sábado, 5 de septiembre de 2015

ESTANCIA ESCOLAR EN “EL COTO” EN LOS AÑOS 70 DE LOS NIÑOS DE FUENTE ÁLAMO.



Introducción.

En los inicios de los años 70, cuando los niños de Fuente Álamo fuimos reubicados en los Colegios Comarcales Nacionales “El Coto”, sobretodo los primeros días, el miedo o temor mezclado con la ilusión contenida estaban latentes en cada uno de nosotros. Nuestros compañeros mayores fuentealameños, en un intento de prevenirnos, nos habían infundido esos miedos respecto a la recepción que los niños alcalaínos nos iban hacer, la cual no iba a ser precisamente afectuosa. Pienso que nos consideraban más atrasados, como si viniésemos de unas zonas rurales subdesarrolladas, y por ello nos miraban con cierto aire de superioridad, sobre todo a nivel personal. En lo educativo, por parte de los profesores, nos bajaban un curso de forma general, sin atender al caso concreto, como si todos fuentealameños estuviésemos menos preparados. Sin embargo, en conocimientos y en aplicación, pienso que aquí sí dábamos la talla, y no había tanta distancia de por medio. De todas formas, a medida que pasaba el tiempo y se estrechaban las relaciones, se iban disipando las supuestas diferencias entre nosotros. http://historiadefuentealamo-jaen.blogspot.com.es/2014/09/inauguracion-del-coto-por-los-escolares.html
 Para protegernos, la formación de pandillas era la mejor defensa, pues no todos teníamos un primo alcalaíno en el Primer Grupo llamado Jesús Aroca. De todas formas cuando no tenías problemas, los mayores, caso de Enrique Zuheros y Jesús Aguilera, me los buscaban y me decían que le dijese a Manuel de las Mimbres su apodo de “Colorín” y yo iba y se lo decía, saliendo corriendo, sabiendo que tenía buen respaldo detrás de mí. Las típicas pandillas se agrupaban por aldeas o por alcalaínos, aunque estos en menor medida, pues no les era necesario. La verdad es que consciente o inconscientemente, ya se intentó separarnos en las clases, pues sobretodo el Primer Grupo estaba integrado principalmente por alcalaínos.
Una vez ya ubicados y hecha esta introducción, veremos en esta entrada nuestra estancia escolar en un día cualquiera de los años 70.
Jornada lectiva.-
 Después del tortuoso viaje en el transporte escolar, previo a la entrada a las clases, (ya recordado en otra entrada): se ordenaba formación, separados por sexo. Eso sí, se formaba si no llovía, pues si lo hacía, formábamos de forma irregular en el porche. Esto se hacía en el patio y  por cursos, en una fila india perfectamente alineada, pues ya se  encargaba D. Juan Uris de decir a gritos, con cara de enfadado, espurreando saliva y con defectuosa pronunciación de la “erre”: “Línea recta, todos los puntos en la misma dirección.” El acceso a las aulas era ordenado y por cursos de menor a mayor. Las clases comenzaban a las 10 h. de la mañana, interrumpidas por un recreo de media hora desde las 11.30 h. hasta las 12 h., en el que escasamente te daba tiempo para comprar por un duro una torta a Rafael, “El Conserje”,  y continuaban de 12 h. a 13 h. Un descanso de 2 horas, para almuerzo y distracción y a las 15 h. se reanudaba la jornada lectiva hasta las 17 h. Salíamos ya, no de forma tan ordenada, cada uno en dirección al autobús de su aldea, esperándonos de nuevo el tedioso regreso, el cual tratábamos de hacer ameno, a diferencia del viaje de las mañana, donde veníamos adormilados.
Asentimos escolar.
Fueron muchos años, (en mi caso 7 cursos), muchos maestros y muchas anécdotas, y sobre todo muchas ausencias “justiciadas”, la mayoría por “enfermedad”, otras para las tareas agrícolas y las llamadas rabonas, que eran difíciles de practicar, pues Alcalá quedaba a unos cuantos metros de camino y siempre cabía la posibilidad que te detectasen en el trayecto. Pero a veces, en invierno sobretodo, hasta apetecía la asistencia a clase por el mero hecho de estar al calor de aquellos radiadores a base de agua calentada por calderas, situados en número de 6 u 8 en las paredes laterales de las clases.
La mayoría de los escolares fuentealameños, a los 12 ó 13 años, dejaban de asistir a la escuela para incorporarse al mundo laboral o a las tareas de la casa. Se aprovechaba fundamentalmente la época de la recogida de la aceituna para abandonar progresivamente la escuela. Así, durante los meses de diciembre, enero o febrero se dejaba de ir; después, se hacía un amago de incorporación, y en los meses de mayo o junio con el “boom” de la emigración a la hostelería de las costas catalanas, se abandonaba definitivamente la enseñanza. Serían muchos niños y niñas que en los años 70 conforme cumplían 11 ó 12 años dejaron la escuela y se marcharon a trabajar a Pineda de Mar, Calella, Tossa de Mar, Playa de Aro, ect… Se podrían enumerar, pero la lista sería muy larga, y en una línea entrarían los que completaron la E.G.B. Fui uno de los pocos afortunados en completar los estudios, pese a mis semi-ausencia en la temporada de aceitunas, tal y como se reflejaba en el boletín de notas.
Eran épocas en las que las estrecheces económicas y la falta de motivación transmitida por parte de los maestros y encubierta en cierta forma por nuestros padres, hacían que el fracaso escolar en Fuente Álamo fuera de un 95 o más por ciento, donde su población eran fundamentalmente jornaleros del campo.
Los maestros.
Mis maestros de la E.G.B. en “El Coto” fueron D. Obdulio (2º), aquel gordito y mayor, con el que aprendí las tablas de multiplicar, que siempre echaba el pie izquierdo al andar y se tomaba en clase todas las tardes su cafelito; eso sí, después de su siesta. A Veguilla le hizo chutar un penalti en la misma clase, para las diversión de todos, y sobretodo la suya, a la vez que decíamos todos: “Chuta Veguilla”; D. Juan Uris Selles (3º y 4º), aquel valenciano que vino en el año 1972 con su disciplina militar a la hora de formar y nombrarnos con grado militar, que en vez de andar por clase, desfilaba. Nos hacía más importantes y nos llenaba de valores, y nos contaba que Sergio, un jugador del Valencia de aquellos años, había sido alumno suyo. A partir de 5º E.G.B. se distribuyeron los maestros por asignatura y se crearon clases mixtas.  D. Antonio Pérez Baeza y Dª Consuelo (5º);  D. Víctor, D. Emilio (E.F.), D. Domingo Murcia Rosales, D. Joaquín Martín Villanueva, D. Antonio Serrano Barrios y D. Francisco Gallego Marchal (6º, 7º, y 8º), y dos más que no recuerdo sus nombres que daban Ciencias Sociales (5º) y Francés (6º, 7º y 8º). De todos y cada uno tengo buenos recuerdos.
El comedor y las comidas.
Las comidas no eran tan malas, pues las hambres eran mayores, aunque a algunos se les atragantaban los macarrones. Los “platazos” sobre la cara del comensal era una práctica usada por el maestro encargado del comedor, el mismo que según se dijo en aquel momento, mató o se le murió un caballo de su cuadra y un día nos lo dio en filetes, con aquel olor que provocaba náuseas. Recuerdo los boquerones requemados con aquel aceite, que fueron tapados debajo de las servilletas por Jesús Aguilera, siendo estas inspeccionadas de vez en cuando por el maestro encargado, el cual también a veces hacía la revisión de platos cuando se entregaban. Las sopas de letras insípidas y aquellos cocidos con fideos o arroz que antes de entrar al comedor, el olor, te cantaba el menú. En aquella mesa, los comensales éramos: Jesús Aguilera, Enrique Zuheros, José Aguilera Cervera, Francisco Aguilera Valverde, quien les relata y otros dos niños de otra aldea que no recuerdo. Siempre tuvimos envidia de los buenos postres que se daban en el Primer Grupo,  como eran los flanes, yogures, y en Navidad hasta un mantecado, hecho que no dudaban en recordarnos nuestros compañeros.
La leche que no nos daban en el comedor nos la vendían al precio rebajado de un duro, pienso que de manera ilegal. Así, entre las 4 y 4,30 horas, las cocineras pasaban clase por clase, y el que tenía un duro, podía comprarse  un botellín de ¼ de litro de leche Puleva.
Los castigos.
Eran de los más variados, recuerdo que D. Obdulio poseía una tabla de madera que tenía escrito a bolígrafo “La Milagrosa” o “La Dolorosa”, con la que repartía a diario; eso sí, una vez que se despertaba de su siesta y se tomaba el buen café que el compañero Lizana le traía desde el Bar Los Canarios. Un día, repartió tantos palos en la mano, como números de la tabla de multiplicar nos equivocamos. A la pregunta de 7x4, contesté temblando 28, pues ni siguiera estaba seguro de que mi respuesta era correcta, pues inconscientemente intentaba decir el número más bajo posible, por lo de los palos.
Una tarde, Don Antonio Pérez Baeza tuvo que ausentarse un rato, y al volver, le fue facilitada la lista negra, por lo que decidió que tenía que repartir “galletas”, pero para ello, nos dijo que necesitaría una fábrica, por lo que pensó que era mejor repartir una a cada uno de los niños que el encargado le había anotado en la lista, entre los que me encontraba. No obstante, a “Lorito de Villalobos” y “Gordito de las Mimbres” les hizo mucha gracia la “gracia” del maestro, valga la redundancia, y no pudieron resistir la risa, lo que evidentemente les costó repetir, porque al maestro le quedaban según él, dos más, pero de las gordas, lo que provocó que la risa se convirtiera en tristeza, pero nunca llanto.
Estos castigos eran de risa, pero el tortazo que D. Joaquín le dio en la nuca a un niño que, aprovechando la inercia o la velocidad con la que bajaba las escaleras le provocó una pérdida de equilibrio y un deslizamiento en plancha, no nos provocó ninguna risa a los que pudimos presenciar el espectáculo, y es que en los tiempos actuales sería de Juzgado de Guardia. El resultado sería disuasorio, pero las ganas de salir de la escuela, siempre nos traicionaban y podían más.
 El cepillo de limpiar la pizarra salía volando, en muchas ocasiones desde la mano de la Srta., e impactaba en la cabeza de alguno, caso de la de José Anguita.
Uno de los castigos no violentos, pero a veces difícil de cumplir, eran los impuestos por parte de D. José Garnica, director del Segundo Grupo, y consistía en  mandar libretas enteras a escribir, así durante los recreos, teníamos totalmente prohibido hacer visitas a los amigos y paisanos de otros Grupos, pero no siempre se cumplían las normas y las sanciones podían ser distintas según el director del centro. Si eras del 2º Grupo te podían caer 4 ó 5 libretas escritas a mano, otra cosa es que luego te identificase para pagar la sanción, lo cual para algunos resultaba más penoso que un simple pescozón. Otro castigo no violento, era el utilizado por D. Domingo Murcia, que iba colocando a los alumnos que habían hecho alguna travesura en una fila de mesas al final de la clase, lo que él llamaba la Real Academia de la Lengua, y de la que me libré de milagro, pues le pedí permiso para pedir “un saca” y me preguntó que si era a “mi compa”; gesticulando moviendo la cabeza y  diciendo que a ver si me tenía que poner en la famosa Real Academia.

Esta historia está un poco personalizada, pero sería prácticamente la misma de cualquiera de aquellos niños fuentealameños y como siempre queda abierta para quien desee contar su propia experiencia.

2 comentarios:

  1. Que recuerdos yo estuve alli en los años 85 al94 me hecho ilusion encontrar este articulo yo tambien tuve algunos profes tuyos tambien me hicieron repetir al entrar al cole .Que recuerdos

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    1. Gracias por participar con tu comentario, me alegra que te traiga recuerdos. Según comentas fue una década después,pero aún seguían muchos de los maestros, pero seguramente con otros muchos cambios.

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