En la
historia reciente de Fuente Álamo, encontramos entre sus gentes momentos dulces
expresados en forma de júbilo y festividad; suelen ser alegrías
momentáneas y pasajeras: celebraciones de nacimientos, bautizos, bodas,
despedidas de soltero/as, reuniones vecinales o familiares, arremates, etc.
Pero también, como en cualquier pueblo rural donde las relaciones se estrechan
y donde se vive el día a día, cuerpo a cuerpo, puerta con puerta… las situaciones
trágicas son más impactantes y afectan a toda la vecindad, si bien el dolor
fuerte queda en el seno de los familiares más cercanos. Dejando aparte las
víctimas causadas por la Guerra Civil y la Posguerra, que serán objeto de
estudio en otro momento; desde que tengo uso de razón, más bien desde que nací
o me han ido contando casos, han sido varias las pérdidas de vecinos, amigos o
familiares a temprana edad (en la flor de la vida, como se dice); bien sea
debido a causas naturales o de forma traumática, pillándoles de sorpresa, y por
ello siempre trágicas, las cuales nos han sobrecogido y afectado
fuertemente.
Con esta
publicación quiero hacerles un pequeño homenaje, una especie de recordatorio.
Sin duda alguna me olvidaré de alguno/a, pero espero que me podáis ayudar con
vuestros comentarios.
En mi
lista faltan: Florencia Aguilera Pérez, Antonio Serrano, Antonio
MontesLópez, Francisco Jiménez
León, Francisco Malagón Castillo, Antonio Arenas
Aguilera, Urbana Aguilera Ochoa, Rafael Vera Cano, Mercedes Pareja
Jiménez, Francisca Castillo Padilla, Enrique Zuheros Aguilera,
Juan Carlos Carrillo Aguilera, Manuel Callejas
Escribano, Benito Aguilera Serrano, José Antonio Serrano
Pérez, Francisco Javier Aguilera Gomarín, y recientemente
José Antonio Valverde Pérez o mis primos cuya raíz no es otra
que fuentealameña: Miguel
Ángel Zurrón Pérez, Domingo Vico Pérez y Francisco Javier Pérez
Rueda.
Todos
iguales de sentidos, bien por su pérdida directa y/o por el hueco que
dejaron entre sus familiares: amigos nuestros. Es
el contacto o roce y las situaciones vividas lo que
hace que, aunque pase mucho tiempo, siempre los tengas en el recuerdo, y eso me
ocurre con Rafael Cano Vera “Rafalín”. Hijo
de Antonio y Teodora, era el menor de cuatro hermanos. Quedó huérfano de padre siendo un niño,
lo que hizo que se creciera en las dificultades.
Aunque algo
mayor que yo, unos dos años, pues nació un 26 de septiembre
de 1960, después de su infancia pasada en los cortijos, nuestros
caminos transcurrirían juntos, hasta que se casó e instaló
en Alcaudete. Vivió en la Dehesilla hasta que en
1973 su familia compró una casa en El Cerro, y siendo un
adolescente de 12 ó 13 años se vino a vivir a Fuente
Álamo. Se crió entre nosotros los “fuentealameños”, pero
siempre con aquellos prejuicios, tan injustos, que se les tenía a los
niños que venían de los cortijos, pero que él pronto pudo superar,
consiguiendo una rápida integración. La escuela no le vinculaba mucho y
sus ausencias eran mayores que las presencias.
Si bien recibimos la Primera
Comunión juntos, es decir, el mismo día; creo que fue
debido a que su familia retrasó la suya, por algún tipo de circunstancia
que desconozco. Maduramos y crecimos juntos, él algo más que yo, y
aunque en los juegos no coincidíamos, pues no era muy aficionado al
fútbol, a veces participaba
con aquellos botines puntiagudos, que tanto le gustaba llevar.
Daba buenos punterazos al balón, eso sí, sin correr mucho, pues entre otras
cosas lo impedía los tacones de los botines
o botas camperas. Él prefería el contacto directo con la
naturaleza, y con su escopetilla de plomos acechaba
cualquier pequeña ave voladora, los días en que las obligaciones
laborales le dejaban libre. También cazaba las ranas, y recuerdo
que un verano de aquellos primeros años ochenta, hicimos una fritada de
anchas de ranas con las que cazamos en el Arroyo del Salado. Las comimos en la
piscina de nuestro amigo Guillermo.
Era
tímido, o al menos eso aparentaba, pero bromista y alegre a su vez,
quizás un poco inocente. Como hemos dicho, pronto se quedó huérfano de
padre, lo que le hizo ser desde niño-hombre responsable. Tuvo que ayudar,
junto a su hermana Ángeles, a Teodora, su madre; siendo hijo y esposo a la vez,
lo que le libró del deber de prestar el servicio militar. Así creció con la
responsabilidad y el apego de su madre, trabajando en el campo desde niño y en
la hostelería durante la adolescencia, en las costas malagueñas y
catalanas,
en concreto en Playa de Aro, Tossa de
Mar, Vinarós, Salou, Fuengirola… como muchos
fuentealameños.
Cuando
cumplió los 18 años se sacó el carnet de conducir a la vez que Francisco Martín
Arévalo, su amigo “Richard” y se compró aquel SEAT 133 coloraíllo claro,
con ese motor detrás al que le pegaba buenos calentones, y con el que
nos llevaba de fiesta a todos los pueblos cercanos. Fue un buen colega de
fiestas, jamás dejó tirado a nadie. Pero lo cierto es que no sólo
fuimos compañeros de fiestas, también de trabajo, pues coincidimos en el corte
de aceitunas de Paquito Sierra. Allí recuerdo la diversión y las
bromas que nos gastábamos: fue en la Hoya Pernías cuando
otro de nuestros queridos amigos que nos falta, Enrique Zuheros,
lo envolvió en los faldos y lo
dejó caer al suelo enrollado mientras decía: “Nenes, nenes, que hay
aulagas y me pincho” con aquella voz tan característica, pero siempre tomándose
la broma con muy buen gusto. La verdad es que aceptaba muy bien todo tipo de
bromas, incluso aquella del “toste”: “Mama
quiero un picatoste, no hay pan, aunque sea sin pan”, que su vecino Antonio
Jiménez “Cali” le gastaba y que seguramente no le ocurrió a él, pero fue uno de
los adjudicatarios de ella. También recuerdo aquel día de viernes santo de
principio de los años ochenta en Priego de Córdoba, en el que colaboramos de
aquella manera con la procesión, Eduardo Aguilera, él y yo; pues sin que
nadie no diera vela fuimos a socorrer a un paso procesional. Aquello ocurrió
estando tomando una copa en un bar, sin interés alguno o sin prestar atención
al acto religioso. Vimos pasar una procesión hacia el Calvario que no
podía mantener un paso normal a causa del barro, provocando que patinasen
los costaleros oficiales. Fue entonces cuando decidimos dejar la copa
y colaborar dando un pequeño empujoncito que lo desestabilizó aún más. Recuerdo
aquel fin de año también de mediados los ochenta, cuando el portero de la sala
de fiestas El Trompero no nos dejó entrar sin pagar, y él, medio enfadado, le
vino aquel adjetivo de “hay que ver el piojoso, que ha sido mi vecino y ahora
no me conoce”. También recuerdo aquellos pelotazos de lugumba, que tan
mal nos caían y que cuando eran varios nos provocaban aquellas vomiteras. En mi
libro “Patrimonio Cultural Material de Fuente Álamo”, cuento otra historieta
divertida que nos ocurrió y
que se
la he dedicado a él, así que allí podéis encontrar otra de las muchas
peripecias que pasamos juntos.
Característico
en él era aquel carraspeo o aquellos esfuerzos guturales o nasales, que a veces
le debilitaban la voz y les provocaba “gallillos”. Pantalones vaqueros o de
tela, estrechos y bien “repegaos”, siempre
marcando paquete, botines acabados en punta, camisa abierta a medio pecho y
mangas remangadas, pelo rubillo fino, un poco largo y con raya en el
medio, que tanto se tocaba y retocaba con las manos, echándoselo hacia
atrás, pues era muy presumido. No había otro más flamenquete y
mejor vestido en el pueblo. Dientes de conejo, dos paletas un poco descoloridas
de degustar granadas, con las que quería comerse tranquilamente el mundo,
pero sólo le dio tiempo a masticar una mínima parte.
Una semana
poco antes de Día de los Santos del año 1982,
encontró a
su Inma en Alcaudete. Él tenía 22 años, aunque aparentaba menos, y ella
tan solo 17; fue en una discoteca. Nos cuenta ella que en principio no le
gustó mucho, “con aquella voz tan fina y un
poco cortijerillo”. Quedaron
para el domingo siguiente, pero Rafa no apareció, cosa que sí hizo
al siguiente domingo excusándose por la muerte de su abuela; tras
esto, ya se vieron
todos los domingos. Estuvieron dos años de novios hasta que se casaron un día 8
de de abril
1984, (fui partícipe del envite), relación
que tan
solo duraría 8 años, si bien para ella será siempre
eterna. A los
cinco años
les vinieron dos niños seguidos que apenas pudo conocer profundamente, pues la
vida no le dio la oportunidad.
Según
nos cuenta Inma, esos ocho años fueron muy intensos, siempre de un
lado para otro en busca de trabajo, pues recién casados estuvieron
trabajando en Restaurante el Canino en Málaga. Después se
fueron con Juanillo “El Zapatero” a Hospitalet del Infante durante dos
temporadas. Compraron el piso, y se quedaron sin un duro;
Rafa quería
irse solo, pero ante la disconformidad de Inma, lo echaron a
cara o cruz. Ella pidió cruz y así salió, de manera que su destino
fue Pineda de Mar, en el Hotel Mercé y en
La Ponderosa. Él trabajaba de camarero y ella vendiendo cucuruchos de
helados en la Jijonenca, que era mejor que el asador de
pollos que había encontrado. Él le dio la noticia de que trabajaría en el mismo
lugar. Como ella no podía acompañarle al quedarse embarazada,
alquiló un
bar en Alcalá la Real con Benito Vera, y lo regentaron a medias. Después
estuvo de repartidor de bebidas con “El Duro”, donde también jugaron con su
inocencia, y cuando
el destino
le preparó un trabajo “fijo”, verdaderamente fue una nueva
encerrona de la que ya no pudo salir más. Fue con un tal E. Fuentes, que
según nos cuenta Imna se
aprovechó de la situación precaria en el trabajo y le hizo firmar un contrato
en blanco. Rafa le había contado que tal y como estaban las cosas, tuvo
que firmar el contrato, pues nunca había tenido un trabajo fijo. Lo cierto
es que tampoco sabía el tiempo por el que había firmado, cosa que
ella le reprochó.
Dos
meses después de firmar en blanco el 16 de marzo 1992, en el km. 12 de la
carretera local de Bácor, término
municipal de Guadix, le acechó la inocencia, pese a que ya le había avisado una
semana antes. Tal y como se lo comentó a Imna, a
aquel camión Ebro matrícula J-9484-B le habían fallado los frenos, pero
él estaba satisfecho porque se había quedado con el camión y ella quedó
sorprendida y le aconsejó que gastara
cuidado.
Para tranquilizarla le dijo que ese camión corría poco. Venía dirección de Pozo
Alcón, sobre las 14.30 horas cargado de chopos destino a Martos, desde
donde había salido sobre las 3 de la mañana, ahorrándose ese día el almuerzo,
pues aún no había tomado nada. Perdió el control del camión y salió de la
calzada por un talud. La familia nunca ha llegado a saber la causa, pues nunca
tuvieron acceso al atestado, ni a la información de los abogados, pero Inma
sigue pensado que dada
la pendiente de la carretera y las demás circunstancias, se debió a un
fallo de frenos, que provocó la pérdida de control y el salto por el
talud, quedando sepultado entre chatarra del camión y los troncos de chopos de
la carga.
La familia
fue informada sobre las 19:50 horas. Recuerda Imna que a
ella no quisieron decirle nada, sólo que estaba muy grave en Granada.
Pero al ver que pasaban de Granada y no paraban, comenzó a
sospechar. Fue al llegar a Guadix cuando le indicaron el
lugar donde se encontraba ya cadáver. Allí, en una especie de
monasterio, atravesando un camino de tierra bordeado de pinos, le
sobrecogió la triste noticia, sin que pudiera entregarle el paquete de
calzoncillos y los pañuelos que había echado en prevención.
A su madre
Teodora y a su hermana Ángeles les avisaron por otra parte. Fue en el
cuartel de la Guardia Civil de Alcalá la Real, con la frialdad de la noticia
por un
comunicado entre puestos de la guardia civil que decía: “Rafael Cano Vera
está muerto”.
Inma piensa
que se cometió una grave injusticia, pues ella era joven y le pilló
desinformada. Piensa que la empresa lo había atado todo muy bien y no se pudo hacer
nada más. Insiste en que se cometió la injusticia más grande sobre la tierra,
que Rafa firmó el contrato dos meses antes en blanco y la empresa de E.
Fuentes se apresuró y lo rellenaron poniendo que había empezado a trabajar el
mismo día que ocurrieron los hechos, así que entre los asesores de la empresa y
los abogados le cerraron las puertas y no le dieron indemnización
alguna, solo una pequeña cantidad por parte de la mutua, con la
que le compró la lápida y el nicho.
Con tan solo
31 años, tuvo que ser trabajando, pues no sabía hacer otra
cosa, cuando se aplastaron un montón de ilusiones y proyectos
familiares, enterrándolo a él, a su Inma, sus dos hijos, su madre y
hermanos y a muchos amigos. Como nos sigue contando Imna, a ella le
enseñó muchas cosas y le dio dos hijos maravillosos. Para ella no está muerto,
aún no lo ha olvidado. Le enseñó el verdadero amor, a valorar las
cosas, cuando ella tenía tan solo 18 años. Finalmente tuvo
la recompensa de dejarle dos hijos; Rafa era demasiado bueno. En la
boda emotiva de sus hijos, pensaba que su padre estaba allí. Todavía no lo ha
superado, pues fue sus pies, sus manos, sus ojos. Cuando le conoció le cambió
la vida.
Un día
trabajando en Pineda de Mar-Costa del Maresme, en “La
Ponderosa”, creo que en el
verano de 1988, le vi por última vez. Fue generoso en el helado,
como en la vida en general. Un buen recuerdo, un buen amigo al que no pude
despedir; tan solo una madre desconsolada que me dijo: “hijo que
vamos hacer”. Es por eso que con
estas letras, aunque sea después de 27 años, quiero hacerlo. Hasta
siempre Rafalín.
Mingui soy Jose Luis Arenas,
ResponderEliminarMingui soy Jose Luis Arenas,
ResponderEliminarSoy Jose Luis Arenas, a ver si nos podemos poner en contacto, me gustaria hablar contigo.
ResponderEliminarUn saludo
Hola José Luis, cuanto me alegra tener noticias tuyas, hace algún tiempo que no sé de nada de tí, aunque siempre he preguntado a familiares y amigos. Si quieres puedes contactar conmigo por facebook: domingo perez perez o por correo electrónico: fuentealamodperez@hotmail.com y te facilito el teléfono o whatsapp y hablamos. Un abrazo.
Eliminaryo los conocí. Que historia más triste e injusta 😢
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