próximo domingo
cuando regresemos a Alcalá.
—Malo será, señor obispo, que su
excelencia no pueda celebrar una misa solemne como Dios manda —contestó Ramón
asomándose por detrás de la cadereta[2].
—Tenga por seguro, don Ramón, que la
primera misa que oficie al llegar a Alcalá será en acción de gracias y, por
supuesto, ante la Virgen de las Mercedes —prometió el prelado.
—¿Volvemos a casa, pues? —preguntó el
maestro de capilla.
—El domingo —repitió el obispo—. Sin
falta. Y, Villuendas: no olvide recoger el cuadro de la Virgen. Ya está
preparado en la sacristía mayor.
—Descuide, señor obispo.
—Una cosa más, Villuendas: ¿tocará su
hijo esta tarde, después de vísperas, esa pieza que usted ya sabe?
—¿Se refiere al Tiento de…?
—Esa —El obispo interrumpió al maestro
de capilla—. Que no falte su hijo.
En el
camino de Alcalá
—No podemos cruzar el Salaíllo por
donde habíamos previsto —advirtió uno de los mozos de la comitiva que
acompañaba al obispo—. El puente ha sufrido mucho con las últimas lluvias y
podría no aguantar el peso de los carros. Tendremos que ir por las Sileras.
El obispo se sintió contrariado, pues
sabía que con ese cambio de planes la noche se les podía echar encima. Por esa
razón, cuando a eso del mediodía vadearon el Salaíllo, el obispo hizo parar su
carruaje.
—¿Cuándo llegaremos a Alcalá? —preguntó
al cochero—. Es domingo y a estas horas aún no hemos celebrado la misa.
—Con suerte, al atardecer, excelencia
—respondió mientras trataba de contener el tiro.
—Demasiado tarde. Disponga lo necesario
para la misa —indicó el prelado a uno de los clérigos que le acompañaban.
—¿Aquí, señor obispo?
—¿Acaso se le ocurre algún sitio mejor?
—Con su permiso —interrumpió el
cochero—. Fuente Álamo no dista más de una milla. Si vuestra excelencia tuviera
a bien decir misa en su iglesia…
—¡Villuendas! —El obispo llamó al
maestro de capilla, que iba con su familia en una carreta poco más atrás—. Tome
una cabalgadura, adelántese a Fuente Álamo y anuncie que vamos para allá a
celebrar la misa con la solemnidad que requiere la ocasión. Y tome también el
cuadro de la Virgen; ya le dije que hice el voto de que la primera misa que
dijera al regresar a Alcalá sería ante la Virgen del las Mercedes.
En Fuente
Álamo
—Dominus
vobiscum —dijo el obispo volviéndose al pueblo.
—Et cum spiritu tuo.
—Sit
nomen Domini benedictum.
—Ex
hoc nunc et usque in sæculum.
—Adjutorium
nostrum in nomine Domini.
—Qui fecit
cælum et terram —Solo respondieron los clérigos y el maestro de capilla junto
con sus hijos mayores; realmente, ninguno de los demás asistentes recordaba
haber escuchado una misa pontifical en Fuente Álamo.
—Benedicat
vos omnipotens Deus, Pater, et Filius, et Spiritus Sanctus.
—Amen —Como
accionados por el resorte del Pater, et Filius, et Spiritus Sanctus, a
la aclamación final se sumaron algunas personas más.
Mientras la
misa terminaba y el diácono despedía a la asamblea, el obispo llamó con un
gesto al maestro de capilla.
—El cuadro
de la Virgen se queda aquí —dijo el prelado señalando con el báculo una de las
paredes de la iglesia—. La Virgen de las Mercedes ha estado con nosotros en
Priego; que acompañe también a Fuente Álamo desde ahora.
[1]Músico de
experiencia y prestigio, siempre compositor, que forma,
gestiona y dirige al grupo de cantores e instrumentistas responsable
de la música sacra en los oficios de las
iglesias, o de la música
profana en las fiestas cortesanas
[2] Sustantivo femenino. Este vocabulario de uso anticuado y que no está registrado en la RAE, se refiere a un órgano diminuto un instrumento musical similar al piano que se emplea con un segundo teclado.
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