Un día de los años 70, estando yo escamujando en el Barranco Muriano, apareció Antonio Aguilera y me dio una lección teórica de tala, aunque puse empeño, no entendí mucho, así que mis conocimientos sobre el oficio no van muy allá, por ello solo pretendo con este trabajo contar unas cuantas historias sobre la tala en Fuente Álamo, sin profundizar en su técnica.
Foto familia Padilla |
Cuando
a mediados de los 70 llegaron a Fuente Álamo la tecnología de las maquinas
motosierra, algunos no quisieron aceptarlo, entre ellos José Vera Torres, quien
siempre quiso continuar como talador de hacha, siendo muy reacio a la máquina de talar, a la que sin duda se tuvo
que adaptar pero con resignación. Dice que “el ruido de la máquina le jodió
bien el oído”, y le cortó un tendón de la mano de la que presenta cierta discapacidad
en alguno de sus dedos. Pero esa desconfianza a la maquinaria también estaba
presente en los encargados de los patrones, así Ceferino Aguilera le quiso
negar el pago del jornal a José, pues decía que tardaba mucho en arrancarla y
ponerla en marcha, y ese tiempo no podía pagarlo, pues la máquina hacía rum,
rum, rum… y no arrancaba, o al poco tiempo se volvía a parar, pensando que el
hacha empezaba a trabajar desde el minuto uno. Eran unas máquinas muy pesadas y
con muchas deficiencias en los motores.
José
Vera siempre estuvo vinculado a dicha profesión, con la excepción del periodo
militar, pues recuerda que estando trabajando de mozuelo con Pablo Carrillo “Terreras”,
donde le había mandado su padre a talar por la comida, le llamaron para
incorporarse a filas. También recuerda que siendo un niño le mandaba su madre a
llevarle la ropa a su padre que estaba talando en el Cortijo del Coscojar, pues
no iban a dormir a sus casas, “era la madrugá por la comida”. Venía desde las
Grajeras pero él no sabía dónde estaba ese cortijo, así que su madre le dijo
que fuera en busca de Lorenzo “Florío”, quien le fue orientando. Recuerda que fue atacado por dos gansos,
siendo salvado por el tal Lorenzo. Ellos siempre talaban en Fuente Álamo, y
también siempre le talaban a Lorenzo. Éste cuando ya estaba todo preparado para la tala desde la Loma el
Virote, por la Piedra del Agua se asomaba y llamaba a voces a su madre apodada “Palota”.
Le han talado a los “Córdobas”, de los que su abuelo le decía que: “lo que
tienen los Córdoba, con un caballo se veía uno negro para recorrerlo en un día”.
Recuerda muchas anécdotas así, como cuando estando con su padre por encima de La
Solana, llegó Paquillo Córdoba, y al poco rato su sobrino Baldomero. Su padre estaba
talando en lo alto de un olivo y le dijo que bajase; le preguntó a Baldomero
qué quería y éste le dijo que tomara un cigarro; entonces quiso saber cuántas
veces le había dado su tío Paquito, tabaco. Su padre respondió que él no fumaba,
y Baldomero le respondió que él tampoco, pero que tenía tabaco para sus amigos.
Tras esto le dijo a su tío: “has hecho con éste lo que has hecho conmigo, tú
nunca me has regalado nada, hoy me vas a regalar la yegua”. Tuvo que irse
Paquito a la Vega, y dijo que lo que quería era quitarle el talador, y se tuvo
que ir su padre con Baldomero.
Antonio Aguilera Valverde,
“floreció” el 3 de febrero de 1928. Nació y se crió en el Cortijo de Los
Florios, (le dio nombre su familia apellidada Flores) hasta que la Guerra Civil
les obligó a abandonarlo temporalmente. Hijo de Antonio y Ana, es el 5º de 10 hermanos
de los que actualmente solo quedan 6: Inés (f), Adoración (f), Lorenzo
(f), Francisco (f), Antonio (él), Custodia,
Clemencia, Benito, María y Carlos. Junto a ellos vivía la familia de su tío
Rafael, casado con María, ambos eran respectivos hermanos de sus padres, que
con sus primos formaban una gran familia o clan arropado por el sobrenombre de
“Florios” que derivó del apellido Flores que llevaba su abuela paterna María. Otros
tíos paternos, además del referido Rafael, eran Vicente, Benito, Margarita
(casada con José Pérez López), Paula y María (hijos de Benito Aguilera Vera y
María Flores López). Sus tíos maternos, además de María, eran María Luisa,
Inés, Antonio, Lorenzo (hijos de Lorenzo Valverde Díaz y Luisa Pulido Torres).
Le
recuerdo con su cántaro y con su talega del pan, cuando no con su burra de
reata, camino de la fuente o de la panadería. Fue buen colaborador en las
tareas domésticas, cosa que en aquella época de los años 60 y 70, en una
sociedad rural y machista tenía aún más mérito, sin importarle los prejuicios de la época. Aunque también
tenía su tiempo para beberse un vaso de vino y jugarse una brisca con
compañeros en la taberna. Buen esposo y padre (5 hijos y 7 nietos), al que
siempre vi como un ejemplo en la sobreprotección de sus hijos; así lo recuerdo
en aquella Nochebuena fría de principio de los años 70, siguiendo toda la noche
por los cortijos la murga navideña, donde iban sus hijos Paco y Manolo de
cortas edades, sin que nos percatásemos de su presencia hasta que ya de vuelta
por la Rectura vimos aquel destello de luz de linterna, que al principio nos
produjo cierto miedo y al final nos dio aquella tranquilidad. También lo vi
aparecer en aquel comedor escolar del Colegio “El Coto”, momento en el que su
hijo Paco no pudo contener unas lágrimas, llenándome a mí también de
sentimiento.
A los nueve años de edad, en plena Guerra
Civil, refugiado con su familia en Alcalá la Real, lo que no le hicieron las
bombas que caían, se lo hicieron el
sarampión y la escarlatina, atacándole al oído izquierdo; una deficiencia que
tuvo que soportar durante toda su vida, y no solo esa sordera de la infancia,
sino el sobre nombre de “Sordillo”, que siempre ha llevado como señal de
identidad, al igual que el genérico de “Florío”.
Bromista y siempre sonriente, con ese golpe
de la carcajada de risa tan característico y con ese buen sentido del humor que
hace que se atreva uno a gastarle bromas. Su memoria prodigiosa nos ayudará a
recordar muchos hechos al detalle.
CONTINUARÁ…