Las
travesuras de los niños fuentealameños han sido muchas y muy variadas a lo
largo de la historia, a las típicas en los años del hambre de meterse en los
huertos para hurtar habas, melones, hortalizas, frutas, almendras, ect…, o para
bañarse en las albercas prohibidas, le siguieron las peleas o disputas por
cosas o valores hoy sin importancia. Por ejemplo, bastaba pintar dos rayas en
el suelo que representaban el padre de cada uno y si uno pisaba la del otro, ya
estaba liada la pelea, así como una serie de bromas unas de buen gusto y otras
más pesadas, sobre todo con los animales, que hoy se consideraría falta de
maltrato animal, como echarle “mosca de mulo” en la cola a una burra, echarle
gasolina en el culo o atarle latas en la cola a un perro, echar a pelear dos
perros o dos cabras… carreras con mulos, bicicletas o motos, emborrachar una
lagartija con el humo de un cigarro…, alcanzar objetivos variados con
tirachinas o escopetilla de plomos… O las típicas bromas a nuestros semejantes,
como pegar un susto con algún disfraz (soldado en la mina de Dorotea) o con un
melón hueco iluminado, echar gachas en la cerradura de una puerta el Día de los
Santos, cambiar de ubicación las macetas de las vecinas, dar de comer o beber algo raro, dar una
colleja al de delante de la fila, el “bautizar” o poner motes a otros, o la de
lanzar piedras normalmente sin objetivo alguno, pero que casi siempre lograban
alcanzar la cabeza de alguien, o colocar una cuerda invisible atada a dos
extremos para cazar algo o “alguien”…. O el caso de Sánchez el de La Solana que
cuando era joven, cogió un canutero, metió tábarros cuando estaban helados y
los llevó al casino de Alcalá la Real y cuando se calentaron, abrió el canutero
y los soltó.
Serían
muchos los ejemplos de travesuras que se cometieron en Fuente Álamo, pero
muchas no estuvieron identificadas con su nombre y apellidos, y era muy fácil
asignárselas siempre al mismo cuando no se sabía el autor. Es por ello que, si
a alguno de los fuentealameños el pueblo le debiera un reconocimiento, Pepe
Aguilera pudiera estar el primero de la lista. Bueno, no sería un
reconocimiento como tal porque para ello se deben hacer méritos valorados
socialmente como “positivos”, pero sí creo que se le deben unas disculpas, que
pueden ser mutuas. Y todo ello porque “Macarrón”, como se le conoce en el
pueblo y que a su edad reconoce que no le importa que le llamen así, fue objeto
de muchas injusticias cometidas contra él y en cierta forma contra su familia. Fue
un fruto recién nacido de la Guerra Civil, que maduró en la calle y sin árbol
donde cobijarse durante la postguerra, pues su padre fue encarcelado cuando
contaba con 6 años de edad y liberado del destierro cuando ya tenía 12 años (hecho
un mozuelo), lo que hizo que junto con sus cinco hermanos, tuviera que salir
adelante en unos años tan difíciles y tan señalados para los hijos del que
había sido alcalde pedáneo de Fuente Álamo durante la Segunda República y la
Guerra Civil. Todo ello le llevó a hacer “méritos”, a ser “señalado” o
etiquetado, pues como el mismo reconoce, era un niño travieso de su época, pero
lo que no acepta es que le quisieran “meter siempre en el ajo” y culparle de
todo lo que pasaba en el pueblo. Así, cada vez que ocurría algo en la aldea, el
culpable o el señalado era él, cuando muchas veces habían sido otros niños, como
él dice: “pagando cosas que no las hacía, pero tenía que ser él por cojones”.
No reconoce el dicho: “No se conocieron en Fuente Álamo niños más <<esentos>>
que Capullo, el de la Sancha, Charraga y Macarrón”, y ello, entre otras cosas,
porque Juan Pérez Vera, “Capullo” era más joven que ellos. Reconoce travesuras
y peleas de niños sobre todo con Antonio Jiménez “Añillos”, como cuando al tirar
piedras por encima de La Alberca le llegó a dar una pedrada a la Ventura de
Arévalo y a su hermana Gregoria y tuvo que salir corriendo por los huertos de
su tía Merced. Reconoce cómo el hambre hacía que le diera vueltas a la cabeza,
y cómo el desprecio por los pobres o los “señalados” se sentía en la escuela
por parte del maestro D. Manuel, lo que provocó que no pudiera aprender a leer
ni a escribir, aparte de que él reconoce que no era aplicado; o el hecho de que
pudo tener un futuro mejor cuando le propusieron de niño una carrera de
teología y su abuela Segunda, “echó un grito al cielo y se puso como
endemoniada” y sin embargo tuvo que irse a los cortijos a trabajar por la
comida y por cuatro ropas viejas, y no aprendió a leer ni escribir; ahora piensa
que aquello no estaba para él. Reconoce que fue él quien bautizó al maestro con
el apodo de “Don Gargajito”, pero el apodo se lo ganó el maestro, pues escupía
al suelo y decía que antes que se secara la saliva, tenían que estar allí todos
los niños. Ahora, después de tantos años, se le ve un hombre dolorido por todo
aquello, y con cierto rencor a todo lo que representaba el fascismo que tuvo
que soportar.
José
Aguilera Cano nació el 12 de abril de 1933, en Fuente Álamo, hijo de Vicente y
Dolores, el menor de los dos varones de los seis hijos del matrimonio. Nació
por tanto un año después de la proclamación de la Segunda República y cuando
ejercía como alcalde pedáneo su padre, del que quedó huérfano temporalmente (6
años) a los 6 años de edad. Su infancia la recuerda sin padre, con mucha hambre
y yendo a comer al cortijo de la Solana, (iban 8 familias) pues una vez
finalizada la Guerra Civil fueron despojados de todos sus bienes, como de las
cabras que estaban guardadas durante la Guerra en la piquera-corral de Faustino
y el mulo que se llevó su tío Pepe. Aquel día, su madre cogió una cabra y la
metió para el corral, diciendo que esa no se la llevaban, y entonces Blas Zamora
le pegó una pedrada a su hermano Juan en la barriga. O cómo el hambre hizo que
se metiese en el horno de Faustino bajo recompensa de que si cogía el pan sería
para él, mientras que le decían que tuviera cuidado con la cabeza para que no
se diese en el techo del horno pues se quemaría, y las suelas de las alpargatas
se iban derritiendo, quedando la huella de la goma pegada en el suelo horno conforme
iba saliendo. Una infancia de peleas de niños sobre todo con Antonio Jiménez pues
le querían pegar los niños de La Rabita a un hermano de Jarico, se fueron a los
callejones, llegó Félix Carrillo y se lo quitó y aprovechando aquel para
tirarle una piedra en la cabeza y tuvieron que darle puntos en la cabeza. Otra
vez Antonio le dio un puñetazo y se hizo daño en un labio, y su padre después
además le pegó una gran paliza por pelearse.
Pero
toda esa infancia pudo ser peor si no hubiese sido porque su padre salvó del
fusilamiento a D. Francisquito Sánchez. Como hemos dicho, su padre era alcalde de Fuente Álamo, en la zona roja, y para evitar la muerte del señorito en manos
de los rojos, reventó una yegua corriendo para llegar a tiempo a Alcalá la Real
desde Los Martillos, (donde había una comandancia de la zona roja), y se
presentó diciendo que Sánchez no había hecho nada. Después de la Guerra, en
recompensa les dio aceite, harina, y les quitó muchas hambres. En el cortijo de
Sánchez (La Solana) se daba de comer a niños pobres. Cuentan en el pueblo que
fue él el único niño que en los años del hambre se atrevió a enfrentarse a Don
Paco Serrano, llevándose las manos a sus partes, por lo que dijo D. Paco que
allí (en el molino) no comía más ese niño. Por si eran pocas las desgracias,
aquí tienes dos platos. El dice que no es cierto, que cómo se iba atrever a
hacer eso a un señorito en aquellos años y que de hecho él y sus hermanos estuvieron
comiendo en el Molino.
En
la escuela no aprendió a leer ni a escribir, el maestro le pegaba con una vara
de almendro y con la tableta de la pizarra y le hacía chichones, y solo le daba
de leer a las “riquillas” del pueblo, como eran las niñas de Matías, a las que
las ponía delante. A los hijos de los pobres no les daba de leer y los mandaba
a hacer tareas del campo y de la casa de su familia.
Ya
con 15 años iba a escardar cereales y Matías Candio le pagaba de hombre, ya que
decía que ese muchacho se lo merecía, mientras que Sancha se quejaba de que a
su hijo no lo llamaban para trabajar.
Estuvo
de cagarrache en el molino de Don Paco, de ayudante con Ceballos (que tenía dos
hijos, uno es obispo), donde llenaban los sacos de orujo y los cargaban al
camión, y al terminar la molienda, limpiaban las tinajas y el molino. Se
acuerda de cuando D. Paco Serrano se peleó con Baldomero Córdoba y en la pelea
perdió la sortija, mandando a Joseíco (su chófer) a buscarla.
Su
mejor amigo era Antonio Puche Ramírez, con quien iba de novias con el mulo y en
la moto; una vez se les fue la luz de la moto y tuvieron una caída en la Venta
Regalo, pero arrearon otra vez para Fuente Álamo. Iban a la Almedinilla, con
buenos trajes, y dice que no se acuerda de lo que dicen en el pueblo de que fue
a comprar “un traje de 3.000 pesetas” sin preguntar por la calidad, y que el
tendero le sacó el primero que pilló, (pero que no le gustó, por lo que volvió y
le mostró otro) y le dijo aquí tienes el tuyo y le cobró las 3.000 pesetas;
según él es verdad que tuvo muchos trajes y que uno de ellos de color verde y
de buena lana se lo hizo Felisa a medida, pero que todo lo demás son
habladurías del pueblo.
CONTINUARÁ….
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