Sobre las ocho y media de la mañana, oíamos una voz, y digo una voz porque solamente necesitábamos en aquellos tiempos una llamada de nuestros padres, para dar un salto de la cama, levantarnos y vestirnos. Seguidamente nos lavábamos la cara como los gatos, nos tomábamos un tazón de leche de cabra con sopas de pan o de leche condensada, cuando la cabra carecía de ella. Recogíamos la “cartera” del mismo sitio que la habíamos dejado la tarde del día anterior, porque los deberes por entonces no existían o eran otros. Cuando desde nuestras casas escuchábamos el motor de “La Chacharreta”, calculábamos rápidamente, el tiempo que tardaba desde La Piquera hasta La Fuente, (que era desde donde daba la vuelta), para salir corriendo y cogerla en una de las dos paradas que había: La Piquera o La Fuente.
Sobre las nueve de la mañana partía desde
Fuente Álamo “el autobús” con unos 30 ó 40 niños y niñas para realizar un
trayecto tortuoso y lento que duraría una hora para recorrer tan sólo 12
kilómetros y recoger otros 20 niños y niñas de los cortijos. Hay que decir que número de viajeros escolares
disminuía considerablemente durante la campaña de la aceituna, por razones
obvias. La primera parada la realizaba en la Casa de la Huerta, para recoger a
la niña del Cortijo del Llano (Mercedes Pérez) y Domingo Ortega (de Rayo); la
segunda en Las Revueltillas, donde algunos días, no todos, se recogía a Antonio
Expósito y a las niñas de Andrés Vera, (que después se vinieron a vivir a
Fuente Álamo). La siguiente era una verdadera parada, pues en El Peñón se
incorporaba un grupo importante de colegiales: Inés, Romualdo, Josefa, María
del Carmen, y algún año después Juan Carlos y alguno que otro que se me
olvidará. Había una segunda parada en El Peñón a la altura de la casa de
Esteban, dependiendo del autobús y el día, pues allí se incorporaban los nenes
de Justo (Pepe, Justo, Elena…), Juan y María del Carmen Vera y Antonio Pérez (de
Eugenio), quienes podían andar perfectamente de 2 a 3 kilómetros en subida
hasta alcanzar la parada, que era provisional. Esto era para evitarle al
autobús una parada-arranque y subida en brusco, de manera que el conductor
buscaba una parada en un falso llano que había un poco más adelante del
referido cortijo; pero a la vuelta como era cuesta abajo, sí se les podía dejar
más abajo y más cerca de sus casas, “eran tiempos en los que se miraba por la
salud de los niños, a la vez que por la vida de los motores de los autobuses”.
Continuábamos la ruta sin parar durante 1 km aproximadamente por aquella
quebradiza carretera, al principio de piedra con sus baches, que fue
alquitranada sobre mediados los 70, hasta llegar al punto kilométrico 4,
establecido en Las Pozuelas, donde ocasionalmente se bajaban o montaban unas
niñas de Julio de Las Pilas. El recorrido ahora iba a ser más corto, pues tras
unas curvas aparecía una recta, poco antes de llegar a La Setilla, donde los
hijos de Marín y Trinidad (Juan Manuel y Merce) se incorporaban. A partir de
aquí ya no iba a haber más paradas hasta lo más alto de Las Albarizas, y no
porque no hubiese niños en las zonas, sino porque la carretera ascendía y el
motor del autobús sufría por el esfuerzo, teniendo que subir los niños hasta
donde se llaneaba la carretera, es decir en lo alto de Las Albarizas. Se hacían
algunas excepciones los días de lluvia y barro. Allí se montaban las niñas de
Juan Pulido, el del cortijos de los Reventones (María del Carmen y Mercedes), los
niños de Lorenzo del Cortijo de los Cierzos (Lorenzo y Aurora), los del Cortijo
de Amelio hijos de Felipe Valverde y Teófila, (Andrea, María del Carmen, Juan
Antonio, Rosario), los niños mayores de José de la Tabernilla (José Luis), el
hijo de Tomás Zurrón (Miguel Ángel), los hijos de Nazario (Marcelino y Dolores),
del Cortijo del Coscojal Alto también venía andando hasta allí, José Luis
(piano), con su buena cartera de cuero. Desde Cañada Honda, subían los hermanos
Antonio y José. En el cortijo de Dionisia vivían los hermanos Cobo: Francis y
Antonio. En el cortijo de las Albarizas vivió un poco tiempo Paquillo que
también se incorporada en esa parada. Desde Las Albarizas Bajas bajaban los
hijos de Galindo: José Antonio. Todos ellos tienen un gran mérito pues tenían dos
horas más de clase de gimnasia, todos los días a primera y a última hora. Una
vez que el autobús bajaba y cesaba de rugir, se dejaba caer hasta la altura del
Cortijo del Toro, donde los hijos de Custodio y Dorotea (José y algún hermano menor)
se montaban, pero ya casi con tres cuartos de hora de ventaja para dormir. El
autobús seguía su ruta hasta el Bermejo, donde los Lara Peinado (Fernando,
María José, Paquita y Antonio), las niñas de Custodio Peinado y los niños de su
hermano Antonio (Visitación y los Rubios) serían los últimos en incorporarse y
los primeros a la vuelta en bajarse, aunque la mayoría de las veces hacían el
trayecto de pie. Sin embargo fueron más afortunados en aquel día de invierno de
1970 del que ahora hablaremos.
Después de este tortuoso viaje en el que daba tiempo a estudiar dos o tres temas de Ciencias Sociales, el autobús desembocaba en la carretera de Priego y recorría unos 5 kilómetros ininterrumpidamente hasta llegar sobre las 10 de la mañana a los Colegios Nacionales Cormarcales “El Coto”. El viaje era agotador, fatigoso, al igual que la descripción que acabo de hacer, pero lo he hecho a propósito con el fin de hacer un pequeño homenaje a todos esos niños, y si me he olvidado de alguien, que me perdone y mediante los comentarios me lo puede hacer saber. No puedo dejar de hacer mención algunos de los niños que he nombrado que tristemente se han bajado del autobús de la vida, como Miguel Ángel Zurrón, Antonio Nieto, Juan Manuel, cuyos apellidos no recuerdo y que era hijo de Marín y Trinidad, Visitación Peinado y su prima hija de Custodio Peinado, Juan Carlos Carrillo, Juan Antonio Valverde, espero de no olvidarme de nadie.
Después de este tortuoso viaje en el que daba tiempo a estudiar dos o tres temas de Ciencias Sociales, el autobús desembocaba en la carretera de Priego y recorría unos 5 kilómetros ininterrumpidamente hasta llegar sobre las 10 de la mañana a los Colegios Nacionales Cormarcales “El Coto”. El viaje era agotador, fatigoso, al igual que la descripción que acabo de hacer, pero lo he hecho a propósito con el fin de hacer un pequeño homenaje a todos esos niños, y si me he olvidado de alguien, que me perdone y mediante los comentarios me lo puede hacer saber. No puedo dejar de hacer mención algunos de los niños que he nombrado que tristemente se han bajado del autobús de la vida, como Miguel Ángel Zurrón, Antonio Nieto, Juan Manuel, cuyos apellidos no recuerdo y que era hijo de Marín y Trinidad, Visitación Peinado y su prima hija de Custodio Peinado, Juan Carlos Carrillo, Juan Antonio Valverde, espero de no olvidarme de nadie.
Creo que los niños de
Fuente Álamo siempre fuimos más desafortunados que los de otras aldeas, y digo
esto porque debido a la carretera estrecha de piedras y baches, la empresa de
transportes siempre mandaba el peor de los autobuses, desde la Chacharreta, con
aquel morro alargado, sus asientos-sofá de madera forrados de eskay donde nos
sentábamos 4 niños y sus ventanillas
correderas, donde el privilegiado que la pillaba podía sacar la cabeza y
brazos, aunque estaba prohibido. Cuando
falleció Chacharreta, fue sustituida por aquel autobús con la parte frontal y trasera
redondeada, que conducía Manolo, el hermano de Miguel Contreras, y que ya sí
tenía asientos individualizados y unos escondites peligrosos en la parte de
atrás. Después apareció la Setra Seida, pero la pequeña.
Un invierno del año 1970,
(curso70-71) el autobús que transportaba a los alumnos desde el colegio de
Alcalá la Real quedó atrapado en la nieve en el cruce de Fuente Álamo con la
carretera de Priego, y el conductor abandonó no sólo el autobús, sino a los
niños y niñas de edades comprendidas entre 7 y 14 años, quienes tuvieron que
andar siete kilómetros cubiertos de nieve. Los más pequeños, incluso estuvieron
a punto de la congelación. Si bien para algunos niños mayores fue un motivo de
alegría, llegando a jugar con la nieve, para los más pequeños, fue un día que
tardaron en olvidar, y si bien hubo leves quejas por parte de los padres, ello
no supuso ningún tipo de sanción al conductor, ni a la empresa Autocares Contreras; eran años en los que el
conformismo actuaba como una venda en los ojos de la gente, sólo los maestros
señalaban y decían “esos eran los pobres niños que dejaron abandonados en la
nieve”.
En definitiva fueron
muchas horas, muchos días y muchos años, (en concreto, yo 7 cursos) viajando en aquellos autobuses.
Muchas experiencias, que con el paso del tiempo las vemos con otra perspectiva,
ahora inimaginables, pues no parábamos de hacer travesuras: no nos sentábamos,
sacábamos los brazos y cabeza por las ventanilla, cogíamos las ramas de los
almendros, olivos, retamas, gayumbas, ect… que se encontraban en las orillas de
la carretera, comíamos chupachups, cosa prohibida por lo del palillo,
masticábamos chicles que luego pegábamos debajo del asiento, nos peleábamos (sobre
todo en el último asiento), cantábamos canciones de Camilo Sesto y otros, jugábamos
a las cartas o cromos, guiñábamos a las niñas e incluso nos enamorábamos. Algunas
de estas infracciones, de vez en cuando, el conductor las veía por el
retrovisor interior y nos imponía un castigo, que era más peligroso todavía, y consistía
en ponernos de rodillas cerca de él, al lado la palanca de las marchas, o en
otras ocasiones, nos bajaba del autobús para que hiciéramos el trayecto
andando, ¿eh Vicente, te cuerda? O aquel intento fallido del conductor llamado
Isidro, que nos decía que éramos “más bajos que la escarihuela” y nos impuso de
sanción el bajarnos del autobús en la Hoya Vásquez, muy cerca de Fuente Álamo,
a lo que accedimos con mucho gusto, pero cuando vio que lo hacíamos realmente,
salió corriendo detrás de nosotros para impedirlo. Aunque, es cierto que, no consiguió
atraparnos a todos, pues alguno salió corriendo por los olivos. ¿Cuánto sufría
aquel conductor, que no solo tenía que estar pendiente del tráfico, sino que
también debía prestar atención a 40 ó 50 energúmenos? Cuando ya no podían con
nosotros subía al autobús Miguelito y no daba un buen rapapolvo, que de poco
servía.
Dios,,, enhorabuena Mingui.. que bien te ha quedado esto,, has echo que mis emociones aparezcan por que yo al igual que todos vosotros y todos los que has nombrado he vivido todos esos momentos,, y aunque fueron duros, estoy seguro que para todos nosotros nos traen buenos recuerdos, sii,, a pesar de todo, fueron bonitos años,, gracias por hacérnoslos recordar.. Un abrazo..
ResponderEliminarGracias Pepe, por tu comentario, y de eso se trata de que recordemos aquellas historias y aquellos años tan bonitos. Me alegro que te guste a ti también.
ResponderEliminarhe reconocido el primer y segundo autobus que tambien utilizabamos en aquella epoca para acudir al coto pero desde otra aldea de Alcala La Real
EliminarGracias Juan por participar con tu comentario en este blog, me alegro que te sirva de para recordar aquellos años en el Coto. Creo recordar, si mi memoria no me falla, que el primer autobús era el de Villalobos y el segundo de Ermita Nueva o Mures. Un saludo.
EliminarEN EL DE ERMITA NUEVAVIAJAVA SERVIDOR CURSO 1970 1971
EliminarGracias Juan por tu testimonio, no sé si llegamos a coincidir, pues precisamente ese curso 1970-71 fue mi primer año en el Coto. El autobús de Fuente Álamo, era el peor de todos, decían debido a las malas carreteras. Un Saludo.
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