En los inicios de los años
70, cuando los niños de Fuente Álamo fuimos reubicados en los Colegios
Comarcales Nacionales “El Coto”, sobretodo los primeros días, el miedo o temor
mezclado con la ilusión contenida estaban latentes en cada uno de nosotros. Nuestros
compañeros mayores fuentealameños, en un intento de prevenirnos, nos habían
infundido esos miedos respecto a la recepción que
los niños alcalaínos nos iban hacer, la cual no iba a ser precisamente
afectuosa. Pienso que nos consideraban más atrasados, como si viniésemos de
unas zonas rurales subdesarrolladas, y por ello nos miraban con cierto aire de
superioridad, sobre todo a nivel personal. En lo
educativo, por parte de los profesores, nos bajaban un curso de forma general,
sin atender al caso concreto, como si todos fuentealameños estuviésemos menos
preparados. Sin embargo, en conocimientos y en aplicación, pienso que aquí sí
dábamos la talla, y no había tanta distancia de por medio. De todas formas, a
medida que pasaba el tiempo y se estrechaban las relaciones, se iban disipando
las supuestas diferencias entre nosotros. http://historiadefuentealamo-jaen.blogspot.com.es/2014/09/inauguracion-del-coto-por-los-escolares.html
Para protegernos, la
formación de pandillas era la mejor defensa, pues no todos teníamos un primo
alcalaíno en el Primer Grupo llamado Jesús Aroca. De todas formas cuando no
tenías problemas, los mayores, caso de Enrique Zuheros y Jesús Aguilera, me los
buscaban y me decían que le dijese a Manuel de las Mimbres su apodo de
“Colorín” y yo iba y se lo decía, saliendo corriendo, sabiendo que tenía buen
respaldo detrás de mí. Las típicas pandillas se agrupaban por aldeas
o por alcalaínos, aunque estos en menor medida, pues no les era necesario. La
verdad es que consciente o inconscientemente, ya se intentó separarnos en las
clases, pues sobretodo el Primer Grupo estaba integrado principalmente por
alcalaínos.
Una vez ya ubicados y
hecha esta introducción, veremos en esta entrada nuestra estancia escolar en un día cualquiera de los años 70.
Jornada
lectiva.-
Después del tortuoso viaje en el transporte
escolar, previo a la entrada a las clases, (ya recordado en otra entrada): se
ordenaba formación, separados por sexo. Eso sí, se formaba si no llovía, pues
si lo hacía, formábamos de forma irregular en el porche. Esto se hacía en el
patio y por cursos, en una fila india
perfectamente alineada, pues ya se
encargaba D. Juan Uris de decir a gritos, con cara de enfadado,
espurreando saliva y con defectuosa pronunciación de la “erre”: “Línea recta,
todos los puntos en la misma dirección.” El acceso a las aulas era ordenado y
por cursos de menor a mayor. Las clases comenzaban a las 10 h. de la mañana,
interrumpidas por un recreo de media hora desde las 11.30 h. hasta las 12 h.,
en el que escasamente te daba tiempo para comprar por un duro una torta a Rafael,
“El Conserje”, y continuaban de 12 h. a
13 h. Un descanso de 2 horas, para almuerzo y distracción y a las 15 h. se
reanudaba la jornada lectiva hasta las 17 h. Salíamos ya, no de forma tan
ordenada, cada uno en dirección al autobús de su aldea, esperándonos de nuevo
el tedioso regreso, el cual tratábamos de hacer ameno, a diferencia del viaje
de las mañana, donde veníamos adormilados.
Asentimos
escolar.
Fueron muchos años, (en mi
caso 7 cursos), muchos maestros y muchas anécdotas, y sobre todo muchas
ausencias “justiciadas”, la mayoría por “enfermedad”, otras para las tareas
agrícolas y las llamadas rabonas, que eran difíciles de practicar, pues Alcalá
quedaba a unos cuantos metros de camino y siempre cabía la posibilidad que te
detectasen en el trayecto. Pero a veces, en invierno sobretodo, hasta apetecía
la asistencia a clase por el mero hecho de estar al calor de aquellos
radiadores a base de agua calentada por calderas, situados en número de 6 u 8
en las paredes laterales de las clases.
La mayoría de los
escolares fuentealameños, a los 12 ó 13 años, dejaban de asistir a la escuela
para incorporarse al mundo laboral o a las tareas de la casa. Se aprovechaba
fundamentalmente la época de la recogida de la aceituna para abandonar
progresivamente la escuela. Así, durante los meses de diciembre, enero o
febrero se dejaba de ir; después, se hacía un amago de incorporación, y en los
meses de mayo o junio con el “boom” de la emigración a la hostelería de las
costas catalanas, se abandonaba definitivamente la enseñanza. Serían muchos
niños y niñas que en los años 70 conforme cumplían 11 ó 12 años dejaron la
escuela y se marcharon a trabajar a Pineda de Mar, Calella, Tossa de Mar, Playa
de Aro, ect… Se podrían enumerar, pero la lista sería muy larga, y en una línea
entrarían los que completaron la E.G.B. Fui uno de los pocos afortunados en
completar los estudios, pese a mis semi-ausencia en la temporada de aceitunas,
tal y como se reflejaba en el boletín de notas.
Eran épocas en las que las
estrecheces económicas y la falta de motivación transmitida por parte de los maestros
y encubierta en cierta forma por nuestros padres, hacían que el fracaso escolar
en Fuente Álamo fuera de un 95 o más por ciento, donde su población eran
fundamentalmente jornaleros del campo.
Los
maestros.
Mis maestros de la E.G.B.
en “El Coto” fueron D. Obdulio (2º), aquel gordito y mayor, con el que aprendí
las tablas de multiplicar, que siempre echaba el pie izquierdo al andar y se
tomaba en clase todas las tardes su cafelito; eso sí, después de su siesta. A
Veguilla le hizo chutar un penalti en la misma clase, para las diversión de
todos, y sobretodo la suya, a la vez que decíamos todos: “Chuta Veguilla”; D.
Juan Uris Selles (3º y 4º), aquel valenciano que vino en el año 1972 con su
disciplina militar a la hora de formar y nombrarnos con grado militar, que en vez
de andar por clase, desfilaba. Nos hacía más importantes y nos llenaba de
valores, y nos contaba que Sergio, un jugador del Valencia de aquellos años,
había sido alumno suyo. A partir de 5º E.G.B. se distribuyeron los maestros por
asignatura y se crearon clases mixtas.
D. Antonio Pérez Baeza y Dª Consuelo (5º); D. Víctor, D. Emilio (E.F.), D. Domingo
Murcia Rosales, D. Joaquín Martín Villanueva, D. Antonio Serrano Barrios y D.
Francisco Gallego Marchal (6º, 7º, y 8º), y dos más que no recuerdo sus nombres
que daban Ciencias Sociales (5º) y Francés (6º, 7º y 8º). De todos y cada uno
tengo buenos recuerdos.
El
comedor y las comidas.
Las comidas no eran tan
malas, pues las hambres eran mayores, aunque a algunos se les atragantaban los
macarrones. Los “platazos” sobre la cara del comensal era una práctica usada
por el maestro encargado del comedor, el mismo que según se dijo en aquel
momento, mató o se le murió un caballo de su cuadra y un día nos lo dio en
filetes, con aquel olor que provocaba náuseas. Recuerdo los boquerones
requemados con aquel aceite, que fueron tapados debajo de las servilletas por
Jesús Aguilera, siendo estas inspeccionadas de vez en cuando por el maestro
encargado, el cual también a veces hacía la revisión de platos cuando se
entregaban. Las sopas de letras insípidas y aquellos cocidos con fideos o arroz
que antes de entrar al comedor, el olor, te cantaba el menú. En aquella mesa,
los comensales éramos: Jesús Aguilera, Enrique Zuheros, José Aguilera Cervera,
Francisco Aguilera Valverde, quien les relata y otros dos niños de otra aldea
que no recuerdo. Siempre tuvimos envidia de los buenos postres que se daban en
el Primer Grupo, como eran los flanes,
yogures, y en Navidad hasta un mantecado, hecho que no dudaban en recordarnos
nuestros compañeros.
La leche que no nos daban
en el comedor nos la vendían al precio rebajado de un duro, pienso que de
manera ilegal. Así, entre las 4 y 4,30 horas, las cocineras pasaban clase por
clase, y el que tenía un duro, podía comprarse un botellín de ¼ de litro de leche Puleva.
Los
castigos.
Eran de los más variados,
recuerdo que D. Obdulio poseía una tabla de madera que tenía escrito a
bolígrafo “La Milagrosa” o “La Dolorosa”, con la que repartía a diario; eso sí,
una vez que se despertaba de su siesta y se tomaba el buen café que el
compañero Lizana le traía desde el Bar Los Canarios. Un día, repartió tantos
palos en la mano, como números de la tabla de multiplicar nos equivocamos. A la
pregunta de 7x4, contesté temblando 28, pues ni siguiera estaba seguro de que
mi respuesta era correcta, pues inconscientemente intentaba decir el número más
bajo posible, por lo de los palos.
Una tarde, Don Antonio
Pérez Baeza tuvo que ausentarse un rato, y al volver, le fue facilitada la
lista negra, por lo que decidió que tenía que repartir “galletas”, pero para
ello, nos dijo que necesitaría una fábrica, por lo que pensó que era mejor
repartir una a cada uno de los niños que el encargado le había anotado en la
lista, entre los que me encontraba. No obstante, a “Lorito de Villalobos” y
“Gordito de las Mimbres” les hizo mucha gracia la “gracia” del maestro, valga
la redundancia, y no pudieron resistir la risa, lo que evidentemente les costó
repetir, porque al maestro le quedaban según él, dos más, pero de las gordas,
lo que provocó que la risa se convirtiera en tristeza, pero nunca llanto.
Estos castigos eran de
risa, pero el tortazo que D. Joaquín le dio en la nuca a un niño que,
aprovechando la inercia o la velocidad con la que bajaba las escaleras le
provocó una pérdida de equilibrio y un deslizamiento en plancha, no nos provocó
ninguna risa a los que pudimos presenciar el espectáculo, y es que en los
tiempos actuales sería de Juzgado de Guardia. El resultado sería disuasorio,
pero las ganas de salir de la escuela, siempre nos traicionaban y podían más.
El cepillo de limpiar la pizarra salía
volando, en muchas ocasiones desde la mano de la Srta., e impactaba en la
cabeza de alguno, caso de la de José Anguita.
Uno de los castigos no
violentos, pero a veces difícil de cumplir, eran los impuestos por parte de D.
José Garnica, director del Segundo Grupo, y consistía en mandar libretas enteras a escribir, así durante
los recreos, teníamos totalmente prohibido hacer visitas a los amigos y
paisanos de otros Grupos, pero no siempre se cumplían las normas y las sanciones
podían ser distintas según el director del centro. Si eras del 2º Grupo te
podían caer 4 ó 5 libretas escritas a mano, otra cosa es que luego te
identificase para pagar la sanción, lo cual para algunos resultaba más penoso
que un simple pescozón. Otro castigo no violento, era el utilizado por D.
Domingo Murcia, que iba colocando a los alumnos que habían hecho alguna
travesura en una fila de mesas al final de la clase, lo que él llamaba la Real
Academia de la Lengua, y de la que me libré de milagro, pues le pedí permiso
para pedir “un saca” y me preguntó que si era a “mi compa”; gesticulando
moviendo la cabeza y diciendo que a ver
si me tenía que poner en la famosa Real Academia.
Que recuerdos yo estuve alli en los años 85 al94 me hecho ilusion encontrar este articulo yo tambien tuve algunos profes tuyos tambien me hicieron repetir al entrar al cole .Que recuerdos
ResponderEliminarGracias por participar con tu comentario, me alegra que te traiga recuerdos. Según comentas fue una década después,pero aún seguían muchos de los maestros, pero seguramente con otros muchos cambios.
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