Aunque el habla o la pronunciación de algunas palabras en Fuente Álamo es muy similar a la de los pueblos de su entorno, siempre hay matices que la diferencian, como ciertas entonaciones características que se han producido por la transmisión oral, y algunas deformaciones en la pronunciación que se han ido gestando a lo largo del tiempo. Esto es debido fundamentalmente a que la transmisión oral no ha ido unida a la transmisión escrita, dada la alta tasa de analfabetismo de nuestros antepasados. Recuerdo que de niño, cuando preguntaba a mi madre qué íbanos a comer me decía: “hoy clanflainas”, en lugar de chanfainas; sin saber ni ella ni yo, lo que eran realmente, pero habiendo deformado ya la palabra. Hoy yo por lo menos sí sé cómo se escribe y pronuncia, aunque todavía no sé a que saben.
A esto hay que unirle el hecho de
haber ido recogiendo palabras y entonaciones de los lugares por donde hemos
pasado, y que han
influido en nuestra riqueza lingüística: la emigración, que fue ampliando,
enriqueciendo y variando nuestro acervo lingüístico. Eso sí, siempre le resultó
al fuentealameño, pedantes y cursis los intentos de “hablar fino o finolis” de aquellos
que volvían de la emigración, pues solíamos meter “la patas” y se nos pillaba
en algún fallo o error lingüístico grave, como aquello de “segúnmente”, el “bacalado de Bilbado”, o que en Madrid los perros
hacían “guadus”. Sin saberlo, habíamos caído en la ultracorrección. Hay que decir que no todos nos adaptamos lo mismo a la pronunciación del lugar
donde habíamos emigrado, incluso éramos bastante reacios sobre todo a aprender
el catalán. Pero a veces sí que utilizábamos expresiones o palabras sueltas del
catalán o del Norte de España, como aquello de “la mare de deus”, “adeu”, “cuyons”,
“voy a plegar”, o “la órdiga”, que se emplea cuando algo te sorprende. Digamos
que “me cago en la órdiga” es una palabrota suave. También del francés: “Olalá”
o Ça bien? con el que me saluda mi vecino Daniel.
Muchas veces ese “habla
materna” nos ha llevado a cometer errores de pronunciación “garrafales”, otras
veces simplemente se producen variaciones dialécticas. Recuerdo que en una
ocasión, y esto me marcó muy mucho, cuando estudiaba 2º de BUP, en una clase de
Geografía Económica y Humana, cometí una “grave falta de pronunciación”. En ese
empeño de suprimir de mi discurso cualquier “d” en cualquier posición de la
palabra en que se encontrase, dije a la profesora Doña Carmina que: “Japón
había surgido de la na”, comenzando la
profesora a dar votes, como una histérica, haciendo aspavientos y a llevarse
las manos a la cabeza, alarmada, a la vez que repetía: “de la nada, de la nada,
de la nada…”, impidiendo que pudiera completar mi argumentación a la pregunta
que me había hecho sobre la economía del País del Sol Naciente. Lo mismo se me
hubiese escapado también “¡hay ca
una!”.
Esto no quiere decir que
todos los fuentealameños hablen y cometan los mismos errores en pronunciación;
hay casos más extremos, sobretodo entre los mayores, pero conforme se ha ido aprendiendo
a leer y escribir, los fallos han disminuido, influyendo en esa corrección los
nietos o los hijos, ya más estudiados. Esta publicación no es una crítica, pues
nada se tiene que reprochar, e incluso habría que valorar esa idiosincrasia que
nos hace diferentes y esa transmisión oral de nuestros antepasados. Quiero dar
a conocer, más bien recordar, la utilización de algunas expresiones y palabras
utilizadas en el día a día en nuestro pueblo, siendo consciente de que son una
mínima parte de las utilizadas y de que no se trata de un estudio profundo de
la lingüística fuentealameña.
En ese afán de recortar la
pronunciación de las palabras, los fuentealameños hemos llegado a casos
extremos con la supresión casi total del fonema “d”, no solo la del final de
las palabras, sino sobre todo la de sílabas intermedias, caso de “bail”, en vez de badil, “suor” por sudor, “caío” por caído “rueo”
por ruedo, “rebaillas” por
rabadillas, o la del principio de palabra, como “onde esta’s” y así un sinfín de palabras que todos nosotros
conocemos. A veces, incluso suprimimos
“dr” y decimos “pae” o “mae” en vez de padre o madre, o cuando
las palabras empiezan por el prefijo des, “esollar”
por desollar, y hasta doblemente como “esnuar”
por desnudar. Pero no solo lo hacemos con la “d”, también con la “r”: “velo” en vez de verlo, “paece” por parece; incluso la n en “berejena” y a veces tan exageradamente “b” como “tamién” por también; quitamos la “y”
de muy y decimos “mu bien”, que en
este caso está “mu mal dicho”. En
otras ocasiones, sin embargo, añadimos sílabas, consonantes o vocales y decimos
“amoto” en vez de moto, “trompezar” por tropezar, “asín” por así, “escarrigüela” por carrihuela; o las cambiamos por otras “efaratar” por desbaratar. Muchas veces
distorsionamos las palabras y las deformamos hasta extremos insospechados
llegando a “dalear”, la palabra
hasta ser admitida como un vulgarismo del verbo ladear, pero lo que no cuela “otavía”, es “almondiga” por albóndiga, “acendría”
por sandía, “estréberes” por trébedes,
“muliar” por muladar, “naiden” por nadie, “Alminilla” por Almedinilla, “ruilla” por rodilla, “billota” por bellota, “pisebre” por pesebres, “cuncursilla” por curcusilla “porfiar”
por desafiar… Yo he oído decir hasta “mortelada”,
por mortadela, “estógamo”, por
estómago.
A veces incluso les
quitamos la “d” a los nombres propios o
apellidos y rebautizamos a las personas; en vez de decirle Padilla, decimos “Paillas”, “Caejo” por Cadejo o en vez de Matías Cándido
decimos Matías “Candio”, o lo
hacemos a nuestro gusto y decimos “Costo”,
“Costorillo”, por Custodio, así como
o “Luardo” por Eduardo o “Lonardo” por Leonardo, sin embargo un nombre
que está bien dicho como “Mandurria”
va el Ayuntamiento de Alcalá la Real y la cambia y pone Calle Bandurria, que también
está bien dicho pero no hace honor a Manuel “Mandurria”. Tenemos la costumbre
de poner el artículo “la” o “el” delante del nombre propio y decimos “La Conchi”, o “La Loli”, para que no “me
se” enfade o “El Quisco”.
El afán de recordar nos
hace que la terminación de las palabras con las consonantes “s” o “d” o “z” no
se pronuncia. “lapi”, por lápiz, “cali” por cáliz…
Los fuentealameños sin
embargo, a diferencia de los alcalaínos o prieguenses, no seseamos, ni tampoco ceceamos,
como los castilleros o mureños.
Utilizamos el sufijo diminutivo
“illo” o “ico” en vez de “ito”: así decimos “pequeñillo” que no está mal dicho,
en vez de pequeñito. Y algunas veces hasta inapropiadamente como para disminuir
los efectos de “mismo” o “exactamente”, “ahora mimitico…” o me da “exatamentico
igual”
La “f” la solemos sustituir
por la “j”, y en vez de decir Fuente Álamo, lo hacemos más nuestro y decimos “Juente Álamo”, o “se jue” en vez de se fue…
La “hue” o la “bue” la
pronunciamos a veces como “güe”, “güevos”
por huevos, “güeso” por hueso, “güeno” por bueno, agüelo por abuelo y
si exageramos decimos “Agüelajo”, o “güele”
por huele, llegando la deformación incluso a la raíz del verbo “oler” para
decir “goler”.
“Haiga”, sin embargo, pese a que estar mal
dicho,viene del castellano antiguo y que ha previvido en las zonas rurales, lo
correcto es haya. “Hogaño”, está
bien dicho, viene del latín “hoc anno”, este año, son tan cultas que parecen
incorrectas, así como “vide”, palabra
del castellano antiguo y culto
Decimos yerba, que también está bien dicho,
pero los demás “hie” los convertimos en “ye, y decimos “yerro” en vez de hierro, “yelo”
en vez de hielo…
La “h” inicial la
aspiramos y la sustituimos por la “j” así decimos “jarapos” por harapos, “jongona”
por hongona o “jocico” por hocico…
La “v” por la “g” “gorver” por volver. “degober” por devolver. Decimos “Regoltillas” en vez de Revueltillas,
para denominar al cortijo que fue de Francisco Expósito.
Esto no se acaba aquí, así
que podéis añadir unas cuantas más…