Foto donada por José Luis Arenas |
Hace
poco tiempo, leyendo la página Web del historiador jiennense Luis Miguel
Sánchez Tostado encontré que con el nº 20: “El crimen de la Fuente Pozuelo”
(Alcalá la Real, 1985), editada en el Diario de Jaén el 22 de abril de 2001, se
hacía mención a un taxista del Alcalá la Real, por lo que inmediatamente relacioné
el año con el taxista. Después, pude comprobar que el caso también fue recogido
en su libro “Crónicas del Crimen”. Con la ayuda de esta magnífica publicación,
datos judiciales, con los conocimientos propios y con información obtenida de
la gente de Fuente Álamo, no pretendo descifrar el caso, pues ya está todo
descifrado, pero sí dar a conocer el gesto solidario de un fuentealameño, que
le costó la vida.
Todos aquellos que conocimos a
Antonio, sabemos lo extrovertido y bromista que era. Siempre estaba sonriendo y
preparado para gastar bromas, algunas tan disparatadas que incluso llegaron a
ocasionar alguna desgracia, como fue la gastada a Luisito, que, con
ánimo de asustarle, le echó encima el Renault 4L, causándole lesiones, y por la
que también pagó.
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Era
bastante emprendedor, y Fuente Álamo en aquellos años 60, solo te daba la
opción de montar una tienda o un bar, emigrar o trabajar en el campo. Él optó
por montar en la Piquera un bar-tienda y un salón de baile, “Salón Porruo”,
donde con la ayuda de su esposa Rafaela, que era quien realmente la regentaba,
se organizaron bastantes verbenas en los años 60, hasta que a mediados los 70,
cerró el negocio y se marchó a Alcalá la Real, donde continuó con la actividad.
Pero su verdadera profesión era la de taxista, no solo de trayectos cortos,
sino también largos. En el 4L y después con su DKV llevaba 8 ó 9 trabajadores
emigrantes fuentealameños al Norte o a cualquier parte de España.
Ya
hemos comentado en varios artículos, las fiestas que se formaban en su salón.
Recuerdo perfectamente aquella taberna, con forma rectangular alargada, el
mostrador situado a la izquierda de la entrada, el salón entero ocupado por
mesas, en las que se jugaba al dominó y al juego de cartas; a la derecha de la
entrada y al fondo cuando llegaron los televisores, instaló uno en blanco y
negro. También, en aquella parte, cuando había música en directo, se instalaba
el conjunto musical en un pequeño escenario a ras de suelo. Pero todo esto es
irrelevante al tema que nos ocupa hoy, su desgraciada pérdida. Como dije, en aquel
verano del 85 fue el tema de conversación, junto con otra pérdida también
sonada, pues nuestro “Correo” de toda la vida, Matías Bailón, también nos dejó
a temprana edad, éste por causas naturales.
Intentaré contar el suceso de una
forma sencilla, sin entrar en detalles, pues como he dicho, la trágica historia
está muy bien detallada y recogida en el libro “Crónicas del Crimen” de Luis
Miguel Sánchez Tostado.
Para
comenzar, y como de todos es sabido, el autor principal de los hechos también era
conocido entre nosotros, y además paisano, pues había nacido y se había criado
en el Cortijo de Amelio en la Setilla. Un joven introvertido, un poco raro, con aquella voz
grave que daba incluso mala espina, y al que pronto perdimos la pista, pues
marchaba a “trabajar” los veranos a Palma de Mallorca, volviendo los inviernos.
Recuerdo la última vez que le vi, en una fiesta de fin de año en el Salón del
Trompero, cruzando tan solo escasas palabras. J. A. V. T. no
solo tuvo el castigo de la justicia, sino también el repudio de su propia
familia, puesto que ya ha fallecido, descanse en paz, al igual que sus padres, una familia honrada y trabajadora, a quien tanto daño le
hizo.
El destino quiso que dos fuentealameños se
encontrasen en aquella calurosa noche de julio, y que ese mismo hecho de ser
conocidos entre ellos fuera la causa principal de la muerte de uno de
ellos.
Antonio regresaba de Madrid tras haber llevado a una familia de Torredonjimeno, y a unos 300 metros de la Venta de San Juan, a pocos kilómetros de Las Ventas del Carrizal, en concreto la Fuente Pozuelo, vio como un camión que estaba embarrancado con las ruedas trasera hundidas en el terraplén y las delanteras al aire, se encontraba con las luces encendidas y el motor en marcha. Antonio, de momento conoció el camión de una empresa familiar de Alcalá la Real, por lo que decidió en un acto de solidaridad pararse para ver lo que le había ocurrido, llevándose la desagradable sorpresa de que los conductores, no eran quienes imaginaba, pues se encontraba allí el también conocido por él, hijo de sus amigos de la Setilla, a los que tantas veces había llevado en su taxi desde dicho Cortijo hasta Alcalá la Real. Seguramente, teniendo conocimiento de los antecedentes que ya se rumoreaban sobre J. A. y sus peripecias por Palma de Mallorca, no fue lo suficientemente precavido, pues como todos sabemos, Antonio era “un echaopalante”, lo cual pudo ser otra de sus cualidades que lo traicionara. Pues la primera actitud que tomó el homicida al reconocer a su paisano, mientras se ocultaba en la cabina de camión, fue el decirle a su acompañante: “Dile que siga”, pero Antonio no entendió muy bien por qué no querían ayuda, así que dio marcha atrás al taxi y se bajó, reaccionando rápidamente J. A. al sentirse descubierto. Se bajó del camión y apuntándole con una escopeta recortada, le dijo que levantara las manos, pero Antonio seguía sin entender nada y pidió explicaciones, a lo que J.A. le decía que caminara y callase, y que tirase por ahí, y acto seguido le disparó por la espalda a unos 3 metros de distancia, impactándole la plomada en el hombro derecho, cayendo al suelo dando grandes alaridos. Antonio intentó protegerse en el tronco de un olivo, pero el asesino se aproximó de nuevo y le disparó en la cabeza a pocos centímetros de distancia, pues ya no estaba dispuesto a que le delatase. Antonio murió agazapado sobre el tronco de un olivo con la cabeza destrozada y haciendo con el dedo índice y pulgar la señal de la cruz, acto que se ha interpretado de diferentes maneras.
Antonio regresaba de Madrid tras haber llevado a una familia de Torredonjimeno, y a unos 300 metros de la Venta de San Juan, a pocos kilómetros de Las Ventas del Carrizal, en concreto la Fuente Pozuelo, vio como un camión que estaba embarrancado con las ruedas trasera hundidas en el terraplén y las delanteras al aire, se encontraba con las luces encendidas y el motor en marcha. Antonio, de momento conoció el camión de una empresa familiar de Alcalá la Real, por lo que decidió en un acto de solidaridad pararse para ver lo que le había ocurrido, llevándose la desagradable sorpresa de que los conductores, no eran quienes imaginaba, pues se encontraba allí el también conocido por él, hijo de sus amigos de la Setilla, a los que tantas veces había llevado en su taxi desde dicho Cortijo hasta Alcalá la Real. Seguramente, teniendo conocimiento de los antecedentes que ya se rumoreaban sobre J. A. y sus peripecias por Palma de Mallorca, no fue lo suficientemente precavido, pues como todos sabemos, Antonio era “un echaopalante”, lo cual pudo ser otra de sus cualidades que lo traicionara. Pues la primera actitud que tomó el homicida al reconocer a su paisano, mientras se ocultaba en la cabina de camión, fue el decirle a su acompañante: “Dile que siga”, pero Antonio no entendió muy bien por qué no querían ayuda, así que dio marcha atrás al taxi y se bajó, reaccionando rápidamente J. A. al sentirse descubierto. Se bajó del camión y apuntándole con una escopeta recortada, le dijo que levantara las manos, pero Antonio seguía sin entender nada y pidió explicaciones, a lo que J.A. le decía que caminara y callase, y que tirase por ahí, y acto seguido le disparó por la espalda a unos 3 metros de distancia, impactándole la plomada en el hombro derecho, cayendo al suelo dando grandes alaridos. Antonio intentó protegerse en el tronco de un olivo, pero el asesino se aproximó de nuevo y le disparó en la cabeza a pocos centímetros de distancia, pues ya no estaba dispuesto a que le delatase. Antonio murió agazapado sobre el tronco de un olivo con la cabeza destrozada y haciendo con el dedo índice y pulgar la señal de la cruz, acto que se ha interpretado de diferentes maneras.
Los dos jóvenes continuaron su marcha hasta
Martos, pero cambiando de vehículo, ahora sería el propio Citroën CX del
difunto, que fue abandonado bajo un olivo a la entrada de Martos, con
importantes daños en la carrocería y con las huellas borradas del volante. En
la zona cercana se halló enterrada la escopeta con culatín y cañones recortados
calibre 12, una cinta de cassette, un paquete de tabaco, una pistola de fogueo
calibre 8, un talonario de recibos del taxi y una toalla. El asesino durmió
plácidamente en la casa de los abuelos de su compañero de viaje, donde lavaron los
pantalones ensangrentados y al día siguiente volvieron en autobús a Alcalá la
Real.
El
autor de los hechos fue desenmascarado en 4 días tras una buena actuación de la
Guardia Civil de Alcalá la Real y la Brigada de Investigación Criminal de la
Comandancia de Jaén, quienes en el volante del camión pudieron detectar una
huella latente, que fue comparada con las de los delincuentes habituales de
Alcalá la Real, al principio sin mucho éxito. Finalmente, un policía local de
Alcalá puso a la Guardia Civil tras la pista al informar que aquella noche un
joven de 18 años rompió una farola a la entrada de la discoteca “Belle Epoque”,
por lo que aportaron los datos del joven, coincidiendo las huellas con una
coincidencia exacta de hasta 35 puntos característicos, por lo que no dejaba
lugar a dudas. J. A.V.T. fue detenido cuando ya iniciaba su huida y en los
interrogatorios después de contradicciones y evasivas, reconoció los hechos, si
bien su compañero de viaje y encubridor, ya los había grabado detalladamente en
una cinta de cassette, diciendo que se había dejado llevar por J. A.,
pidiendo perdón a sus padres. Pero ya era tarde, y había encubierto el delito
en el que tuvo escasa participación, llegando incluso en un momento a temer por
su vida, pues escondió fuera del alcance de J. A. un tercer cartucho que
quedó sin percutir.
Sin entrar en demasiados detalles de la noche
de autos, y para que no nos perdamos, los dos jóvenes se encontraron en la
Discoteca “La Belle Epoque”. J. A. le propuso dar aquella noche varios
golpes, uno de ellos sería simular haber tenido un accidente, de modo que su
compañero se tumbase en la calzada, para que él encañonara y atracara a los que
parasen para socorrerle. Para ello, previamente cogieron una escopeta que tenía
guardada J. A. en un Seat 850 abandonado y que había sustraído días
antes de una furgoneta de un cazador de Alcalá la Real. Pero al pasar por la
puerta de Talleres Hermanos Navarro, encontraron allí un camión estacionado
para ser reparado de tubo escape y de radiador y con las llaves en la guantera,
por lo que cambiaron el plan y sin tener claro a dónde ir, decidieron ir a casa
de los abuelos del compañero de la noche, que vivían en Martos. A unos 3 kms. hicieron
su primera parada para llevarse unas cervezas del chalet “La Vistilla”, hasta
que llegaron al lugar de los hechos donde pararon para beber agua, pero con la
mala suerte para todos de que el camión embarrancó.
J.A.V.T. fue condenado a 26 años, 8 meses y 1 día de reclusión por un delito
asesinato; a 2 años, 4 meses y 1 día por otro delito de tenencia ilícita de
armas; a 6 meses de arresto mayor por utilización ilegítima de vehículos a
motor; 2 años de privación de la facultad de obtener el permiso de conducir y a
30.000 pesetas de multa por imprudencia temeraria. Una vez en prisión se dedicó
al tráfico con heroína y fue sorprendido con numerosas dosis y condenado a 2
años, 4 meses y 1 día. En total fueron más 32 años de cárcel de lo que cumplió
menos de 12 años, pues en abril de 1997 fue puesto en libertad. Su compañero de
aquella noche fue condenado a 6 años y 1 día por encubrimiento, a los 5 años se
le concedió la condena condicional. Los dos murieron al poco tiempo de salir de
prisión, J. A. fue hallado muerto en una bañera de su casa y su encubridor
se suicidó ahorcándose en un olivo.
Las copias de fotografías has sido tomadas del libro “Crónicas del Crimen” de Luis Miguel
Sánchez Tostado, que fueron obtenidas del Sumario que se siguió en la Audiencia
Provincial de Jaén y del Cementerio Municipal de Alcalá la Real.