Hace unos años, nos dejó uno de nuestros queridos paisanos, que pasó su niñez, adolescencia y juventud en Fuente Álamo. Vivió allí casi 30 años, salvo los paréntesis producidos por la emigración y el servicio militar. Dejaría Fuente Álamo y se iría a vivir con su familia a Albolote, pero siempre tenía en mente a los familiares y amigos que dejó en el pueblo, y cuando podía se escapaba para hacer una visita, sobre todo a su madre, para quien era su ojo derecho y de quien heredó el gusto por el azúcar, (entiéndase diabetes). Cada vez que nos veíamos, siempre preguntaba por unos y por otros, pues era muy familiar y muy amigo de sus amigos de infancia y juventud, pero la cosa no quedaba ahí, ya que pese a la distancia fue conociendo conforme venía al pueblo a los niños que se iban haciendo mayores y los reconocía a cada uno por su nombre: ¿Felix, qué tal estás? Tenía un trato especial para toda su familia y amigos, pero su debilidad eran los niños, para los que siempre tenía una moneda en el bolsillo y una broma que gastar.
Pero como era tan campechano y necesitaba
tener amigos y el contacto del día a día, pronto se adaptó a su nuevo pueblo de
acogida y se hizo un alboloteño de primera. Era conocido y querido en su nuevo
pueblo grande, aunque creo, que se le hizo más grande de lo normal, pues él
necesitaba entablar relaciones, meta que alcanzó en la escuela de adultos,
siendo un alumno ejemplar, sobre todo en temas informáticos, aunque la vista le
ponía trabas. Fue ejemplo en muchas cosas de la vida, como ser el mejor padre,
el mejor abuelo, y el mejor bisabuelo que podía haber tenido una familia, pues
para él no fueron necesarios los lazos de sangre para conseguir ser querido
como tal. Podría estar así mucho tiempo, diciendo cosas de él y todas buenas; con
esta publicación intentaré hacerle su homenaje que quedará para siempre, pues
siempre tuve en mente hacérselo en vida, pero su repentina muerte nos pilló por
sorpresa y nos traicionó a ambos.
Matías
Pérez Pérez, nació el 1 de diciembre de 1945, en el seno de una familia pobre,
marcada por los avatares de la Guerra Civil y sus repercusiones. Hijo de Matías
y de Antonia, era el cuarto de los seis hermanos. Le toco nacer en el llamado “año
del hambre”, el cual padeció, sufriendo las restricciones generales, a las que
se le sumaron las restricciones preventivas o cautelares impuesta por el cabeza
de familia, quien les obligaba cuando subían a la cámara donde se guardaban las
viandas, a bajar cantando para así evitar la tentación de degustar alguna de
ellas. Todo ello hizo que “tuviera una infancia” como cualquiera de los muchos
niños del Fuente Álamo de la posguerra, en la escuela con Don Manuel, eso sí
cuando no tenía otros deberes, como cuidar cochinos, aves de corral y otros animales.
Recordaba como el día de su Primera Comunión estaba guardando cochinos y tuvo
que ser relevado por uno de sus hermanos para ir a tomarla. Siendo un niño,
tuvo que presenciar, más bien oír, como
su padre recibía una paliza de la Guardia Civil en la taberna del pueblo, en la
parte alta de la vivienda, acusado de
que sus cochinos se habían metido en heredad privada, de tal forma que
le dijeron a Matías que saliera fuera; y hasta que no confesó su padre, tuvo
que estar oyendo los golpes y los gritos. Esto le marcaría para el resto de su
vida, y así lo contaba con resignación: “Hay que ver que injusticias había
antes”.
Siendo un niño de 14 ó 15 años comenzó a
emigrar y se marchó junto con su hermano mayor, José, a trabajar en una
vaquería en La Coronela-Burgos segando
pastizales, donde estuvo una temporada, en 1960. Allí estaba con su amigo Santiago Cervera, al que llamaba
“Tufos” y otros fuentealameños. Cambiaría de provincia y se marcharía a Seu
d’Urgell (Lérida) a limpiar montes de pinos, trabajando en la serrería
“Formesa” cortando madera de los pinos limpiados, y donde también el dueño tenía una vaquería,
estando entre los años 1961 y 1965 con su otro amigo de infancia Pedro Aguilera
“Pedrillo”, su otro hermano Antonio y algunos fuentealameños más.
Se
incorporó a filas en enero de 1966 y se licenció en abril 1967, prestó el
servicio militar en la Compañía Automovilista de Madrid en Retamares, División
Acorazada Brunete, nº 1, como conductor de un REO. Durante tres meses, a la vez
que prestaba el servicio militar, trabajó como extra en el rodaje de la
película inglesa basada en la Segunda Guerra Mundial: “La Batalla de
Inglaterra”, cobrando hasta 500 pesetas diarias. El azar quiso que la matrícula
de su camión saliera afortunada en el sorteo, y fue elegido a primeros del 1967
para ser trasladado en tren, junto con otros 80 camiones, hasta un destacamento
en Loyola. La película fue rodada en Zarautz, Pasajes y Fuenterrabía, se les
obligaba a mover los labios y a no mirar a las cámaras, los camiones fueron
pintados y decorados como los de la Alemania Nazi. Cuenta que en el transporte
de ida en tren, se olvidaron los mandos de proporcionar la comida para los
conductores. En el rodaje de la película querían que los extras trabajasen como
militares a las órdenes de otros mandos que participaban en el rodaje, siendo
llamados por su jefe de Madrid para que sólo realizaran las labores propias del
rodaje y no sometidos a la disciplina militar de otros mandos.
A
la Alemania de verdad y no de película, llegó en el año 1969; en concreto a
Colonia, desde donde distribuyeron a todos los emigrantes a sus destinos. A él,
junto con su hermano Pepe y otros compañeros, lo destinaron a una fábrica de “uralita” <<Vohwink>> en Vohwinkel, donde
trabajó una temporada de 9 meses pues no consiguió adaptarse.
Después
de su regreso de Alemania, y pese haber tenido anteriormente varias
pretendientes, pues era un joven galán apuesto, fue Mariana, quien había
quedado viuda y con dos hijos, la que le robo su corazón y consiguió atarle en
los inicios de los años 70.
Trabajó como camionero repartidor en
“Bebidas López” de Alcalá la Real, hasta que se pudo comprar en 1970 uno de los
primeros utilitarios que llegaron a Fuente Álamo, y nunca mejor dicho “utilitario”
pues servía para todo: transporte de mercancías, transporte de personas,
transporte de aceitunas, de animales, pues hasta “Moreno”, aquel perro de
aquella historia, disfrutó de aquel Renault-4L matrícula J-48310.
Continuó regentando un pequeño establecimiento
comercial que su esposa Mariana ya tenía en funcionamiento y que mantuvieron
unos 4 años, hasta que en 1974 decidieron marcharse de Fuente Álamo y emprender
una nueva vida en el pueblo granadino de Albolote. Allí encontró su verdadera
vocación que fue la de camionero hasta su jubilación, pues su maltrecho corazón
no le permitía más esfuerzos; si hubiese sido por él todavía hubiese estado conduciéndolo.
Fueron muchos años en la carretera, muchas anécdotas que contar, como la del
vino, o la de aquel buen hombre que le estaba indicando con los dedos que se le
iba a caer la carga, pensando Matías que le estaba haciendo gestos obscenos,
parando el camión para recriminarle la actitud, quedando el pobre hombre
totalmente sorprendido, pues solo intentaba hacer una buena acción, eso sí,
Matías le pidió perdón, o la de aquella multa de la cual se salvó por haber
reconocido pisar levemente la línea continua, mientras que otro camionero que
lo negaba fue debidamente multado. La carretera conduciendo el camión no le
deparó accidentes, serían unos jóvenes desaprensivos que se dieron a la fuga,
los que malintencionadamente le tiraron a la cuneta cuando conducía un
ciclomotor y que afortunadamente solo sufrió mucho miedo y leves heridas.
Vivió durante 40 años en su Albolote de
adopción, donde fue haciendo amigos y haciéndose querer entre sus vecinos;
hasta el punto de pasar a ser uno más de los alboloteños. Su inquietud y sus
ganas de aprender le ayudaron a interesarse por las nuevas tecnologías de la
informática y a apuntarse a la escuela de adultos, donde estuvo hasta sus
últimos días. Su corazón ya no resistió más, y a sus 69 años recién cumplidos
nos dejó un 15 de diciembre de 2014.
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