Foto cedida por Esteban García |
No
obstante, fui tomando notas mentales de las muchas charlas mantenidas con
ellos, que después me sirvieron para reflejarlo en el blog, si bien ya a título
póstumo. Eso es lo que voy
hacer con Santiago, quien nos dejó hace unos
pocos años, 2018 en concreto, y
siempre viene bien recordarlo.
Muchas de esas charlas que mantuve con Santi, a quien sus amigos conocíamos como “El Tufos” en honor al flequillo juvenil que lucía, eran de contenido político y de actualidad. Casi todas con fundamento y base de un hombre que había viajado mucho. Otras las encaminábamos por una vía graciosa, burlesca y divertida, haciendo referencia a paisanos cuyas historias nos llegaban gracias a su prodigiosa memoria, y que para mí eran conocidas gracias a las referencias que de ellos me habían transmitido personas como él.
Su deficiencia visual, causada por la diabetes, se compensó con los otros sentidos; sus manos eran una máquina de comprobar monedas o billetes y su oído le avisaba del coche del cliente a repostar. Pero sobre todo consiguió la agudeza para ver el sentido de la vida, desarrollado aún más a partir de su penúltima etapa, con la tranquilidad de poder tomarse sus copas, fumarse su buen puro y esa buena barriga echada para adelante. Era una persona muy optimista, sencilla, amigo de sus amigos y familiar, que siempre veía el lado bueno de las cosas, y le quitaba hierro a cualquier problema, pero también con sus defectos y virtudes.
Me confesaba que había trabajado mucho. Aunque siempre le tuve de referencia, por los comentarios de su padre Pedro, realmente yo siempre le vi sentado en una silla gestionando la gasolinera situada al final de la antigua parada de autobuses de Alcalá la Real. Y
Después
de varios años de emigración temporal veraniega, y en su afán de regresar en
temporada de invierno de aquel año de 1965, (según nos cuenta su querido amigo
Estebillas García), para reencontrarse con una amiga, la cual no encontró o no se hizo ver, retomaron ambos el camino
hacia el norte. Después de llegar al pueblo
donde le esperaba supuestamente una amiga y no encontrarla, fueron acogidos,
como otras muchas familias, en casa de Manuel y de Urbana en el pueblo de
Balmaseda. Estando allí en un anuncio de periódico vieron que se necesitaba
personal, y fueron a pedir trabajo en Telefónica, donde hicieron acto de
presencia, con la sorpresa de que el cupo estaba cubierto. Esteban consiguió el
trabajo por ser más insistente y bajo alguna mentirijilla piadosa, pero
Santiago tuvo que buscar otro destino en los
astilleros, que sería su lugar de trabajo un largo periodo de tiempo, hasta que
consiguió un trabajo en los barcos de mercancías. Cuando apenas era un mozuelo,
se enroló en la marina mercante, que le llevó a embarcarse pese a que no sabía
nadar, recorriendo los mares de diversos países. Pero como tenía pendiente el
Servicio Militar, fue llamado a filas y no fue hallado. Enterándose que era reclamado,
regresó a España y se presentó en El Ferrol, donde tuvo que justificar con su
pasaporte, todos y cada uno de los países donde había estado durante el tiempo
que fue declarado prófugo, lo que le evitó un arresto. No obstante en el acto de su presentación sin
que le diera tiempo a justificar su ausencia, los mandos se dirigieron a él
recriminándole: ¡Qué bien que estaba en casa!
Como
quiera que fuese, su reemplazo ya había hecho parte de la mili, por lo que
incluso se liberó en parte de ella. Hizo la mili en la marina en El Ferrol, y allí
aprendió a nadar.
Santiago
era hijo de Pedro Cervera Ortega (1918) y de Cándida López Castillo (1920),
nació en Fuente Álamo un 25 de julio del año 1946, por lo que
ya podemos adivinar el origen de su nombre de pila. Sin embargo, como era habitual en aquella época, lo “apuntaron” cuando
sus padres pudieron. Sus raíces paternas le vienen de la aldea de Hortichuela,
teniendo como antecedentes familiares su abuelo paterno Domingo y su tío
Vicente que fueron víctimas de la guerra fratricida, y su tío Próspero quien
fue obligado a enrolarse en la División Azul. Su padre batalló por diferentes
frentes durante la Guerra Civil, lo que le hizo ser una persona criada en las
fatigas. Fue, por
tanto, una familia duramente castigada por el trabajo
y por las circunstancias, si bien al final de su vida Santiago se había logrado
reponer con cierta estabilidad económica. Sus raíces fuentealameñas le viene
por la línea materna; sus bisabuelos Hilario
López Nieto (1868) y Ana Luque Fuentes (1872) tuvieron como hijos a Juana e
Hilario López Luque (1893), quien se casó con Brígida Castillo González (1893), hija
de los también fuentealameños Rafael Castillo Galán y Bibiana González Palomino.
Si
queremos buscar ejemplos de fuentealameños decididos o emprendedores, aquí
hemos encontrado uno. Siendo un jovenzuelo se enrola en la marina mercante
extranjera, y sin saber leer, ni escribir, le reubican en la sala de máquinas
con gente de otras nacionalidades donde sólo se hablaba en inglés, lo que le
hizo que tuviera que aprenderlo de oídas.
Esos conocimientos le servirían después para realizar labores de intérprete
de angloparlantes que llegaron en el boom inmobiliario a Alcalá la Real, con
los que hizo amistades y cerró algunos tratos.
Incluso llegó a ser intérprete en la Notaría.
Aventuras
en la navegación fueron muchas, siempre las contaba a modo de chascarrillos y
en clave de humor, con aquella gracia que tenía siempre y que contagiaba a
quien estuviera a su lado. Nos contaba que estando en el campo trabajando, le
llamaron en cierta ocasión para que se fuera urgentemente a trabajar en otro
barco, y como no quería perder el trabajo, salió corriendo y no le dio tiempo
ni a cambiarse de atuendo. Resultó que cuando intentó subir al avión no le
dejaban pasar, pues aún tenía los zapatos embarrizados. Intentó explicar toda
la verdad de lo que le había pasado, y le dejaron subir advirtiéndole que no
volviera a viajar de aquellas maneras. También nos contó que en una
ocasión se les incendió el barco en alta mar, y un vasco y él, aprovechando el
revuelo, no se les ocurrió otra cosa que irse a la cocina a comer un chuletón, en
lugar de ir a apagar el fuego. La bronca que les dio el capitán casi le
produce una indigestión. Creo que él pensó que si iba a morir, mejor
sería con las botas puestas; por todos es sabido su buen comer. Pero también
contaba cosas dramáticas ocurridas en alta mar, caso de un gallego que en una
tormenta cayó por la borda del barco, y su tío intentó rescatarlo atándose a
una gruesa cuerda y arrojándose al mar tras él. Los dos perecieron ese día por
desgracia.
Estando en alta mar, solo podía venir a ver a la familia una vez al año, lo cual se convertía en un gran acontecimiento. En cierta ocasión, su esposa Carmen y su hija Nuria, partiendo desde Navarra, cruzaron toda la Península para reencontrarse con él en Cádiz. En aquella ocasión fue su amigo Antonio Esteban quien las trasladó a bordo de su Seat 850. Era tan difícil poder venir a ver a la familia, que en una ocasión no tuvo otro remedio que romperse un brazo a propósito para poder ver su hija recién nacida; lo cual dice mucho de lo que puede hacer un padre por un hijo. Pero de buen nacido es ser agradecido y nos dice su hija: “Sé que tenía defectos, pero para mí, era el mejor padre y el más divertido. Ojalá yo sepa disfrutar de las pequeñas cosas de la vida como él lo hizo”.