Al estar prohibidos los festejos, este año de pandemia ha sido bueno para perros y afines, a diferencia de otros años, especialmente aquel día de fiesta en Fuente Álamo de los años sesenta:
Al detonar el primer cohete, que a su vez provocó los aullidos y los rasquidos de las garras de los perros callejeros al salir en estampida, mezclado con pitos y tambores, Pingui se dio cuenta, aún dormitando, del día especial que le esperaba. Eran tan fuertes las sensaciones que seguramente le ocasionaría la frustración de no haber disfrutado de un día que tardaría un año en volver a repetirse...
El chucho no
estaba para festejos sonoros, lo que contrastaba con el júbilo, música, baile,
alegría, familiaridad, amistad, turrón, arroz con conejo, zapatos nuevos y ropa
a estrenar que le esperaba a su dueño, todo ello si no hubiese sido por la
decisión que había tomado su compañero fiel, de aguarle la fiesta. Era una
ilusión contenida por la preocupación, pues sabía que “Moreno” seguía
atormentado escuchando el ramillete de cohetes a la salida y recogida de la
Virgen, por lo que no estaría dispuesto a regresar.
Durante la misa
rogó para que regresase “el niño perdido”, coincidencia o presagio del salmo
que se estaba leyendo en el acto religioso. El puestecillo de turrón se había
establecido en la entrada de la iglesia. Dos pesetas y media, ya estaban
endulzadas y las migajas desperdiciadas. Después de la eucaristía el arroz con
conejo y el flan casero esperaban a la familia, pero huesos del conejo se
quedarían sin roer o sin guardar para otra ocasión.
La Procesión le aburría y prefería buscar varillas de cohetes. Era un buen momento para despreocuparse ahora que todos estaban procesionando. Se fue a la zona de la Mina y se fumó un cigarro Piper mentolado, algo diferente y como prohibido, más tentador, al tiempo que el sabor a menta difuminaba el olor a tabaco, lo que le evitaría reprimendas paternas.
La verbena era
amenizada por el conjunto musical “Los Canutos”, aquellos que para finalizar
las piezas se pisaban unos a otros, y si se cortaba la luz por la tormenta,
podían seguir tocando. Pasodobles, canciones de época no dejaban de sonar hasta
altas horas de la madrugada, entre ellas aquella de Lolita Garrido: “Que bichito será”, que le traería
recuerdos.
Se metió la mano en el bolsillo, aún le quedaba para una Fanta. Pero pensó que
no estaba el día para fiestas, se marchó a su casa y se encontró aún sin
perrito que le ladrase.
Este es mi pequeño homenaje a los perros fuentealameños, y siempre en contra del maltrato animal.
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