miércoles, 4 de octubre de 2017

MARIANA PEREZ PEREZ “LA MARI DE MANINO”


             
  Vino a nacer en Fuente Álamo el 22 de Marzo de 1932 en plena Segunda República, una etapa revolucionaria, donde los obreros del campo, como su familia, intentaban cambiar las cosas. Fue concebida en aquella fase de descanso del guerrero, pues su padre aprovechó un permiso militar para engendrarla, incorporándose nuevamente a filas para no volver a verla hasta su licenciamiento en noviembre de 1933, cuando contaba con la edad de año y medio.
            Hija de Matías y Antonia, nieta por línea paterna de Amador y Dorotea y por línea materna de Sandalio y Antonia, es la mayor de seis hermanos. Ejerció de mujer de la casa, pues estuvo “huérfana de padre” prácticamente 11 años. En sus primeros años de vida su padre estuvo sirviendo en el ejército en África, donde pretendía seguir enrolado, de no ser por la insistencia mediante misivas de su madre para que volviese con su esposa e hija. Después, durante los años convulsos de Guerra Civil, fue reclutado en la filas del ejército republicano y posteriormente hecho prisionero hasta el año 1943 en que fue excarcelado.
            
   En los avatares de la Guerra Civil, siendo una niña de 4 años y medio, tuvo que huir junto con su familia a zona de La Rábita, donde los niños fueron acogidos en el local de la escuela. Posteriormente, junto con su madre y su hermano José, de tan solo un año de edad, se marcharon a unas cuevas de Las Grajeras cerca de unos familiares apodados “Pescuezos”, donde perdieron o le sustrajeron una zalea o cuero curtido que conserva la lana de una oveja. Recuerda que cuando era pequeña, con unos cinco años de edad, junto con su madre, tuvieron que venirse desde el cortijo que sus abuelos tenían en El Peñón hasta Fuente Álamo, cruzando por zona de vigilancia en plena Guerra Civil y escondiéndose entre los troncos de olivos. Al ser detectadas por los milicianos en la zona de la Hoya de Vázquez, fueron advertidas o “regañadas” de que la próxima vez que cruzaran lo indicaran con trapos blancos. También recuerda los bombardeos en la zona de Fuente Álamo, durante los cuales tenían que refugiarse en la Mina o en la Cueva del Tío Amor.
               Pasada la guerra, vivió la peor etapa de su vida, pues no disponía de la protección de su padre, que se encontraba en prisión, y la familia estuvo sometida a continua humillación por su pasado “rojo”, a expensas de la escasa caridad de los vencedores. Pasaron mucha hambre, a veces paliada en uno de los dos centros de reparto y racionamiento de comida: El Molino y el Cortijo de la Solana. También para mitigar el hambre, llevaba a Dª Casilda Sierra, productos buscados en el campo como espárragos o collejas a cambio de pan,  pero en ocasiones se quedaba esperando la recompensa. Si la Señorica no  tenía nada a cambio, le preguntaba que “si de verdad se lo daba de todo corazón”, respondiendo Mariana que sí, y marchándose con el consiguiente disgusto y el estómago vacío, sin recibir nada a causa de su “generosidad”.            En una ocasión, cuando era niña y guardaba pavos, le mandó su padre a comprar pepinos a la Dehesa, a casa de la familia apodada Verraco; sin embargo, le anocheció desde Clavijo, por lo que su padre le reprendió. Era ya demasiado tarde para tomar gazpacho. 
Aprendió a leer y escribir con D. Manuel López, eso sí, en los ratos que le dejaba libre y no le mandaba tareas particulares de su campo o de su casa; asimismo con las enseñanzas recibidas de su padre. Recuerda esconderse en un arcón para no ir a la escuela, siendo encubierta por sus amigas Encarna y Aurora, si bien tardando tiempo en encontrarla. En aquellos años, en la taberna de Francisco El Pelón, se representaban teatrillos, participando como actores las hijas de Matías “Candio”, Aurorita, Pedro y sus hermanas Librada y Enriqueta. Aún recuerda unas de las estrofas cantadas, y decía así:


 Mariana, replicaba:

 Ya verás cuando me ponga,
 mis pendientes y mi collar,
y mis guantes tan elegantes
y mis enaguas todas bordás.

Pedro Pareja respondía:

Todos los chicos del pueblo,
Tienen envidia de ti.
Por llevar la ropa la más salerosa
Que ha salido aquí.

Mariana Pérez continuaba:

Perico, Perico,
si sientes mareos,
Avisa al médico…

             Celebró su Primera Comunión con cierta solemnidad, en el sentido que Doña Casilda Sierra Montañez era quien invitaba a los niños y niñas a una merienda consistente en un hornazo, que era un pan con un huevo cocido duro dentro, y una taza de chocolate, que se solía tomar en la antigua escuela.
             

       En unos años difíciles, a la temprana edad de 20 años, se fue a vivir con su novio Marcelino, quien con la extracción de yeso, habilitó una habitación que le había prestado su padre. Pronto quedó embarazada, y él se tuvo que incorporar al ejército, en el Cuerpo Caballería de Sevilla, donde prestaba servicio cuando nació su primera hija. Después se echaron las bendiciones y los siguientes cuatro hijos le vinieron uno detrás de otro; así, en el periodo corto de ocho años, nacieron los cinco.
 Si bien reconoce que sus hijos no llegaron a conocer aquella hambre despiadada, sí conocieron las faltas y la carencia de necesidades, que bien pudieron ocasionar la pérdida de una de sus hijas. Ella, muchas veces, sabía engañar y sustituir, y hacer con los garbanzos del cocido, una “ropa vieja”, por decir algo. Ante preguntas insistentes de sus hijos sobre qué iban a comer aquel día, siempre existía aquella respuesta evasiva de “chanfleinas”, que alimentaban en la imaginación y distraía la mente. Supo mitigar las esperas alrededor de la lumbre para coger las cortezas de las migas y repartirlas en su debido momento; pero, sobre todo, sabía consolar, con aquellas palabras de “eso no es na”, que les servía a sus hijos para no preocuparse ante cualquier percance o caída.
               Dedicó su vida a las labores de campo, segando y recogiendo aceitunas en la cuadrilla, primero de su padre y cuando se casó como pareja de su esposo, pues antes cada mujer tenía llevar como pareja de trabajo a un hombre. Las tareas agrícolas las compatibilizaba con el cuidado de cinco hijos y con las faenas propias de la casa. Regentó el corto tiempo de dos años una tienda de ultramarinos situada en la calle que sube al cerro, donde anteriormente estuvo establecido el negocio por Mariana Cobo.
               Como casi todas las mujeres fuentealameñas en los años setenta, emigró en el verano de 1974 a la Costa del Maresme, para trabajar en la hostelería en la localidad de Pineda de Mar.  También se desplazó a Francia (Perigueux) para la recolección de la fresa en el año 1979, donde tuvo que enfrentarse no solo a la tarea diaria, sino también al idioma. Ante el requerimiento insistente del patrón para que dejasen la faena y se fueran allí, a causa de un diluvio, con la expresión francesa “là-bas” “là-bas”…, entendieron que les llamaba para hacer la colada, y además con la que estaba cayendo.
               En sus ratos libres se dedica, pues era y es muy aficionada, a la jardinería, a plantar y trasplantar flores en sus macetas o pequeño jardín. Siempre crió aves de corral, conejos y palomas para el consumo familiar; de los perros no es muy amiga, pues no los deja entrar a la casa, utilizando las palabras “picho, fuera”. Tampoco es enemiga, siempre tiene a su alrededor uno o dos adoptados que le prestan compañía.
               Representa la mujer tipo, en una sociedad machista donde el patriarcado era lo que imperó; así, fue educada en las labores de casa y en aquella sociedad que para tomar cualquier decisión tenía que pasar por el filtro del padre y después del marido.  Pasó por malos momentos, mediados los años 50, como la pérdida de una hija de tan sólo un año de vida, y con la trágica muerte de una cuñada, que vivió directamente in situ. Posteriormente, la muerte de su marido Marcelino fue lo que más le marcó, debiendo reestructurar su vida de nuevo y seguir adelante. La diabetes hereditaria, las cataratas, juanetes  y una intervención quirúrgica en el colon, son sus contrariedades más graves.  
       
               Son muchas las anécdotas y vivencias ocurridas: ha tenido la oportunidad de saludar personalmente a Pedro Almodóvar, pero también se quedó sin ver la actuación de El Puma, pues, en plena Fiesta de la Espuma, se quedó atónita cuando una señora le dijo que por aquel tubo saldría “Eh puma”, cosa que veía un tanto inverosímil. Su campechanería le llevó a pedirle a un vecino del pueblo de su hija que le abriese la olla exprés, quedando asombrado el vecino al no saber de qué se trataba aquel artefacto.
               Ahora, a su edad, (85 años) cuando sus dolencias se lo permiten, le gusta el baile y la diversión. Siempre ha participado de forma activa en todos los eventos o actos culturales y lúdicos celebrados en la aldea, y en donde se le ha requerido su presencia. Su buena memoria hace que siga transmitiendo sus experiencias vividas y colaborando en el recuerdo y la recopilación de las tradiciones y coplillas de otras épocas.
               Se puede acabar diciendo que es una buena vecina, que supo y sabe evitar disgustos propios de una vida social tan intensa como es el vivir puerta con puerta y hacer una vida vecinal tan entrelazada como es la propia de una aldea como Fuente Álamo. Como hijo, qué puedo decir yo?  


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