lunes, 26 de julio de 2021

MARÍA VERA EXPÓSITO (1934-2021). RECUERDOS DE LA DEHESILLA DE FUENTE ÁLAMO

  En alguna ocasión hemos hecho referencia a que nuestras vidas se quedan un tanto incompletas, no solo porque no hemos realizado todo aquello que nos hubiese gustado, sino porque no hemos podido transmitir todos nuestros conocimientos a generaciones futuras. Con María Vera, me han quedado pendientes algunos ratos de charla. Hace unos días me enteré que  el pasado 15 de mayo  nos había dejado y que San Isidro Labrador la había recogido en su seno.  Aunque soy consciente de que a su familia le ha quedado un hueco mucho más grande,  a mí, aparte del sentimiento de perder a una amiga colaboradora y seguidora de mis publicaciones, me queda también una obra inconclusa, aunque gracias a unas hojas manuscritas que me entregó hace algún tiempo y las muchas conversaciones que mantuvimos, intentaré acabar,  contando con estas letras póstumas aquella parte de la obra de su vida en Fuente Álamo. En aquellas notas nos contaba sus recuerdos y vivencias de aquellos años 50 y 60 del siglo pasado, que hemos transcrito casi literalmente. Sin su gentil colaboración no hubiese sido posible el estudio de árbol genealógico de una parte de los Vera, de la que María era un miembro más, cuya cuna estaba en la Dehesilla de Fuente Álamo.

    María Vera Expósito era hija de Domingo Vera Viana (1899) y de Paula Expósito Romero (1902), quienes tuvieron también como hijos a: Aurelio 1923, Andrés 1925, Teodora 1927, Marín 1927, María 1934, José 1935, y alguna otra como Desideria, que no sobrevivió.

Nació en la Dehesilla de Fuente Álamo en los años previos a la Guerra Civil, en concreto el 3 de junio de 1934. Allí permaneció durante 32 años, donde nacieron sus dos hijos mayores, hasta que las circunstancias, como a otros muchos fuentealameños, le hicieron tener que emigrar a Cataluña en 1966, colocándose en el Balneario de Vichy en Caldas de Malavella. Seis años después se estableció en Salt de Gerona, donde vivió hasta unos años después de enviudar,  momento en que rehízo su vida junto a Gerónimo Vera, su primo hermano, al que cariñosamente siempre le han llamado Mito. Con él regresó a Alcalá la Real y ha sido inmensamente feliz durante los últimos 19 años de su vida.

Sus recuerdos quedaron grabados a fuego y atrapados para siempre en aquella su Dehesilla natal. Durante su infancia, una vez finalizada la Guerra Civil tuvo que ser acogida por sus tíos Francisco Vera “Tío Vera” y Leona Vera, para no pasar hambre y dificultades, pues a su padre lo habían ingresado en la cárcel por el solo hecho de haber pertenecido a los que pensaban de forma diferente. Cuando regresó del cautiverio, el cabeza de familia, conocido por Domingo “Quintín” en honor a su abuelo, gestionó las salinas del Barranco de las Grajeras y la sal les ayudó a salir adelante y a dar alimento a las seis bocas. También repartía con su mula, pan por los cortijos. Recuerda que por entonces llovía mucho y el Barranco del Arroyo apenas podía cruzarse para ir al aguadero donde había un paso hacia La Rábita y San José. A veces se clavaban las bestias en el barro y tenían que acudir los vecinos para sacarlas…

Entre las muchas anécdotas sobre sus vivencias durante aquellos años tan duros, nos contó que siendo una niña, su abuelo Quintín vio en ella la capacidad de aprender rápidamente, y con la ilusión de que su nieta en un futuro pudiera llegar a ser panadera, le pagó algunas clases con un maestro, que por aquel entonces se trasladaba por los cortijos con la intención de enseñar a los niños unos mínimos conocimientos necesarios para labrarse un futuro, y que por las circunstancias  de la época no tenían la oportunidad de ir a la escuela. Aprendió a leer, escribir, y las cuatro reglas: sumar, restar, multiplicar y dividir. Recordaba con mucho cariño y agradecimiento, consciente del sacrificio económico que supuso en los tiempos de escasez por los que estaban pasando en aquel momento. Su abuelo se dio pronto cuenta que María era muy despierta, capaz de aprender con facilidad y atrevida para realizar tareas complicadas sin miedo al fracaso.

Su prodigiosa memoria y su buena caligrafía hicieron  que escribiera en unas hojas de papel los  recuerdos que tenía de todos sus vecinos de la Dehesa y que ahora transcribimos casi literalmente aquellas notas que redactó y me hizo llegar:


 
En la Erilla vivía Cristino Mesa, quien tras enviudar se juntó con una mujer llamada Catalina que vino con su hijo Costorillo. Lo que nunca se había visto en Fuente Álamo fue a Cristino con un buey aparejado, lo cargaba de aceitunas, leña y otras cosas, también lo llevaba de reata, porque lo normal era tener mulos o caballos. También tenían de vecinos a Juan Antonio Ortega, apodado Rayo, y sus hijos. Un poco más arriba vivía Pablo Vera “Paulillos el Nano” y su mujer María Sampedro Cano Mesa, hermana de Urbana de Clavijo, que se marcharon a Castro del Río. En Cortijo del Llano había una familia bien situada formada por Antoñillo y María. Y frente estaba la Casilla de Paquito Sierra, donde vivían de caseros Saturnino Díaz y sus hijos apodados Los Guardillas, uno tocaba el clarinete.

 En la Loma y la Casa de Cano vivía Antonio Cano casado con su hermana Teodora y Francisco García Vera apodado Verraco. Al lado vivía  Vicente Arévalo.

Me crié en la casa de Juanillo “Torres”, siendo vecina de Manuel “Torres”.  Allí nacieron algunos de tus tíos.  La mujer de Juan “Torres”, Natividad, era hermana de su padre. Las casas estaban juntas, con entrada separadas, pues era la casa de mi abuelo Quintín. Un poco más cerca de Clavijo vivía su tío Antonio Vera Aguayo y su tía Leona Vera Viana.

La fiesta de la Cruz Clavijo se celebraba el  20 de mayo, era la más soñada de las cruces, con sus puestos de turrón, su música… De aquella fiesta salieron muchas parejas de novios…  Después se rezaba la novena a la sombra del cortijo, donde todas las tardes venía gente desde los Bujeos, los Cerinos, los Florios… Los caminos eran de barro y mucho polvo en verano. En aquellos años en el Cortijo de Clavijo vivía una gran familia y era el centro o refugio de todos los que pasaban por allí. Ceferino y Urbana merecen un homenaje.

Llegó la luz a Dehesilla, no recuerdo si en los años 50 ó 60, no había televisión pero sí radio y se ponían todos a escuchar en los inviernos en la mesa camilla. Eran tiempos de muchos apuros sin agua corriente y pocos recursos.

Un poco más alejado pero dentro de la Dehesa estaba la casa de Custodio y su esposa Hipólita Aguilera Vera y sus hijos. En la parte de arriba del camino vivía Zoilo, que era de las Grajeras. El camino llegaba hasta la Casa de Huerta donde vivía Gregorio Aguilera, y la familia Aranda. En las Revueltillas vivía José Pérez “Tabolo” y su hermano Andrés Vera. En el Peñón la familia de Rafael Pérez “Tío Monjes”, y los hermanos Pérez La Rosa: Paco y Antonio, vecinos de Esteban García, quien tenía hortalizas y todos los vecinos sobre todo la juventud les ayudaban a desgranar maíz y habichuelas y después un rato de baile con una criba y a veces con un laúd que se traía un vecino para divertirnos.

La carretera que conducía a Alcalá la Real era peligrosa por los “desretideros” pasaba por las Pozuelas donde vivía dos vecinos: Sinforiano y Fernando Padilla. Desde allí se podía bajar hasta a la Solana, que era un cortijo muy grande, que tenía panadería. El camino enlazaba hasta las Pilas del Cortijo de la Fuente de la Encina donde vivía Vicentillo Cano, allí estaba el lavadero de Las Grajeras y de los alrededores. El Cortijo de la Fuente de la Encina “Arriba” rompió a arder un 11 de agosto, así que Inés de los Floríos el 15 de agosto fue alumbrarle a la Virgen, afortunadamente no ardió gracias a que  acudieron todos los vecinos…eran tiempos de unión”.

Con estas notas que nos dejó le queremos agradecer a título póstumo su aportación a la historia de Fuente Álamo. Ahora como notas biográficas solo diremos que estuvo casada con José Ochoa Aguilera (1932-1997) con quien tuvo cuatro hijos: Juan (1958), María del Carmen (1960), Josefina (1968)  y Domingo (1970), a quienes agradezco su colaboración, siendo continuadores de la saga Vera por aquellas partes de la geografía española donde se hallen. Ellos me han comunicado algunas actitudes de su madre, como su generosidad,   ayudando siempre a todo aquel que le pedía ayuda o consejo. Era muy querida y respetada por todos sus vecinos, a los que les tenía siempre su puerta abierta para cualquier necesidad, y para los que nunca tuvo un "no" como respuesta. Fue una mujer luchadora y valiente hasta el final, que supo levantarse cada vez que la vida la doblegó. Ellos se sienten muy orgullosos de todo lo que les ha transmitido a través de su ejemplo, con respeto y sin imposiciones. 

Alguno de sus hijos mayores, caso de Juan,   todavía guarda recuerdos de su infancia del día a día en la aldea, como cuando en alguna ocasión acompañaba a su madre a lavar la colada al arroyo, un punto de encuentro obligado para las mujeres de la Dehesa, en el que charlaban mientras lavaban. Y que siendo un niño muy curioso, quiso imitarlas,  poniéndose a lavar junto a su madre, con sus pequeñas manitas en el agua helada, y que en una ocasión un hombre que pasaba por allí lo vio lavando y le reprimió por considerar que esa tarea era propia de mujeres y que él no debía hacerlo.  También nos cuenta cuánto le gustaba acompañar a su abuelo Domingo, subido en una mulilla, de aldea en aldea o de cortijo en cortijo, llevando pan a los vecinos y los encargos que le hacían, para ganar algo de dinero.


A mí me quedará el recuerdo de una aficionada a la lectura y apasionada por las historias de su pueblo, siempre expectante de la publicación en papel de libros sobre Fuente Álamo, que le alimentaban sus recuerdos. No sé si ella supo que era conocida en el pueblo cariñosamente como “María la Lista”, pues siempre destacó en los conocimientos y en las inquietudes y que su abuelo Quintín como hemos dicho pronto supo descubrir y apuntalar, aunque solo fuera para que su nieta el día de mañana fuera panadera. El saber era su gran pasión. El pueblo pierde una enamorada de su cultura, esas que tanto se echan de menos y tan necesarias son para transmitir nuestras historias de generación en generación.




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