MARCELINO PÉREZ AGUILERA
Marcelino con 10 años |
El estallido de la Guerra Civil le cogió a la temprana edad de los cuatro años, pasando grandes dificultades y hambres propias de la época de posguerra, contaba que cuando guardaba cochinos a la edad de siete u ocho años en la zona de la Cornicabra, pinchaba en la tierra con la vara de guardarlos, y como ésta salía humedecida de los cadáveres que había allí enterrados, por lo que las secuelas de la Guerra aún estaban frescas.
De pequeño vivió en el cortijo La Dehesa, que su tío Juan había dejado a la familia para marcharse a La Campiña y en su juventud en el cortijo Reventones, que la misma familia construyó.
Desde niño era muy aficionado a la crianza de pájaros, y supo amaestrar a mochuelos y otras aves.
Siempre presumió de saber leer, escribir y las cuatro reglas, pese a que nunca había ido a una escuela, y sólo recibió clases esporádicas de los “maestros no profesionales”, que iban por los cortijos.
Como cualquier niño de su época no tuvo ni infancia, ni juventud, nació hombre, pues nacido de una familia numerosa, humilde y pobre, no había otra salida que trabajar de sol a sol desde niño y como un hombre y además obligado por ser el mayor de nueve hermanos.
A los veintiún años “se llevó a la novia”, cosa corriente en la época, y “se echaron las bendiciones” después, aprovechando la llegada a Fuente Álamo de un misionero, que bendijo el matrimonio junto con una docena de parejas; poco después tuvo que incorporarse a filas, siendo padre por primera vez a los veintidós años, cuando prestaba el Servicio Militar.
Caballería militar de Sevilla |
Jornalero del campo y manijero, barbero, fontanero, lampista, herrero, transportista, hasta tendero, es decir, un hombre para todo, si bien, él siempre reconoció que la albañilería, no era lo suyo. Su titulación oficial era la de fontanero, obtenida en los curso de formación PPO en 1973.
Su tozudez le hizo ser autodidacta en muchos los aspectos de la vida, o más bien, fue un autodidacta que aprendía las cosas a base de tesón y cabezonería.
Foto 1957 después de la siega. |
Como barbero, por sus tijeras, maquinilla de pelar y navaja de afeitar pasaron durante más de cuarenta años las cabezas y barbas de los fuentealameños y de las aldeas cercanas. En su barbería era cotidiano la reunión durante las tardes y noches de un grupo de aldeanos, que acudían para su rasurado, pelado o simplemente para intercambiar opiniones. También con su maletín en mano se desplazaba a los cortijos para pelar o afeitar a los cortijeros mayores que no podían desplazarse hasta la aldea. La llegada de la moda de las melenas largas en los años setenta le hizo perder clientela, pues los jóvenes fuentealameños preferían aires modernos, y pese a que intentó reciclarse, no pudo competir con peluqueros de Alcalá la Real, si bien su clientela de gente mayor siguió siendo fiel y algún que otro joven no tan moderno.
Como fontanero arregló muchos grifos, cisternas y calentadores, instaló muchos cuartos de baños en la aldea y fue el encargado de cobrar recibos del agua hasta que su gestión pasó al Ayuntamiento de Alcalá; muchas las ollas se repararon en su taller, lo que supuso un gran ahorro para las familias de Fuente Álamo, pues como casi todos los apaños que hacía tanto de fontanería, estaño, herrería, peluquería, no solía cobrar más que la voluntad, no tenía precios establecidos, a la pregunta de cuánto es esto Marce, respondía: déjalo, otra vez será.
Balcón obra Marcelino |
Como transportista sus coches Seat 850, Citröen AK, Land Rover, estuvieron a disposición de mucha gente del pueblo, no solo para el traslado hasta Alcalá la Real para visita al médico o para cualquier mandado, sino que su Land Rover sirvió para el transporte de aceitunas o para el traslado al tajo, cobrando lo mínimo o en ocasiones a familiares o amigos, nada. Anteriormente tuvo una bicicleta, una Guzzi y una moto Ducati 165.
Como tendero mantuvo el corto tiempo de dos años una tienda de ultramarinos, en la calle que sube al cerro, y donde anteriormente estuvo establecido el negocio por Mariana Cobo.
Emigrante pero en menor escala que la mayoría de los vecinos del pueblo, pues solamente estuvo en la Costa Catalana en Pineda de Mar, donde trabajó como pinche en la cocina de un hotel y en Francia en Perigueux en la recolección de la fresa, sin contar las campañas de siega que de joven hizo en la Campiña de Córdoba.
Formó parte durante un gran periodo de tiempo de la Junta Rectora de la Cooperativa Ntra. Sra. del Rosario de Fuente Álamo.
Políticamente nunca se definió si bien en los inicios de la Transición militó en la UCD, sin presentarse a ningún cargo político, sus tendencias eran de izquierdas, si bien nunca se definió, era lo que se llama un hombre políticamente correcto, buen amigo de sus amigos y partidario del que la hiciese que lo pagase y siempre tuvo buenas relaciones con sus vecinos. Todo esto hizo que fuese admirado por sus conciudadanos y no mantuviese diferencias con casi nadie. Su barbería fue casa temporal de misioneros, pobres o vagabundos como Juan Rico Rosa, que pasaban como transeúntes por la aldea.
Palomar de Marcelino
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Quiso aprender a tocar el laúd, y de hecho le arranco algunas notas, si bien como un aficionado más. Sus cantantes favoritos eran Pepe Pinto y El Niño de la Huerta.
Ni la caída de una mula en las Amoladeras, que le produjo traumatismos múltiples, ni la neumonía que cogió practicando el reclamo del pájaro perdiz, ni el disparo fortuito mientras limpiaba una escopeta de caza, que abrió un agujero en el techo de su casa, ni el vuelco del Seat 850 en Las Albarizas, sería un cáncer a los 65 años de edad el que se lo llevara, sin enterarse él y sin haber visitado antes a ningún médico, aunque ya había sufrido lo suyo, la muerte le llegó cuando gozaba ya de cierta estabilidad económica y se disponía a disfrutar de su jubilación. Su entierro fue unos de los más grandes del pueblo y fue despedido por una multitud de familiares y amigos.