sábado, 16 de marzo de 2019

RAFAEL CANO VERA “RAFALIN”. LA INOCENCIA DE LA VIDA


En la historia reciente de Fuente Álamo, encontramos entre sus gentes momentos dulces expresados en forma de júbilo y festividad; suelen ser alegrías momentáneas y pasajeras: celebraciones de nacimientos, bautizos, bodas, despedidas de soltero/as, reuniones vecinales o familiares, arremates, etc. Pero también, como en cualquier pueblo rural donde las relaciones se estrechan y donde se vive el día a día, cuerpo a cuerpo, puerta con puerta… las situaciones trágicas son más impactantes y afectan a toda la vecindad, si bien el dolor fuerte queda en el seno de los familiares más cercanos. Dejando aparte las víctimas causadas por la Guerra Civil y la Posguerra, que serán objeto de estudio en otro momento; desde que tengo uso de razón, más bien desde que nací o me han ido contando casos, han sido varias las pérdidas de vecinos, amigos o familiares a temprana edad (en la flor de la vida, como se dice); bien sea debido a causas naturales o de forma traumática, pillándoles de sorpresa, y por ello siempre trágicas, las cuales nos han sobrecogido y afectado fuertemente.  
Con esta publicación quiero hacerles un pequeño homenaje, una especie de recordatorio. Sin duda alguna me olvidaré de alguno/a, pero espero que me podáis ayudar con vuestros comentarios. 
 En mi lista faltan: Florencia Aguilera Pérez, Antonio Serrano, Antonio MontesLópez, Francisco Jiménez León, Francisco Malagón Castillo, Antonio Arenas Aguilera, Urbana Aguilera Ochoa, Rafael Vera Cano, Mercedes Pareja Jiménez, Francisca Castillo Padilla, Enrique Zuheros Aguilera, Juan Carlos Carrillo Aguilera, Manuel Callejas Escribano, Benito Aguilera Serrano, José Antonio Serrano Pérez, Francisco Javier Aguilera Gomarín, y  recientemente José Antonio Valverde Pérez  o mis primos cuya raíz no es otra que fuentealameña: Miguel Ángel Zurrón Pérez, Domingo Vico Pérez y Francisco Javier Pérez Rueda.  
Todos iguales de sentidos, bien por su pérdida directa y/o por el hueco que dejaron entre sus familiares: amigos nuestros. Es el contacto o roce y las situaciones vividas lo que hace que, aunque pase mucho tiempo, siempre los tengas en el recuerdo, y eso me ocurre con Rafael Cano Vera “Rafalín”. Hijo de Antonio y Teodora, era el menor de cuatro hermanos.  Quedó huérfano de padre siendo un niño, lo que hizo que se creciera en las dificultades. 
  
Aunque algo mayor que yo, unos dos años, pues nació un 26 de septiembre de 1960, después de su infancia pasada en los cortijos, nuestros caminos transcurrirían juntos, hasta que se casó e instaló en Alcaudete. Vivió en la Dehesilla hasta que en 1973 su familia compró una casa en El Cerro, y siendo un adolescente de 12 ó 13  años se vino a vivir a Fuente Álamo. Se crió entre nosotros los “fuentealameños”, pero siempre con aquellos prejuicios, tan injustos, que se les tenía a los niños que venían de los cortijos, pero que él pronto pudo superar, consiguiendo una rápida integración. La escuela no le vinculaba mucho y sus ausencias eran mayores que las presencias. 
 Si bien recibimos la Primera Comunión juntos, es decir, el mismo día; creo que fue debido a que su familia retrasó la suya, por algún tipo de circunstancia que desconozco. Maduramos y crecimos juntos, él algo más que yo, y aunque en los juegos no coincidíamos, pues no era muy aficionado al fútbol,  a veces participaba  con aquellos botines puntiagudos, que tanto le gustaba llevar. Daba buenos punterazos al balón, eso sí, sin correr mucho, pues entre otras cosas lo impedía los tacones de los botines o botas camperas. Él prefería el contacto directo con la naturaleza, y con su escopetilla de plomos acechaba cualquier pequeña ave voladora, los días en que las obligaciones laborales le dejaban libre. También cazaba las ranas, y recuerdo que un verano de aquellos primeros años ochenta, hicimos una fritada de anchas de ranas con las que cazamos en el Arroyo del Salado. Las comimos en la piscina de nuestro amigo Guillermo. 
Era tímido, o al menos eso aparentaba, pero bromista y alegre a su vez, quizás un poco inocente. Como hemos dicho, pronto se quedó huérfano de padre, lo que le hizo ser desde niño-hombre responsable. Tuvo que ayudar, junto a su hermana Ángeles, a Teodora, su madre; siendo hijo y esposo a la vez, lo que le libró del deber de prestar el servicio militar. Así creció con la responsabilidad y el apego de su madre, trabajando en el campo desde niño y en la hostelería durante la adolescencia, en las costas malagueñas y  catalanas, en concreto en Playa de Aro, Tossa de Mar, Vinarós, Salou,  Fuengirola… como muchos fuentealameños.
Cuando cumplió los 18 años se sacó el carnet de conducir a la vez que Francisco Martín Arévalo, su amigo “Richard” y se compró aquel SEAT 133 coloraíllo claro, con ese motor detrás al que le pegaba buenos calentones, y con el que nos llevaba de fiesta a todos los pueblos cercanos. Fue un buen colega de fiestas, jamás dejó tirado a nadie. Pero lo cierto es que no sólo fuimos compañeros de fiestas, también de trabajo, pues coincidimos en el corte de aceitunas de Paquito Sierra. Allí recuerdo la diversión y las bromas que nos gastábamos: fue en la Hoya Pernías cuando otro de nuestros queridos amigos que nos falta, Enrique Zuheros, lo envolvió en los faldos y lo dejó caer al suelo enrollado mientras decía: “Nenes, nenes, que hay aulagas y me pincho” con aquella voz tan característica, pero siempre tomándose la broma con muy buen gusto. La verdad es que aceptaba muy bien todo tipo de bromas, incluso aquella del “toste”: “Mama quiero un picatoste, no hay pan, aunque sea sin pan”, que su vecino Antonio Jiménez “Cali” le gastaba y que seguramente no le ocurrió a él, pero fue uno de los adjudicatarios de ella. También recuerdo aquel día de viernes santo de principio de los años ochenta en Priego de Córdoba, en el que colaboramos de aquella manera con la procesión, Eduardo Aguilera, él y yo; pues sin que nadie no diera vela fuimos a socorrer a un paso procesional. Aquello ocurrió estando tomando una copa en un bar, sin interés alguno o sin prestar atención al acto religioso. Vimos pasar una procesión hacia el Calvario que no podía mantener un paso normal a causa del barro, provocando que patinasen los costaleros oficiales. Fue entonces cuando decidimos dejar la copa y colaborar dando un pequeño empujoncito que lo desestabilizó aún más. Recuerdo aquel fin de año también de mediados los ochenta, cuando el portero de la sala de fiestas El Trompero no nos dejó entrar sin pagar, y él, medio enfadado, le vino aquel adjetivo de “hay que ver el piojoso, que ha sido mi vecino y ahora no me conoce”. También recuerdo aquellos pelotazos de lugumba, que tan mal nos caían y que cuando eran varios nos provocaban aquellas vomiteras. En mi libro “Patrimonio Cultural Material de Fuente Álamo”, cuento otra historieta divertida que nos ocurrió y  que se la he dedicado a él, así que allí podéis encontrar otra de las muchas peripecias que pasamos juntos. 
Característico en él era aquel carraspeo o aquellos esfuerzos guturales o nasales, que a veces le debilitaban la voz y les provocaba “gallillos”. Pantalones vaqueros o de tela, estrechos y bien “repegaos”, siempre marcando paquete, botines acabados en punta, camisa abierta a medio pecho y mangas remangadas, pelo rubillo fino, un poco largo y con raya en el medio, que tanto se tocaba y retocaba con las manos, echándoselo hacia atrás, pues era muy presumido. No había otro más flamenquete y mejor vestido en el pueblo. Dientes de conejo, dos paletas un poco descoloridas de degustar granadas, con las  que quería comerse tranquilamente el mundo, pero sólo le dio tiempo a masticar una mínima parte. 
Una semana poco antes de Día de los Santos del año 1982,  encontró a su Inma en Alcaudete. Él tenía 22 años, aunque aparentaba menos, y ella tan solo 17; fue en una discoteca. Nos cuenta ella que en principio no le gustó mucho, “con aquella voz tan fina y un  poco cortijerillo”. Quedaron para el domingo siguiente, pero Rafa no apareció, cosa que  hizo al siguiente domingo excusándose por la muerte de su abuela; tras esto, ya  se vieron todos los domingos. Estuvieron dos años de novios hasta que se casaron un día 8 de de abril 1984, (fui partícipe del envite), relación  que tan solo duraría  8 años, si bien para ella será siempre eterna. A los  cinco años les vinieron dos niños seguidos que apenas pudo conocer profundamente, pues la vida no le dio la oportunidad. 
Según nos cuenta Inma, esos ocho años fueron muy intensos, siempre de un lado para otro en busca de trabajo, pues recién casados estuvieron  trabajando en Restaurante el Canino en Málaga. Después se fueron con Juanillo “El Zapatero” a Hospitalet del Infante durante dos temporadas. Compraron el piso, y se quedaron sin un duro;  Rafa quería irse solo, pero ante la disconformidad de Inma, lo echaron a cara o cruz. Ella pidió cruz y así salió, de manera que su destino fue Pineda de Mar, en el Hotel Mercé y en La Ponderosa. Él trabajaba de camarero y ella vendiendo cucuruchos de helados en la Jijonenca, que era mejor que el asador de pollos que había encontrado. Él le dio la noticia de que trabajaría en el mismo lugar. Como ella no podía acompañarle al quedarse embarazada,  alquiló un bar en Alcalá la Real con Benito Vera, y lo regentaron a medias. Después estuvo de repartidor de bebidas con “El Duro”, donde también jugaron con su inocencia, y cuando  el destino le preparó  un trabajo “fijo”, verdaderamente  fue una nueva encerrona de la que ya no pudo salir más.  Fue con un tal E. Fuentes, que según nos cuenta Imna se aprovechó de la situación precaria en el trabajo y le hizo firmar un contrato en blanco. Rafa le había contado que tal y como estaban las cosas, tuvo que firmar el contrato, pues nunca había tenido un trabajo fijo. Lo cierto es que tampoco sabía el tiempo por el que había firmado, cosa que ella le reprochó.  
 Dos meses después de firmar en blanco el 16 de marzo 1992, en el km. 12 de la carretera local de Bácor, término municipal de Guadix, le acechó la inocencia, pese a que ya le había avisado una semana antes. Tal y como se lo comentó a Imna, a aquel camión Ebro matrícula J-9484-B le habían fallado los frenos, pero él estaba satisfecho porque se había quedado con el camión y ella quedó sorprendida y le aconsejó que gastara  cuidado. Para tranquilizarla le dijo que ese camión corría poco. Venía dirección de Pozo Alcón, sobre las 14.30 horas cargado de chopos destino a Martos, desde donde había salido sobre las 3 de la mañana, ahorrándose ese día el almuerzo, pues aún no había tomado nada. Perdió el control del camión y salió de la calzada por un talud. La familia nunca ha llegado a saber la causa, pues nunca tuvieron acceso al atestado, ni a la información de los abogados, pero Inma sigue pensado que dada la pendiente de la carretera y las demás circunstancias, se debió a un fallo de frenos, que provocó la pérdida de control y el salto por el talud, quedando sepultado entre chatarra del camión y los troncos de chopos de la carga. 
La familia fue informada sobre las 19:50 horas. Recuerda Imna que a ella no quisieron decirle nada, sólo que estaba muy grave en Granada. Pero al ver que pasaban de Granada y no paraban, comenzó a sospechar. Fue al llegar a Guadix cuando le indicaron el lugar donde se encontraba ya cadáver. Allí, en una especie de monasterio, atravesando un camino de tierra bordeado de pinos, le sobrecogió la triste noticia, sin que pudiera entregarle el paquete de calzoncillos y los pañuelos que había echado en prevención. 
A su madre Teodora y a su hermana Ángeles les avisaron por otra parte. Fue en el cuartel de la Guardia Civil de Alcalá la Real, con la frialdad de la noticia  por un comunicado entre puestos de la guardia civil que decía: “Rafael Cano Vera está muerto”. 
Inma piensa que se cometió una grave injusticia, pues ella era joven y le pilló desinformada. Piensa que la empresa lo había atado todo muy bien y no se  pudo hacer nada más. Insiste en que se cometió la injusticia más grande sobre la tierra, que Rafa firmó el contrato dos meses antes en blanco y la empresa de  E. Fuentes se apresuró y lo rellenaron poniendo que había empezado a trabajar el mismo día que ocurrieron los hechos, así que entre los asesores de la empresa y los abogados le cerraron las puertas y  no le dieron indemnización alguna, solo  una pequeña cantidad por parte de la mutua, con la que le compró la lápida y el nicho.  
Con tan solo 31 años, tuvo que ser trabajando, pues no sabía hacer otra cosa, cuando se aplastaron un montón de ilusiones y proyectos familiares, enterrándolo a él, a su Inma, sus dos hijos, su madre y hermanos y a muchos amigos. Como nos sigue contando Imna, a ella le enseñó muchas cosas y le dio dos hijos maravillosos. Para ella no está muerto, aún no lo ha olvidado. Le enseñó el verdadero amor, a valorar las cosas, cuando ella tenía tan solo 18 años. Finalmente tuvo la recompensa de dejarle dos hijos; Rafa era demasiado bueno. En la boda emotiva de sus hijos, pensaba que su padre estaba allí. Todavía no lo ha superado, pues fue sus pies, sus manos, sus ojos. Cuando le conoció le cambió la vida. 
Un día trabajando en Pineda de Mar-Costa del Maresme, en “La Ponderosa”, creo que en el verano de 1988, le vi por última vez.  Fue generoso en el helado, como en la vida en general. Un buen recuerdo, un buen amigo al que no pude despedir; tan solo una madre desconsolada que me dijo: “hijo que vamos hacer”. Es por eso que con estas letras, aunque sea después de 27 años, quiero hacerlo. Hasta siempre Rafalín. 

5 comentarios:

  1. Soy Jose Luis Arenas, a ver si nos podemos poner en contacto, me gustaria hablar contigo.
    Un saludo

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    1. Hola José Luis, cuanto me alegra tener noticias tuyas, hace algún tiempo que no sé de nada de tí, aunque siempre he preguntado a familiares y amigos. Si quieres puedes contactar conmigo por facebook: domingo perez perez o por correo electrónico: fuentealamodperez@hotmail.com y te facilito el teléfono o whatsapp y hablamos. Un abrazo.

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  2. yo los conocí. Que historia más triste e injusta 😢

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