miércoles, 8 de junio de 2022

ENIGMAS SOBRE CUADRO DE LA VIRGEN DE LAS MERCEDES DE FUENTE ÁLAMO.

     

    Como es sabido, las páginas de este blog están abiertas a cualquiera que desee plasmar su pluma sobre temas relacionados con la aldea de Fuente Álamo. En este caso, un amigo me envía una historia que, a lo largo de diferentes entregas, nos transportará a otros tiempos y que quizá nos ayude a saber cuándo, cómo y quién llevó a Fuente Álamo el cuadro que representa a la Virgen de las Mercedes, ubicado en la Iglesia de San Antonio de Padua, cuya autoría está  atribuida D. Luis de Melgar y Valladolid (s. XVIII).   Lean y saque sus propias conclusiones.


En la abadía

 

         —Ya puede pasar, maestro —El clérigo condujo al maestro de capilla[1] a una estancia en la que se amontonaban sin ningún orden aparente pilas de documentos y ornamentos litúrgicos—. El señor obispo le recibirá enseguida.

         —¡Ah, don Ramón! Por fin ha llegado.

         —Su excelencia deseaba verme.

         —Supongo que ya sabe que los franceses se acercan —El obispo no tuvo necesidad de aclarar el significado de sus palabras.

         —Eso he escuchado —asintió Ramón.

         —Esos desalmados gabachos no respetan ni lo más sagrado. En Jaén han saqueado los conventos y están matando a los curas.

         —No respetan ni lo más sagrado —repitió Ramón como un eco.

         —Mañana mismo partimos para Priego —comunicó el prelado al maestro de capilla—; parece que las cosas están más tranquilas allí. ¿Me acompañará usted?

         Ramón enmudeció, pues en esa pregunta reconocía una instrucción muy clara que el obispo dictaba a su maestro de capilla. Si bien Ramón agradecía que el obispo le ofreciera salir de una Alcalá que podría convertirse en un polvorín durante los próximos días, no se le pasaba por la cabeza abandonar a su familia.

         —Y traiga a Bárbara y a sus hijos con usted —añadió el obispo.

         —Pero Bárbara no puede viajar ahora, excelencia —objetó Ramón—; en su estado, lo mejor es que guarde reposo.

         —Le comprendo, Ramón. Pero vayan a Priego, usted y su familia, en cuanto nazca la criatura y sea cristianada. Puede retirarse.

         —Gracias, señor obispo —se despidió Ramón, aliviado.

         El maestro de capilla salía de la habitación cuando oyó que el prelado le llamaba por su apellido.

         —Villuendas. El cuadro de la Virgen no puede ir con mi equipaje. Cójalo, guárdelo en su casa y llévelo con usted cuando vaya a Priego. No quiero dejarlo aquí, por lo que pudiera pasar.

         Ramón tomó el lienzo y salió definitivamente de la estancia; mientras, el prelado se apresuraba a introducir en un arca algunos de los legajos que hasta el momento dormían en el archivo abacial.

   

 

En la calle Veracruz

 

         —¿Crees que podríamos salir mañana, Bárbara? —preguntó Ramón a su mujer.

         —¡Otra vez con la misma cantinela, Ramón! ¡Baturro tenías que ser! Ayer a estas horas estaba de parto —se quejó Bárbara—; hoy hemos bautizado a Plácido; y yo sola no puedo cargar con los otros cuatro.

         La familia de Ramón no había dejado de crecer. Plácido, el más pequeño de la saga, acababa de nacer en un momento convulso, pocas semanas después de que los franceses se hicieran con Alcalá y quebraran su habitual tranquilidad.

         —Aquí no estamos seguros, Bárbara. No sabemos de quién podemos fiarnos. En Priego estaremos bien. Además, sabes que el obispo ha vuelto a preguntar por mí.

         Aquella misma tarde Ramón terminó de preparar los tres baúles que constituían el equipaje familiar. Junto a los baúles había otros dos bultos: un estuche en el que guardaba el violín que le regaló su tío Joseph el día que dejó los Infanticos del Pilar y un paquete que, protegido por un fardo, contenía el cuadro de la Virgen de las Mercedes que el obispo había entregado a Ramón a fin de salvarlo del expolio y de la destrucción que los franceses iban dejando a su paso.

         —¿Has cogido nuestro pequeño tesoro, Ramón?

         —Sabes que nunca me desprendería de él —contestó el maestro de capilla a su esposa, abrazándola—. Lo he guardado con el cuadro. Ahí estará a salvo.

  

En Priego

 

         —¡Villuendas! —El obispo, aún sentado en su misericordia, se dirigió al maestro de capilla con tono burlesco—. No se acostumbre a este órgano, que no sabemos con qué nos vamos a encontrar el próximo domingo cuando regresemos a Alcalá.

         —Malo será, señor obispo, que su excelencia no pueda celebrar una misa solemne como Dios manda —contestó Ramón asomándose por detrás de la cadereta[2].

         —Tenga por seguro, don Ramón, que la primera misa que oficie al llegar a Alcalá será en acción de gracias y, por supuesto, ante la Virgen de las Mercedes —prometió el prelado.

         —¿Volvemos a casa, pues? —preguntó el maestro de capilla.

         —El domingo —repitió el obispo—. Sin falta. Y, Villuendas: no olvide recoger el cuadro de la Virgen. Ya está preparado en la sacristía mayor.

         —Descuide, señor obispo.

         —Una cosa más, Villuendas: ¿tocará su hijo esta tarde, después de vísperas, esa pieza que usted ya sabe?

         —¿Se refiere al Tiento de…?

         —Esa —El obispo interrumpió al maestro de capilla—. Que no falte su hijo.

 

  

En el camino de Alcalá

 

         —No podemos cruzar el Salaíllo por donde habíamos previsto —advirtió uno de los mozos de la comitiva que acompañaba al obispo—. El puente ha sufrido mucho con las últimas lluvias y podría no aguantar el peso de los carros. Tendremos que ir por las Sileras.

         El obispo se sintió contrariado, pues sabía que con ese cambio de planes la noche se les podía echar encima. Por esa razón, cuando a eso del mediodía vadearon el Salaíllo, el obispo hizo parar su carruaje.

         —¿Cuándo llegaremos a Alcalá? —preguntó al cochero—. Es domingo y a estas horas aún no hemos celebrado la misa.

         —Con suerte, al atardecer, excelencia —respondió mientras trataba de contener el tiro.

         —Demasiado tarde. Disponga lo necesario para la misa —indicó el prelado a uno de los clérigos que le acompañaban.

         —¿Aquí, señor obispo?

         —¿Acaso se le ocurre algún sitio mejor?

         —Con su permiso —interrumpió el cochero—. Fuente Álamo no dista más de una milla. Si vuestra excelencia tuviera a bien decir misa en su iglesia…

         —¡Villuendas! —El obispo llamó al maestro de capilla, que iba con su familia en una carreta poco más atrás—. Tome una cabalgadura, adelántese a Fuente Álamo y anuncie que vamos para allá a celebrar la misa con la solemnidad que requiere la ocasión. Y tome también el cuadro de la Virgen; ya le dije que hice el voto de que la primera misa que dijera al regresar a Alcalá sería ante la Virgen del las Mercedes.

   

 

En Fuente Álamo

 

         —Dominus vobiscum —dijo el obispo volviéndose al pueblo.

         —Et cum spiritu tuo.

         —Sit nomen Domini benedictum.

         —Ex hoc nunc et usque in sæculum.

         —Adjutorium nostrum in nomine Domini.

         —Qui fecit cælum et terram —Solo respondieron los clérigos y el maestro de capilla junto con sus hijos mayores; realmente, ninguno de los demás asistentes recordaba haber escuchado una misa pontifical en Fuente Álamo.

         —Benedicat vos omnipotens Deus, Pater, et Filius, et Spiritus Sanctus.

         —Amen —Como accionados por el resorte del Pater, et Filius, et Spiritus Sanctus, a la aclamación final se sumaron algunas personas más.

         Mientras la misa terminaba y el diácono despedía a la asamblea, el obispo llamó con un gesto al maestro de capilla.

         —El cuadro de la Virgen se queda aquí —dijo el prelado señalando con el báculo una de las paredes de la iglesia—. La Virgen de las Mercedes ha estado con nosotros en Priego; que acompañe también a Fuente Álamo desde ahora.



[1]Músico de experiencia y prestigio, siempre  compositor, que forma, gestiona y dirige al grupo de cantores e instrumentistas responsable de la música sacra en los oficios de las iglesias, o de la música profana en las fiestas cortesanas

[2] Sustantivo femenino. Este vocabulario de uso anticuado y que no está registrado en la RAE, se refiere a un órgano diminuto un instrumento musical similar al piano que se emplea con un segundo teclado.